—Te voy a extrañar mucho. -Sam lloraba pegada a mí como una garrapata y no quería soltarme.
—Puedes ir a visitarme, sabes que contigo tienes el pase libre.
—Lo lograron, lograron internarte y nunca se lo voy a perdonar.
Me susurraba molesta, pero yo solo intentaba calmarla.
—No te preocupes, yo lo necesitaba. Necesito sanar primero para que podamos ser felices. —Prefería estar lejos de todos y sanar sola; además tenía la herida de Cameron aún abierta.
—Cuando salga nos vamos a fugar tú y yo sola —se separó y se me encharcaron los ojos al verla llorar.
Tragó el nudo que tenía en la garganta y asentí.
—Claro que sí, Ina y Sam por siempre —la volví apretar fuerte y escuché un carraspeo tras de mí que hizo que Sam y yo nos aferráramos a nuestro abrazo.
—Lynn, ya es hora. —Daniel, mi psiquiatra me avisa.
Duro unos minutos más abrazando a mi mejor amiga y, después, me aparto de ella. Me intenté limpiar las lágrimas que corrían por mis mejillas mientras miraba a un lado.
Estaban mis padres a una distancia prudente, aguardando porque yo entrara al psiquiátrico. Solo le sonríe a mi madre y a mi padre; no lo pude ver. Tomamos tres horas para llegar al centro, pero Sam se negaba a soltarme y yo tenía miedo.
Ya había estado internada cuando era pequeña, pero solo dos años, y fueron los peores de mi vida.
<<¿Y ahora?>> Ahora no sé cómo será.
—Hasta que nos volvamos a ver —le susurre a Sam con una pequeña sonrisa en mi rostro. Volviéndola a mirar mientras caminaba hacia la puerta de entrada, Sam intentó correr hacia mí, pero mi padre se lo impidió y ella terminó rompiendo en llanto en el suelo.
Aparte la mirada y entre al centro, Daniel me hablaba, los enfermeros también, pero yo no oía nada. Sentía que mi cuerpo era el que estaba ahí, pero mi mente no. Los días pasaban y los nuevos medicamentos que me recetaba solo me dejaban dopada y boba. Esta vez no reía, no hablaba y menos comía. Cuando intentaron hacerme comer, terminé peleándome, cambiaron medicamento y me dejaron en una habitación blanca amueblada por precaución.
Me habían cortado el pelo por los hombros, porque estaba tomando terapia de choques eléctricos, iba dos veces por semanas con Daniel, pero no lograba sacarme nada de palabra.
Era como si ya no quisiera seguir. Sabía que no había más porque luchar. Ya mi cerebro y mi cuerpo se desconectaban por sí solos; es como si ya se hubieran rendido de tanto luchar.
Han pasado tres semanas, tres semanas tan horribles porque el cuadro de desnutrición aumentó a crítico, que me tuvieron que amarrar por la fuerza en la camilla para poder colocarme suero y pasarme comida por las vías. Tres semanas que no sé nada del mundo exterior, pero pareciera que han pasado años, pero sé que son tres porque es el trabajo de Daniel mantenerme cuerda aún.
No he visto a Sam, porque las primeras semanas estaban prohibidas. Y espero que no venga a visitarme; ahorita no me siento cómoda.
No sé qué es peor, estar en una clínica de rehabilitación o un psiquiátrico.
<<Creo que las dos.>>
—Hola, linda, hoy vamos a tomar un poco de aire, ¿sí? —la enfermera llega mientras que yo no aparto la mirada de la ventana; afuera todo está soleado.
Veo algunos pacientes caminar con vigilancia en el pateo, donde está un amplio verde césped.
—Uff, déjame quitarte esto, ya se terminó. ¿Me dejas? —veo su sombra a un lado y solo volteo a mirarla.
Es una señora mayor. Debe tener la edad de mi madre. Es la única enfermera que me trata como si tuviera miedo de tocarme, porque sintiera que me voy a romper. Ella sí es buena.
Veo cómo espera mi afirmación y aparto la mirada volviendo a colocarla al frente; es como si fuera su afirmación para cambiar el suero.
Esta mañana me han dado unos medicamentos más fuertes, que ya ni sé si los efectos secundarios juegan más con mi mente o mi vida.
—Ven, déjame ayudarte, necesitamos aire fresco antes que ir con el doctor —ella me ayuda a levantarme con cuidado y salimos de aquella habitación blanca.
Caminamos por los pasillos y me desconecto cuando la oigo hablar, hasta que llegamos al pateo y me guía hasta unos banquitos donde me deja sola y se va.
Cierro los ojos y aprieto las uñas en mis manos cuando ciento ese hormigueo en los dedos. Respiro y exhalo hasta que siento la presencia de mi psiquiatra sentarse en el otro banquito.
—Hola Lynn. ¿Cómo dormite anoche?
<<Pésimo.>>
Las palabras se me quedan estancadas en la garganta, al principio dormía y soñaba que aún estaba en aquella cama con Cameron riendo y contando chiste antes de ir y desde que cambiaron el medicamento tengo pesadillas de todo tipo.
<<Se sienten tan reales que hasta me da miedo.>>
—Veo que aún te niegas a hablar —dice y abro los ojos para verlo. Solo tiene su bata blanca, pero usa la misma ropa fea de jipe que en su consultorio. — Si quieres, hoy podemos hacer algo que te guste; mira, traje pinturas, un cuaderno y lápiz… oh, se me olvidaba, también esto.