Inmarcesible

28. Inmarcesible

El olor a lluvia es lo único que reconozco, la tierra mojada, el goteo en el porche y el frío de la tarde. La lluvia me recuerda a muchas cosas como buena o mala, pero prefiero creer que las pastillas me hacen desear más las buenas.

Recuerdos felices tuve en los tiempos lluviosos. Son mi escape. Mi refugio calma todos los ruidos que hay a mi alrededor. Daniel creyó que sería buena idea pintar algo en un día lluvioso, pero no sabe qué la última vez que pinte. Deje salir todo lo que tenía adentro y se lo regale a mi hermana.

Respiro hondo, llenándome del olor de la lluvia, cerrando los ojos y canalizando un lugar que pueda plasmar.

Frente de mí hay un lienzo blanco y tras del lienzo blanco está la lluvia que opaca todo el lugar. No se puede ver nada y es como si mi alma viera por mis ojos.

La persona que mantengo encadenada en lo más profundo de mi mente solo ve por las ranillas; como un robo, hace todo automáticamente.

Agarro el pincel más grande bañándolo en pintura negra, donde dejo que el negro sea el color que quite el color blanco, hasta que solo queda un lienzo negro. Observo los demás colores y, como si supiera, voy por los colores apagados, dejando que la imagen forme forma.

Al cabo de unas horas dejo el pincel a un lado y miro lo que dibuje. Ya ha dejado de llover, pero mis dedos no esperan que la pintura seque, sino que toca la pintura fresca llenándome los dedos de ella.

Cierro los ojos aspirando una vez más y no sé si las pastillas están sacando lo irreal al mundo real, pero me llega un olor a mentolado.

Mi corazón late fuerte, y siento como mi cuerpo sabe que está aquí, y antes que pueda reaccionar una figura alta se posiciona a mi lado, dejándose caer en el banco donde estoy sentada.

Aparto la mano de la pintura y cierro los ojos fuertes.

<<Esto no es real>> <<Esto no es real>>

Muchas veces mi cerebro me juega esta broma y no me gusta, no me gusta para nada.

—Hola, mundo oscuro, traje tu postre preferido. Café negro con magdalena de chocolate. — Escuchar su voz hizo que un escalofrió corriera por todo mi cuerpo y los abriera fuerte.

Mire a su lado, pensando y suplicando a Dios que solo sea una alucinación, pero no era. Sus ojos se veían cargados, cansados, preocupados y mil emociones que nunca vi en ellos.

Sentí el nudo en mi garganta y sin darme cuenta mi mano se alzó para tocar su mejilla; sentí la piel caliente y no pude ver cómo cerraba sus ojos preciosos, demostrándome en su expresión como si extrañara mi tacto.

—Eres… real—me dolió la garganta; después de un mes y dos semanas sin hablar, se escuchaba ronca y dolorosa.

—¿Qué fue lo que hice? —abrió los ojos y los vi cristalinos mientras negaba.

Ahí entendí que no era un producto de mi imaginación como muchas veces me lo hacía creer.

Todas las noches soñaba que llegaba a mi habitación donde me quedaba, se acostaba a mi lado y me decía que debía luchar, salir sana completamente para triunfar los dos. Pero en eso volvían las pesadillas y me decían que no puedo sanar completamente.

Hay una parte rota de mí, que jamás va a sanar y se va a quedar en el pasado. En aquel lugar oscuro.

Aparté la mano de su mejilla rápidamente como si me fuera quemado, y apreté los labios conteniendo las palabras que quería soltarle.

Hoy no era un buen día para nadie, no quería saber qué hacía aquí, no lo quería cerca y por eso me aparté de él moviéndome al otro banquito.

—No te alejes, Ina, por favor. —Su voz se oyó demasiado rota. Y eso hizo que me detuviera a mirarlo.

El corto tiempo que lo conocí, nunca mostrabas emociones dolorosas. Siempre reía, siempre estaba feliz; sin importar cuan destruido estaba mi mundo, él estaba ahí para levantarme.

Me volteé a mirarlo, y esta vez sí lo detalle. Tenía ojeras que marcaban sus preciosos rostros; tenía barba de semanas. Su mirada se veía dolida y no veía ese brillo en sus ojos avellanos.

Él le dio pena que lo siguiera mirando así que volteó la mirada al lienzo que ya no era blanco, sino que mantenía algo más que un recuerdo.

—No sabía que pintabas. —susurró sorprendido, acercándose más a la pintura.

Respiró hondo y detalló una vez más la pintura que había hecho; eran unos ojos avellanas; tenían un destello dorados con verde y dentro de las pupilas se podía ver a una sombra de una chica encarcelada entre rejas.

—Si las miradas hablaran se podía decir que los dos nos condenamos a esto. Tú viviendo entre rejas emocionales, y yo sin poder expresar todo lo que siento —dice, tocando el lugar de la pintura que toque.

Sus dedos se llenan de ese color negro, y yo aparto su mano viendo la intención que lo iba a hacer.

—¿Qué?… ¿Qué haces aquí? — Hablar me costaba y no sabía por qué.

Su mirada volvió a caer en mí y ahora fue a él que le tocó hablar.

—Solo pido 5 minutos para explicarte todo, y si después de esto sí no quieres saber nada de mí. Te lo aseguro que no vuelvo a meterme en tu vida; solo te pido que me escuches. —Quiso tocarme la mano, pero se lo impedí, así que se respectó esa parte de mi vida.




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