Inmortal. Guardianes 2. Origen de los oscuros

Capítulo 27: Danza a la muerte

Capítulo 27:

Danza a la muerte

 

Es difícil reconocer las calles que a diario recorrí, las calles que vieron crecer, las calles donde ha quedado gran parte de mi vida. La sangre decora la ciudad como una alfombra roja decora la más lujosa festividad. Las llamas danzan al ritmo del viento, devorando con placer todo a su paso; los gritos son cantos mortíferos entre las llamas. Me detengo horrorizada ante la destrucción que se muestra ante mis ojos.

—No es posible —susurro.

Alguien a quien no logro identificar emerge, envuelto en llamas, de una de las casas. Corre pidiendo ayuda con desesperación. El eco de su voz, grave e inteligible, se alberga en mis oídos como un canto diabólico. Doy un paso sin saber qué hacer para ayudarlo, sabiendo que no puedo quedarme parada, solo observando, pero mis pasos no avanzan. Sergio me detiene con fuerza, obligándome a permanecer alejada, al margen de algo que me involucra. Observo cómo las llamas naranjas saborean hasta la última gota de sangre y el último aliento de lo que alguna vez estuvo vivo. Mi corazón se acelera y mi cuerpo comienza a temblar cuando aquel cuerpo se desploma como un saco de huesos que pronto se convertirá en cenizas.

La ciudad donde nací y crecí se cae a pedazos, todos aquellos que alguna vez conocí se han consumido en el fuego o han sido devorados por los carnivus.

Sergio me obliga a avanzar entre aquella danza en honor al ángel de la muerte, que ha extendido su cálido y mortal abrazo a toda una ciudad.

El cielo está oscuro. Un manto gris nos ilumina ahora. Grandes bestias corren por las calles intentando someter al caos. Son muy pocos los Guardianes que siguen en pie, ya que la gran mayoría de la población son carnivus, monstruos indomables y hambrientos.

¿En qué momento ocurrió todo esto?

Sergio no se detiene ni un segundo a contemplar la masacre. Muchos de sus compañeros han caído, han sido devorados, calcinados o simplemente son el enemigo. Y, con cada paso, me doy cuenta de que mis visiones cobran vida de la manera más escabrosa que puede existir. Aun cuando el horror se presenta a cada paso que damos, sé a dónde nos dirigimos. Él solo quiere llegar a un lugar, la casa Riquelme, lo que alguna vez fue mi hogar; donde todo inició y donde todo debe terminar.

El camino se vuelve corto. Sin darme cuenta, estoy frente a ella. Ahogo un grito que rasga mi garganta. Mi cuerpo pierde fuerzas y mis rodillas se doblan hasta impactar con la densa hierba. Es demasiado. No comprendo de dónde nace tanta maldad, tanta crueldad. Todo el terreno que representa la entrada de la casa está cubierto de sangre, de cuerpos sin vida, una muerte dolorosa y macabra. Mis hermanas han tomado su venganza de la peor manera: todos los muertos que ahora decoran la entrada de la casa Riquelme son Guardianes. Cada uno de ellos, con el tórax abierto y sus órganos expuestos. ¿Quién podría ser capaz de tal aberración y crueldad?, pero es una pregunta estúpida, porque sé quiénes carecen de pudor para tal crueldad: mis queridas hermanas, hambrientas de venganza y poder. Solo ellas son capaces de algo tan descomunal. No quiero fijar mi mirada en los rostros de los hombres que ahora se encuentran tendidos sobre el suelo. Muchos de ellos estuvieron horas atrás en mi boda. No quiero encontrarme con el rostro de Ernesto, uno de los Guardianes con quien más he pasado el tiempo, pero, sin darme cuenta, he dado con él. Y no puedo soportar el dolor que se acrecienta dentro de mí, no contener las lágrimas que exigen salir.

Con los ojos anegados miro a Sergio. No su rostro, pero sí su cuerpo. Está tenso, y sus manos hechas puños. Gira despacio y no pudo describir su expresión. Quizás muchas cosas juntas: odio, dolor, venganza, miedo, terror… de todo un poco.

Me levanta del suelo, como si mi peso no le incomodara en lo más mínimo, sin dejar de mirarme a los ojos. Mis mejillas están completamente húmedas, mis ojos están cubiertos de lágrimas. Los suyos, en cambio, son fríos y calculadores.

—¡Debes irte! —dice en un rugido bestial.

—¡No!

Me niego a dejarlo. Los Guardianes han muerto. Si alguno sigue con vida, no será suficiente para detener a mis hermanas. No lo dejaré cuando es lo único que me queda en la vida

—¡No te dejaré! —exclamo.

—Te amo.

Una lágrima corre por su mejilla. Sus ojos azules están aguados. Sé que quiere protegerme, pero, ¿quién cuidara de él?

—No soportaré verte morir, debes irte antes de que ellas lleguen a ti—agrega.

—¡No! ¡No me iré sin ti!

Muevo la cabeza enérgicamente, decidida a ir con él, pero algo ocurre, tomándome desprevenida y débil. Unas manos frías presionan mi mente con excesiva fuerza. Grito de dolor y me concentro en alejarlas, en no permitirles controlarme. Entre las lágrimas veo que Sergio quiere auxiliarme, pero no hay nada que él pueda hacer. No comprende lo que ocurre, pero yo sí. Una voz ríe a carcajadas, una voz que él no puede escuchar, pero que en mi mente resuena como un eco. Mi hermana Tanils, ha hecho acto de presencia como solo ella sabe hacerlo. Y, por más que lucho, ya ella ha tomado el control de mi mente.

Todo se vuelve borroso. Solo siento el dolor agudo de mi cuerpo al impactarse contra el suelo.




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