Capítulo 10:
Un lobo
Selt Riquelme
He dudado en salir de mi habitación.
Tanils ha estado alarmada desde que amaneció, su esposo no llego a dormir. No sé a qué hora llegarían ellas, lo crucial de la situación es que él no ha llegado a casa, ni llegara por algún tiempo.
Lo que ocurrió anoche no ha sido producto de mi imaginación, ni una mala pesadilla, ha sido real. El fantasma de una abuela que no conozco lo tiene encerrado en una cabaña que aparece y desaparece a conveniencia suya.
Abro la puerta y pongo un pie fuera, recorro el pasillo y bajo las escaleras. Mi familia se encuentra reunida en el comedor, las tres parecen no haber dormido nada.
—Buenos días —me anuncio.
Mi madre es quien responde.
—Buenos días.
—¿Qué le pasa a Tanils? —acentuó una preocupación que no siento en mi voz.
—Carmelo no ha regresado y ella ya está pensando lo peor —explica Nariel sin darle mucha importancia a las lágrimas que corren por el rostro de nuestra hermana—. Ya regresará en un rato, tienes que calmarte.
—Tanils solo está sensible, y un poco asustada. Hubo meses en que las desapariciones golpearon con fuerza a Enmerald, pero estoy segura de que estará con algunos amigos —están muy tranquilas. Es inquietante.
—Por cierto, Mia regreso a la ciudad —dice Nariel, cambiando estratégicamente de tema. Se deben estar carcomiendo por dentro en busca del paradero de Carmelo.
—¿De verdad? —pregunto con desconfianza. Hace mucho que no la veo, y entre los recuerdos que me han arrebatado y el tiempo encerrada en esta casa ya no sé con certeza lo que es real y lo que no.
—Sí, ha vuelto. Llegaron hoy muy temprano por la mañana—afirma mi madre—, ¿quieres ir a verla?
Por supuesto que quiero verla, hay tantas cosas que necesito preguntarle. Ella es un ancla de una realidad borrosa.
—Sí —sonrío.
—Está en la mansión —dice mi madre poniéndose en pie para abrirme la puerta. Intentan deshacerse de mí por unas horas, es bastante evidente.
A pesar de que ha pasado algún tiempo, no debe ser fácil para mi amiga volver al lugar donde mataron a su padre. Me hubiera gustado acompañarla, pero las circunstancias nos han puesto en caminos diferentes.
—Gracias —musito al salir.
Avivo el paso; se siente de maravilla alejarse de casa. Después de tanto tiempo, por fin vuelvo a recorrer las calles de la ciudad, a sentir el aire fresco que golpea con suavidad mi rostro, otra vez en medio las calles abarrotadas, llenas de vida. Las cosas han cambiado un poco. Las personas pasan a mi lado sin fijarse en quién soy, es como volver a la tranquilidad que me ofreció ser invisible en el pasado. Me pregunto qué excusa habrá dado mi madre en cuanto a mi repentino alejamiento de la sociedad. No es que mucha gente se preocupe por mi salud, pero todas hablan y, si de la noche a la mañana te vuelves uno de los magos más poderosos de la región y de la misma forma desapareces, seguramente querrán saber qué sucedió.
Podría ir directamente a casa de Mia, pero hay otras personas a las que necesito ver también.
La tienda del señor Henry me queda a un par de cuadras. Tampoco he sabido de él. Tengo que verlo, es el único aliado que tengo en esta ciudad; la única persona que conoce a mi madre y sabe de lo que es capaz. Quizás pueda decirme algo que aclare mi mente y me ayude a comprender por qué mi madre ha hecho que me borren recuerdos. La llegada de Mia ha dado un giro en su vida, uno muy drástico. Es como si la estuvieran esperando.
Agilizo el paso hasta el final de la calle. Tengo dos caminos: uno me llevará directo a la mansión De La Rosa y el otro me devolverá al centro de la ciudad, a la tienda del señor Henry. Tomo el segundo. Los callejones se volvieron estrechos por la cantidad de vendedores ambulantes, creo que nunca había visto tantos. En la ciudad siempre ha habido puestos de mercancías en las calles, pero nunca tantos como ahora. Es más, me atrevería a decir que muchos de los que se encuentran en estos callejones no pertenecen a la ciudad. Parecen extranjeros, además, las cosas que venden son para magia negra.
Me detengo ante una extensa mesa cubierta por un fino mantel negro y, sobre este, muchos envases de vidrio con órganos que parecen humanos. Me acerco a uno para verlo mejor, y me alejo tan rápido que la vendedora se sobresalta. Dentro del envase había un corazón humano en un líquido traslúcido que lo mantenía intacto.
— ¿Qué sucede, señorita, no le gusta la mercancía? —pregunta la vendedora, una mujer de piel blanca y arrugada, ojos hundidos por la edad y el cabello entre canoso.
—No es eso —me disculpo—. Ya me tengo que ir.
Me alejo sin mirar a mí alrededor y tropiezo con un hombre de unos cuarenta años. Balbuceo una disculpa y camino tan rápido como puedo, sin dar muestra de que quiero salir huyendo de allí.
Mantengo la vista fija en el final del callejón, sin prestarle atención a las miradas que me lanzan. Algunos murmullos se alzan, y mis pensamientos cobran vida. Me han reconocido, eso quiere decir que conocen a mi madre. Hablan como si me debieran respeto, como si fuera importante para ellos.