Capítulo 11:
Ojos violetas
Selt Riquelme
Estar de regreso en la mansión De La Rosa después de tanto tiempo me aturde. Mil imágenes pasan delante de mis ojos, Un mareo me desestabiliza y me sostengo de Sergio, lo escucho preocupado en la lejanía. Yo no puedo dejar de presenciar el horror de la muerte de mi mejor amiga. Una parte de mis memorias perdidas se alzan para dejarme claro que ella está en peligro.
Me toma unos minutos recuperarme, algunas cosas han tomado sentido, pero no lo suficiente como para entender las acciones de mi madre.
—¿Estás bien? —los brazos de Sergio están firmes alrededor de mi cintura mientras descanso sobre su pecho.
—Sí. Una lluvia de recuerdos me hizo colapsar —salgo de entre sus brazos.
—¿Qué tanto has recordado?
—Unas visiones donde Mia muere, sé que visite a una mujer llamada Delia. Tengo que salvarla de alguien, pero ni idea de quien —me llevo las manos a la cara, me siento incompleta.
—Bueno por lo menos es algo. No menciones nada de eso con Mia, ella olvidó muchas cosas. Y la última vez que nos vimos no tenía indicios de haber recuperado nada —En la entrada de la mansión las puertas son abiertas, y un hombre que no recuerdo haber visto es quien ocupa el lugar del tigre.
¿Qué fue de él y Tata?, no me atrevo a hacer la pregunta en voz alta. Hay demasiados cambios, y solo me genera desconfianza.
Del brazo de Sergio, subo los escalones y pasamos al interior de la mansión. Todo está exactamente igual como aquel último día, esa noche de celebración y muerte se ha congelado en el tiempo y nadie se ha tomado las molestias de arreglar el lugar.
—Selt, bienvenida. No esperaba que nos visitaras tan pronto —la voz de un hombre joven viene bajando las escaleras. Sonrío por educación, pero su cara no me es conocida, hinco mis uñas en la piel de Sergio y de inmediato tengo su atención. No encuentro como decir que no lo recuerdo, el hombre que nos abrió la puerta me escudriña con la mirada.
—Han pasado muchos meses Fabián, es obvio que quiera ver a tu esposa —dice Sergio dándome las pistas adecuadas. Es el esposo de mi mejor amiga, sé que tenía un prometido recuerdo que me lo presento, fue allí donde conocía a Sergio, pero su rostro es borroso en mi mente y su nombre estaba completamente perdido.
—Mia estará feliz de verte, no ha hecho más que preguntar por ti desde que llegamos —le da la mano al lobo y a mí solo me dedica una intensa mirada. ¿Por qué no te recuerdo Fabián?
—¿Dónde está ella? —pregunto un poco inquieta por su presencia.
—En el jardín. Ya conoces el camino. Sergio, tenemos que hablar sobre un tema importante del concejo —se alejan hacia lo que era el despacho del señor Arturo.
Es extraño ver que ahora es él quien ocupara ese lugar, siento como una espinita se encaja en mi piel con recelo hacia ese felino. ¿Será por mi falta de memoria o porque siempre sentí eso de él?
Acudo al jardín, está descuidado. Nada es como antes, la mansión de la rosa que do en el olvido una vez que su dueño fue asesinado y su hija y esposa abandonaron Enmerald.
Ella está como en una de mis tantas visiones, sentada en un mueble de madera que ha perdido el color blanco que una vez tuvo, alisando su largo cabello negro.
—¿Mia? —pregunto temerosa. Tengo miedo de que no sea ella y que esté muerta, como todas mis visiones lo anuncian.
Se da vuelta al escuchar mi voz. Sus ojos violetas brillan de felicidad, deja el cepillo y se pone en pie. Su vestido no es ajustado en el torso, es suelto cubriendo el pronunciado vientre.
—¡Selt, te he extrañado tanto! —dice con voz agitada. Nos fundimos en un abrazo que deseo nunca se acabe. Ella está bien, respirando y con una vida en su interior.
—¡No lo puedo creer, vas a tener un bebé! —exclamo con una radiante sonrisa extendida por mi rostro.
—¡Sí! ¿No es maravilloso?
No hay rastros de tristeza en ella. Ser madre la ha tenido muy ocupada, tanta felicidad ha opacado el dolor por la muerte de su padre.
—Sí, lo es —respondo.
No podemos dejar de sonreír, han transcurrido más de ocho meses, demasiado tiempo sin vernos, sin saber nada una de la otra. Hay tantas cosas que contar, que no sé si el día nos alcance. Comienza a explicarme, sin mencionar la muerte de su padre, que su madre quedó demente desde aquel fatídico día y, como ella tampoco estaba del todo bien, Fabián tomó las riendas y la llevo a Pétalos de Oscuridad, donde se casaron al poco tiempo.
Había intentado comunicarse conmigo, pero le fue imposible. Sus cartas nunca obtuvieron respuesta. Ya me imagino por qué: nunca llegaron a mis manos, seguramente estarán ocultas en alguna parte de la casa. Mi madre nunca me entregó nada que tuviera que ver con Mia. Al no recibir respuestas, y ver que el tiempo pasaba sin saber nada de mí, le insistió a Fabián que regresaran, aunque eso removió sentimientos del pasado. Volver a la casa donde se crio, donde perdió a su padre, no le estaba haciendo ningún bien, pero lo sobrellevaba.
—¿Cómo sigue tu madre? —pregunto con preocupación.