Inmortal. Guardianes 2. Origen de los oscuros

Capítulo 16: Despedida

Capítulo 16:

Despedida

 

Selt Riquelme

Unos fuertes golpes colapsan en la puerta. Soy incapaz de moverme, estoy agotada. Use todo lo que tengo para debilitar una zona es específico, la puerta y no estoy segura de que haya funcionado. Ni siquiera en los entrenamientos con mi madre me había exigido tanto. Respiro por la boca. Si no funciono ¿cómo salvaré a Mia? Encerrada aquí no puedo hacer nada.

La puerta es abierta de un golpe. Eso me hace reaccionar, pero mis miedos siguen latentes bajo mi piel. Miro la oscuridad de la noche, que se cuela en el interior de la casa: la figura de un hombre se materializa emergiendo de la oscuridad. Me quedo paralizada, mi corazón aporrea con fuerza mis costillas. Espero a ver el rostro de la persona que irrumpe en mi casa. Reconozco esos ojos azules, intensos y bestiales.

—¡Sergio! —exclamo aliviada.

Sin pensarlo, me levanto y me lanzó a sus brazos. Me rodea con fuerza unos segundos, luego me aleja. Sus ojos muestran preocupación y, al mismo tiempo, alivio.

—Debemos irnos —dice.

—¿Qué ocurre? —pregunto desesperada porque diga que logro encontrar a Mia.

—No tenemos tiempo —es su respuesta.

—Es mi madre, ¿cierto? ¿Mia está bien? Di que Mia está bien, por favor —suplico.

No hay respuesta, sus manos se mueven ágiles y en un parpadeo estoy fuera de la casa, a orillas del bosque. Miro atrás y me siento como en ese sueño extraño que siempre tengo, como cuando ese hombre se aleja de casa dejando una vida y tomando un nuevo camino. No recuerdo a mi padre, sé que está muerto, seguramente se fue cuando ya no pudo más con las mentiras, con las máscaras. Lo único que le recrimino es haberme dejado atrás con ellas.

—La tienen Selt. No pude llegar a tiempo, ya di aviso a los guardianes —explica él.

Las ramas de los árboles parecen personas que danzan en la oscuridad, acechando. El viento silba de tal manera que se me eriza el vello del cuerpo. No entiendo qué estamos esperando, deberíamos ir en busca de mi madre.

Un potente aullido surge de donde debería estar Sergio. Giro la vista; es la segunda vez que veo a la bestia que hay en él. A escasos centímetros, se encuentra un enorme lobo de pelaje oscuro y ojos azules.

Si estuviera bajo otra circunstancia, jamás me montaría al lomo de una bestia, pero la vida de Mia pende de un hilo. No es que tenga muchas opciones para escoger.

Con los ojos aguados y tiritando del frío, atravieso el bosque a lomos de un lobo. El viento me golpea el rostro y las ramas de los árboles me arañan la piel de los brazos. Mis dedos están enredados en el pelaje del lobo.

A lo lejos puedo entrever cómo se alza una inmensa roca sobre el suelo, formando una especie de plataforma. A medida que nos acercamos, los árboles quedan atrás y la hierba se vuelve un manto oscuro y brillante.

Sergio se detiene al pie de la inmensa roca, el musgo crece y se adhiere a la roca como una segunda piel, hay una abertura en un extremo.

Camino hacia la abertura. Miro atrás y veo cómo la bestia comienza a tomar forma humana. Giro el rostro; los escalones, deformes y rústicos, forman una escalera recta hasta un pequeño claro hasta el final. Observo unos segundos.

¿Debería esperar por Sergio? No lo sé. ¿Y si es muy tarde para…? No, llegaré a tiempo.

Alzo un poco el vestido por encima de las rodillas y me precipito por las escaleras, sin mirar atrás. No quiero ver a Sergio desnudo en un momento como este.

El claro está cada vez más cerca y mis pies se mueven más rápido, pero mi afán por llegar a la cima me hace perder el equilibrio. Tropiezo con un escalón y caigo al borde de la escalera.

Mis manos se lastiman con el filo de la rocosa piedra que me sirve de escalón, la piel de mis rodillas arde y punza de forma incesante, y ni hablar de mis manos, que están un poco ensangrentadas. Las limpio de mi vestido y me pongo en pie con dificultad; mis piernas flaquean, pero logro mantenerme derecha sobre mis pies; alzo el vestido nuevamente y continuó mi travesía.

Es correr contrarreloj. A cinco escalones de entrar; un grito gutural y desgarrador me hace parar con brusquedad. Dejo caer el vestido, mis piernas tambalean mientras mi mente reconoce esa voz desgarradora; han comenzado. Pierdo el control de mi cuerpo y me siento caer, hasta que algo me sostiene.

La voz de Sergio llega a mis oídos, está desesperado, pero no le entiendo, no le prestó atención. Mi mente solo puede procesar una cosa: ese grito, el grito de Mia.

Sergio me lleva casi arrastrándome al interior. Lo primero que entra en mi campo de visión son todas esas túnicas negras en movimiento, rodeando algo, y murmurando ese extraño cántico, mientras que los gritos no cesan.

Hay demasiadas personas aquí; busco una manera de mirar más allá de la ola de oscuridad, pero no puedo. Me obligo a mantenerme en pie por mí misma. Sin ayuda de Sergio doy dos pasos y mis piernas flaquean; sus brazos me rodean por la cintura y siento el calor de su cuerpo contra mi espalda.

Lo intento de nuevo. Esta vez, logro avanzar sin su ayuda. Me abro camino entre la muralla de personas que me impiden ver a Mia. Nadie se fija de mi presencia, todos están absortos en el cántico, como si fueran una sola persona.




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