Inmortia: La Legión de Acero (serie Voces de Deonnah)

6. Vrogkhan

El sol aún no había asomado tras las lejanas cumbres del este, pero el cielo ya se teñía de un dorado desvaído que apuñalaba a la noche, arrancándole fulgores malva.

Fyorn se lavaba la cara en las heladas aguas del río que Gisli descubriera en la jornada anterior. No había pegado ojo y aún auguraba que su insomnio forzado se prolongaría durante varios días más. Prefería no pensar en cuántos.

Ya ni siquiera recordaba la última vez que había dormido a pierna suelta o, al menos, todo lo a pierna suelta que la Inmortia permitía. Tras adentrarse en Achas en busca de aquella bruja, su vida había entrado en una espiral de locura en la que el sueño acumulado se convertía en algo casi anecdótico. Pero pesaba.

Durante toda la noche, había sentido la mirada glacial de Isbreer posada sobre él y eso que la temperatura ya era lo suficientemente fría como para helarle el alma.

Harald había pasado las últimas horas sumido en un sueño inquieto, murmurando palabras ininteligibles y carentes de sentido alguno.

Gisli y Einar, por su parte, habían turnado sus horas de sueño para cuidar al viejo y mantenerse alerta.

Y en medio de todo ese movimiento, la noche se le había hecho a Fyorn aún más pesada.

Sin embargo y aunque no hubiera tenido a escasos metros unas cuantas manos prestas por blandir el arma que acabase con su vida, Fyorn estaba seguro de que hubiera sido incapaz de dormir en aquel bosque. Las normas de la Inmortia prohibían internarse en él, pero esa distancia impuesta y cauta nunca le había impedido sentir erizada toda su piel al recorrer los contornos de su espesura.

Achas era un bosque maldito, cuya vegetación hablaba en susurros, hallando en la noche a una aliada perfecta para el embrujo. Sus pulmones eran el aire de los proscritos, recorriendo en heladas ráfagas el laberinto de troncos oscuros. Sus entresijos, las venas que contenían la sangre de los traidores.

Su maleza ocultaba solitarias tumbas y concurridos camposantos, custodiados por espíritus errantes que regresaron de la muerte mediante las prácticas prohibidas de la magia oscura.

Prisionero de sus propios pensamientos, la llegada de Einar le hizo dar un respingo, sobresaltándose.

¿Cómo había podido el principito colocar su culo allí sin que él lo oyera? Un descuido semejante le hubiera costado un severo correctivo en el seno de la Inmortia.

Einar se lavó también la cara y llenó de agua el improvisado recipiente que Gisli había fabricado con un montón de pieles.

Fyorn se puso en pie, ignorándolo, y caminó de regreso al pequeño claro en el que habían pasado la noche. Se detuvo, sorprendido, cuando observó que el viejo Harald montaba sobre su yegua, cuyas riendas agarraba Isbreer.

Gisli rebuscaba en las alforjas con su única mano, en absoluto preocupado por su presencia.

—Bájalo de ahí —ordenó el muchacho sin más.

—¿O qué? —preguntó Isbreer.

Fyorn observó que la muchacha ya se había llevado la mano a la daga que guardaba en el cinturón. Poco se molestaba en disimular las ganas que tenía de hundírsela en la garganta y al mismo tiempo, él se molestaba menos en no concederle argumentos para hacerlo. Pero de ninguna manera permitiría que aquella gente se burlase de él.

—Escucha, chico —intervino Gisli. El hombre se giró y masticó con despreocupación uno de aquellos frutos amarillos que podían recogerse en los árboles cercanos—, el viejo está herido y hay que salir de Achas cuanto antes, de modo que dejémonos de idioteces y pongámos en marcha, ¿quieres?

—Devuélveme mi montura —repitió él.

—Harald no puede andar.

Fyorn se giró ante la llegada de Einar.

—No le deis ninguna jodida explicación —espetó Isbreer—. Que se quede aquí si no quiere andar.

—Quiero que me devolváis mi montura.

Se acercó en una zancada y tiró de la manta que cubría al viejo, pero la rápida mano de Isbreer apartó la suya con un tajo que le hizo sangrar.

—¡Basta! —gritó Gisli.

—¿Por qué no lo matamos ya? —propuso la joven.

—Inténtalo —la retó Fyorn.

No llegó a dar el paso pretendido cuando la mano de Gisli se colocó sobre su pecho, deteniéndolo.

—No me toques —escupió Fyorn, con desdén.

—Entonces mantente tranquilo —respondió Gisli, palmeándole dos veces sobre el tórax—. Vamos a marcharnos de aquí lo más rápidamente posible y Harald lo hará sobre la única montura que queda, ¿de acuerdo?

Fyorn no alcanzó a abrir la boca cuando Isbreer tiró de las riendas de la yegua y empezó a alejarse de allí, junto a Einar y Gisli.

—Idos a la mierda —bramó Fyorn, furioso—. No voy a ir con vosotros a ninguna parte. No me interesa llegar a Cryda a vuestro lado, no me servís para nada y podéis quedaros con esa jodida yegua, cuyo nivel como montura está al vuestro como guerreros. ¡A la mierda!




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