El sol siempre había sido todo un misterio para Fyorn. Solía imaginarlo como el objeto olvidado de unos dioses huidizos, tan fascinante como incomprensible. Una bola de fuego levitando inmóvil en el cielo y ofreciendo un calor convertido en burla. Debía de ser capaz de otorgar mucho más, pero en la fría Lungeon su calidez era apenas un tentador espejismo.
Hubo un tiempo en el que los dioses caminaban sobre aquellos senderos, respiraban su mismo aire y saciaban su sed en aquellos mismos ríos. O eso había oído. Y aquel imponente astro debía de ser algo así como un rastro perdido en el momento en el que decidieran no mezclarse más con los simples mortales.
Aquella mañana brillaba con intensidad, como si esos mismos dioses les otorgasen su particular presente por haber sido capaces de abandonar el bosque de Achas y seguir con vida.
Resultaba paradójico. Por momentos, Fyorn no sabía en qué extremo ubicarse. Seguir con vida. Le dolía tanto la pierna, cuyo aspecto había empeorado ostensiblemente, que había llegado a sentirse muy próximo a la muerte; había oído su susurro en el oído y su caricia, sobre su cuello, como una amante fría. Al mismo tiempo, otra vocecilla interna, algo más cálida, le había repetido que el dolor estaba ligado a la vida y que la ausencia del mismo solo auguraba malos presagios.
Se detuvo por enésima vez y se dejó caer sobre la hierba fresca sin rastro de nieve apenas. El sur le abría los brazos, aunque él no pudiera responderle.
Einar se agachó enfrente y alzó una ceja, mirándolo.
—¿Sigues vivo? —le preguntó.
—Jódete...
—Sí, sigues vivo. Supongo que la ponzoña te mantiene, pero hasta esa se te acabará. Isbreer está dispuesta a darte de ese mejunje... si se lo pides.
Fyorn trató de sonreír. Ya ni siquiera le importaba si lograba o no engañar a alguien.
—Prefiero morirme.
Se sobresaltó cuando una espada se clavó entre sus piernas abiertas. Gisli se agachó a su lado y le dio un seco tirón del pelo, apartándoselo de la cara.
—No puedes morirte, chico —le dijo con desdén—. Te necesitamos, pero puesto que no le pedirás nada a la chica, lo conveniente es que te cortemos la pierna.
—¿Qué cojones estás diciendo?
Las palabras de Gisli habían conseguido arrancarle un latigazo de furia, aletargada toda ella bajo una odiosa debilidad que no le daba ni para mostrar su indignación.
—Se te gangrenará si no la tratas y dado que no pareces dispuesto a hacerlo, habría que tomar medidas antes de que sea demasiado tarde.
Fyorn miró a Einar, como si esperase a que este desmintiera la dura afirmación de Gisli, pero el antiguo príncipe de Lungeon se limitó a mirarlo, esperando respuesta.
—¿Para qué me necesitáis?
—Para llevar a la Inmortia donde merece.
Toda respuesta en boca de Gisli parecía natural, como si tratase un asunto que todos debían conocer, pero además de no ser así, todo cuanto decía multiplicaba las dudas y las preguntas.
—¿Llevarla donde merece? ¿Buscáis destruir a la Legión de Acero? Es demencial y solo habla de....
—Chico, no voy a contarte toda la historia para que luego te mueras. Sana esa pierna o córtala y entonces, nos pondremos manos a la obra.
Fyorn buscó a Isbreer con la mirada. La joven se mantenía algo más apartada, junto a Harald, comiendo y, en apariencia, ajena a la conversación que se daba tras de ellos.
—Vamos, la enviaré al río, así tendréis un poco más de intimidad.
Gisli se puso en pie ante la socarrona sonrisa de Einar.
—¿Intimidad para qué? —preguntó Fyorn.
—Para que puedas pedirle el ungüento sin tener que humillarte delante de todos, ¿para qué otra cosa, si no? Si hay algo más que quieras hacer con ella, eso es asunto tuyo, chico.
—Dioses...
El hombre se alejó unos pasos y se agachó junto a Isbreer y Harald. Fyorn no supo qué le habría dicho, pero la muchacha se puso en pie y se alejó. Después, su extravagante compañero lo miró y sonrió, alzando el brazo al aire en señal de victoria
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***
A Fyorn ya no le sorprendió que Isbreer se hubiera dado cuenta de su llegada. La chica vivía en constante alerta, pero a pesar de reparar en él, apenas le dedicó una fugaz mirada antes de volver a llenar el recipiente que Gisli le había dado con el agua helada del río.
Fyorn resopló y se acercó, despacio. Cómo odiaba tener que rebajarse. Se arrodilló junto a la joven, con una mueca de profundo dolor y la miró, mientras ella lavaba y rellenaba el recipiente.
—Gisli dice —empezó, sin más— que me darás ese mejunje si te lo pido. Pues bien, te lo estoy pidiendo.
Isbreer sonrió sin que eso le arrancase el más mínimo atisbo de odio en la mirada.
—No he oído tu petición.
Fyorn negó con la cabeza mientras se mordía el labio inferior. No se lo iba a poner fácil, debí haberlo deducido.