Inmortia: La Legión de Acero (serie Voces de Deonnah)

11. La otra mitad

Llevaban ya un buen rato caminando y encaraban la última jornada de viaje. Cryda no podía estar ya demasiado lejos y de ello daba fe el calor que empezaba a arreciar por la zona. Fyorn nunca lo había sentido con esa intensidad, pues aquella era la primera vez que abandonaba las tierras de Lungeon.

—¡Última parada, señores! —anunció Gisli, a voz en grito—. Si todo va bien esta noche dormiremos a buen recaudo.

Dejó caer el pequeño fardo con el que cargaba y a su lado tomaron asiento Isbreer y Einar. Harald se alejó y Fyorn se sintió incapaz de seguir prolongando todas aquellas preguntas que lo atormentaban. Se acercó al viejo con discreción y se apoyó sobre el retorcido tronco de un árbol oscuro y de desnudas ramas.

—¿Quién hay en Cryda? —preguntó sin más.

Harald lo miró fugazmente y se entretuvo en tratar de prender una fogata, mientras Gisli y Einar se perdían bosque a través, con la intención, probablemente, de cazar algo. Isbreer se dedicó a afilar su espada en un gesto que, por primera vez, no le resultó intimidatorio a Fyorn.

—Hay respuestas que es mejor tener frente a las narices a que otros te las expliquen.

—Ya, pero yo estoy harto de esperar. Lleváis medio camino posponiendo una explicación y empiezo a pensar que me estáis tomando el pelo.

Harald sonrió.

—A esto es exactamente a lo que me refiero. Por más que te expliquemos no dejarás de pensar que te tomamos el pelo. Sin embargo, creerás en aquello que veas.

—Vamos, por favor.

De nuevo la sonrisa curvó los delgados labios de Harald.

—En menos de un día has pedido por favor dos cosas y te has disculpado otra más. Sí ha de ser grande tu curiosidad.

—Casi tanto como vuestra desgana por saciarla.

—¿Alguna vez te has imaginado centro de una profecía o del parlamento de un dios?

—No. En Lungeon no hay dioses.

—Y sin embargo tú los has mentado unas cuantas veces durante el viaje.

—Bueno... Mi... mi padre...

—Tu padre conoció a uno.

—¿A un dios?

—Una diosa. Ella le habló de ti y le vaticinó tu papel en todo esto.

—En todo esto... ¿y cuál es mi papel? ¿Qué está pasando?

Los cascos de unos caballos interrumpieron la conversación e Isbreer se puso en pie como un resorte, empuñando ya su acero. Gisli y Einar llegaron corriendo a toda prisa, perseguidos por los inesperados jinetes, que no eran otros más que los miembros de la Inmortia, con toda seguridad, aquellos a los que Íveron había enviado paralelamente a él y su particular compañía. A buen seguro habían hecho ya en Cryda lo que se les había ordenado y regresaban de camino a Lungeon, pero las espadas estaban prestas en sus manos. Llegaron hasta allí una veintena de soldados, que los rodearon, despertando curiosamente en Fyorn, todo menos confianza.

El muchacho alzó la mano y avanzó un paso con timidez.

—Soy Fyorn —dijo—, miembro de la... —Se interrumpió al recordar las líneas que se trazaban sobre su emblema, las del traidor. Sin embargo, el Albor le había encomendado una misión, concediéndole una nueva oportunidad. Siendo así las cosas, ¿cómo de miembro podía sentirse de aquella legión?—. Íveron nos envió a Cryda a lanzarle una advertencia a la Dríada —dijo al fin.

Aquel que parecía estar al mando se despojó del casco y Fyorn lo reconoció al instante.

—¡Batfuld! —exclamó—. Soy Fyorn, el hermano de Eghorn. Hijo de Obrom.

—Traidor de la Inmortia, según tengo entendido.

—Mal entendido, entonces. El Albor me dio una nueva oportunidad después de salvarle la vida. Me envía a Cryda...

—¿Con estos? ¿Esta es tu compañía?

Las burlas estallaron a su alrededor convertidas en risotadas histéricas que trataban de aplastarlo bajo el peso de la humillación. Isbreer lo miraba, curiosa, imaginó Fyorn, ante el hecho de ver cómo los trataba frente a miembros de la Inmortia.

—No os dejéis... engañar por sus apariencias. Son buenos guerreros.

—¿Y dónde te ha plantado batalla la chica? —preguntó alguien entre la multitud.

Las risas volvieron a alzarse, algo más tímidas, mientras la joven hizo ademán de adelantarse, pero el propio Fyorn la retuvo, sujetándola de la mano. Ella se zafó y las burlas se intensificaron.

—Ya veis que sí le da guerra —bramó otra voz.

—Vamos, señores —intervino entonces Gisli, con su habitual sosiego—. Vosotros volvéis a Lungeon y nosotros vamos a Cryda. ¿Dónde está el problema? Toda una poderosa legión como la Inmortia no debería perder el tiempo con cuatro campesinos y un traidor, ¿no es así? Es demasiado insignificante.

—Albergábamos la esperanza de que el bosque se hubiera encargado de vosotros —respondió Batfuld, el capitán al mando—, pero dado que no es así, nosotros lo haremos.

—Oh, no os molestéis —exclamó Gisli, sonriendo.




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