¿inocencia? tal vez..

Capítulo único

Historia corta

¿Inocencia?

Tal vez, siempre va a depender de cómo cuentes la historia…

Esta es la mía…

–– Eiffel, baja ya por favor! –– La voz de mi abuela resonaba en la casa, pero yo seguía perdida en el limbo de mis pensamientos, y mis ojos devorando aquella pequeña libreta que encontré por casualidad de cuando era pequeña, en ella dibujaba corazones entrelazados. Uno llevaba mi inicial, "E", y el otro la de él, "G". Gerardo. Un nombre que a los seis años ya había entrado en mi corazón. Gerardo. Él tenía unos ojos bonitos…––Eiffel–– Vuelve a llamar mi abuela y en este punto es mejor apurarme.

¿En qué iba? Ah sí, ya, en unos bonitos ojos que me tenían en el limbo… pero él y yo, aunque mas yo, viví un sueño hermoso y quizás idílico.

Todo empieza cuando tenía solo seis años, y se preguntaran ¿seis? Y mi respuesta es sí, seis. ¿Qué puedo decir? Es ilógico pensar que solo una niña de seis años pudiese sentir algo mas allá de un simple cariño o aprecio por alguien ajeno a la familia, pero así paso con él. Desde el primer día en aquel jardín de infancia y desde la primera vez que lo vi, lo supe, supe que sería algo especial. Lo que nunca pude imaginar fue hasta qué punto.

Lo que pareció un cariño inocente se convirtió en algo más con el pasar del tiempo y los años.

Cuando tenía siete me mude con la abuela y a los diez años me regrese de nuevo con mi madre, cosa que siempre me pareció ilógico pero bueno, allí estaba de nuevo, “cosas de adultos” como suelen decirnos para darle explicación a algo que no la tiene. A esa edad me fui de nuevo con mi madre y su ahora nuevo esposo debo decir que fue lo mejor que le pudo pasar. A esa edad me inscribieron de nuevo en el colegio que estudiaba antes de irme con mi abuela y a esa edad confirmé que me había enamorado de él por primera vez, si, por primera vez o caí por inocente por primera vez, no lo sé, mejor sigo contando.

El primer día de colegio en esa segunda oportunidad, todo estaba diferente, mis compañeros ya no eran los mismos, mis amigos ya no lo eran o al menos eso me parecía, los profesores habían cambiado hasta las aulas habían cambiado. Creo que todo había cambiado menos yo, que me moría por saludar a mis antiguas amigas pero que con una sola mirada basto para que me detuviera en seco, me miraron de arriba abajo como un bicho feo, si eso no me detenía créenme que me abofetearía a mí misma para hacerlo, pero no hizo falta mi cuerpo reacciono y cambie de rumbo sin pensarlo dos veces. A estas alturas me importaban poco las opiniones de las demás personas hacia mí, no era la primera vez que lo vivía, es más cuando me mudé con mi abuela por primera vez fue peor, porque allí si no conocía absolutamente a nadie, el principio fue duro, pero con el tiempo me di cuenta que tanto ellos como yo solo teníamos miedo. Miedo a lo desconocido y a lo nuevo. Desde aquel primer día de clases, supe que Gerardo era especial. Su sonrisa iluminaba el salón, sus ojos azules parecían esconder un universo de secretos y su voz... Su voz era música para mis oídos.

A los siete años, me mudé con mi abuela y a los diez regresé con mi madre. Todo había cambiado en el colegio, excepto él. Gerardo seguía siendo el mismo niño que me había robado el corazón, solo que ahora era más alto, más guapo y más... ¿Maduro?

Nuestra amistad floreció con el tiempo. Pasábamos horas juntos, ya sea en su casa o en la mía, haciendo tareas, jugando o simplemente conversando. Él era mi mejor amigo, mi confidente, mi todo.

El tiempo pasó y ya estábamos en bachillerato y tanto él como yo nos acercamos mucho, nos hicimos amigos inseparables, siempre juntos, siempre unidos. Él pasaba las tardes en mi casa o yo en la suya, aunque me gustaba más en la suya ya que su mama era profesora del mismo instituto donde asistíamos y ella siempre encantada en ayudarnos con dudas o cualquier otra cosa que pudiéramos necesitar, no digo que mi madre no lo hacía solo que tenía que atender a cuatro hermanos pequeños y fastidiosos. Había pasado cuatro años desde mi llegada y la amistad con él seguía mejor que el día anterior, hasta que un día todo cambio.

Gerardo dejó de ir a mi casa, dejó de buscarme en el colegio. Y entonces, lo vi. Caminando de la mano de Sora, mi "mejor amiga". Un dolor agudo atravesó mi pecho, un dolor que nunca antes había sentido.

El idilio de la historia acaba cuando termina rompiendo mi corazón sin darse cuenta. ¿Cómo podía él saberlo? o ¿Cómo podía yo saberlo? Estaba tan inmersa viviendo el día a día con él que no me di cuenta lo cómoda que estaba a su lado, lo acostumbrada de tenerlo siempre cerquita conmigo en todo momento que ni siquiera vi venir que me había enamorado, si en la primera oportunidad creí sentir algo por él en esa segunda confirmaba lo que sentí por vez primera. Hormonas desbocadas y sin control que me decían era amor. Y no por el hecho de sentir mariposas ni nada que se le pareciera, sino, por el hecho que verlo con otra agarrado de la mano hizo que sintiera un nudo o hueco inmenso en mi corazón, algo así como ver la figurita de un corazón partido en dos, cosa que me parece ridículo, pero es la única imagen que se me viene a la cabeza al pensar en el dolor tan grande que sentí en ese momento.

Verlo agarrado de la mano a la que creí en mi primera oportunidad era mi mejor amiga fue lo peor. En ese momento supe que lo había perdido, que había perdido a mi mejor amigo y para ese entonces… amor de mi vida.

Pues bien, no estaba alejada de la realidad, realidad que me golpeaba a diario en el instituto al verlos juntos. Realidad que atropellaba cada que se acercaba a saludarme creo; por pena. Sigo pensando ahora a mis… que es mejor un buen amigo a miles que al final no cuentas con ninguno. Era la cantidad y la calidad de tiempo que vivimos cuando estábamos juntos. Las horas pasaban sin darnos cuenta, éramos a nuestra manera “inocentemente” felices.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.