Observo los pasajes sin terminar de decir que hacer.
Cuando por fin llegué a mi departamento, esquivando todas las miradas, me metí en la ducha y me di un buen baño caliente. Tal vez fuera sugestión, pero me costó mucho sacarme la sangre de las manos. Sin importar cuanto las frotara, siempre las veía rojas. Finalmente asumí que todo estaba en mi mente, que no iba a poder limpiarme más de lo que estaba y salí. Puse la ropa ensangrentada en una bolsa de basura y, con pesadez, fui a la cocina a prepararme un mate.
Doy un sorbo a la bombilla sin dejar de releer: “Dolores. Se anuncia a Mar del Plata. Salida 22:00 Hrs.”
Si me iba podía parecer sospechoso, pero si no también. Ya imaginaba las preguntas de la policía: “si no sabía nada, ¿por qué no se fue en el viaje que tenía planeado?”
Doy otro sorbo. Miro la hora. Recién son las cuatro. Tengo tiempo para decidirlo.
La incertidumbre me esta matando, así que me pongo de pie y busco el control remoto. Prendo el televisor para intentar distraerme. Con solo cuatro canales no tengo muchas opciones. Finalmente me detengo en un noticiero.
“...la víctima fue identificada como Aldana Ramirez, de veinte años...” dice el presentador. Ya se supo. De un momento a otro alguien va a hablar. Van a dar mi descripción entrando al departamento o hablando con ella en el bar la noche anterior. Un par de preguntas por acá y por allá y, antes de que me de cuenta están tocando a mi puerta. Inconscientemente dirijo la mirada hacía la entrada pero la ironía no es tan grande. Nadie llama.
Vuelvo la vista al televisor pero ya están hablando de otra cosa. El tema no parece ser tan importante.
Debería conseguirme un abogado pero no tengo dinero. Siento que no tengo opciones. No es mi mejor jugada, pero finalmente me decido y llamo al subcomisario Urrutia. Si alguien sabe qué hacer en esta situación es él.
-Pibe. ¿Qué pasó?
Sus saludos son siempre tan gentiles. Cómo si el único motivo por el que lo llamara es para decirle que hay problemas. Bueno, en realidad es así, no lo llamo nunca excepto cuando las cosas se complican.
-Necesito su ayuda. Estoy metido en un quilombo.
-¿Qué hiciste?
-Por teléfono no. Nos vemos en el café de la esquina de la oficina, ¿puede ser?
-Llamame cuando estés aca que bajo. -responde tras meditar un instante.
Corto y miro los pasajes. Desaparecer unos días no es tan mala opción. Me voy al puerto, me subo a un barco y vuelvo cuando todo se enfríe. Mejor dejar ese plan como última alternativa.
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Editado: 13.01.2020