Inocente hasta que recuerde lo contrario

Dolores

Llegué a la ciudad temprano y, como la fiscalía todavía no abre y no tengo plata para un hotel, me senté en un café a esperar.

Ayer, el subcomisario Urrutía me recomendó que siguiera con mi rutina hasta que la policía me llamara. Si eso pasaba, era mejor decir que había ido a la casa de la muchacha y me había ido sin ver nada sospechoso. Si habían encontrado el frasco de medicamentos y decía no haber estado nunca ahí, generaría una contradicción que acrecentaría las sospechas sobre mí.

Fue un día largo. Casi no dormí esperando que la policía viniera a golpearme la puerta de un momento a otro. Pero no pasó nada. Nadie me visitó. Nadie me llamó. Así que a la madrugada emprendí el viaje que tenía programado.

Reviso el archivo una vez más. El apellido del fiscal que había cerrado el caso era Gonzalez, no lo conozco. El que reabrió la causa era Castro, tampoco lo tengo presente. Un detalle curioso, en la lista de beneficiarios no figura Aldana. El único registro es un tal Ángel Parodi que, donde tiene que poner la relación, puso “amigo”.

Miro la hora, son casi las nueve. Apuro el café y pido la cuenta. Voy al baño, me echo un poco de agua fría en la cara, me peino y trato de verme lo más presentable posible.

La fiscalía pasa bastante desapercibida a no ser por la placa que hay en la entrada. Entro y me aproximo al escritorio más cercano a la puerta.

-Buenos días -digo al acercarme a una mujer corpulenta que no se inmuta ante mi presencia y sigue concentrada en la conversación que lleva en su celular- Vengo a ver al doctor Castro.

-¿Tiene turno? -pregunta de mala gana.

-No. Es por una investigación. Me mandan de Capital.

La mujer levanta la vista y me inspecciona de arriba a abajo. Se detiene un momento en la carpeta y levanta el tubo del teléfono que tiene en un rincón del escritorio.

-¿Doctor Castro? Lo busca un joven por un caso.

-Dígale que es por el caso Álvarez -acoto por sobre la conversación.

-Sí. Sí. El caso Álvarez. Bueno. Le digo.

Corta y me mira nuevamente, como si estuviera decidiendo si le conviene ayudarme o no.

-Segunda puerta a la derecha -dice finalmente.

Agradezco y me adentro en la construcción. Recorro un estrecho pasillo hasta dar con la puerta que me habían indicado. Golpeo y, tras la invitación a pasar, abro la puerta de la oficina.

-Buenos días, ¿qué se le ofrece?

El fiscal es un hombre joven, de unos cuarenta años. A pesar de ser temprano se lo ve cansado.

-Buenos días. Vengo de la agencia SECURA por el caso Álvarez. Entiendo que usted pidió reabrirlo.

-Sí, sí. El asunto estaba lleno de irregularidades.

-¿Cómo cuales?

-Según el forense, las heridas del chofer solo podían ser consistentes si hubiera estado desmayado al momento del choque. Cuando pedí revisar el cuerpo con un perito de mi equipo me dijeron que ya lo habían dispuesto al familiar más cercano y éste lo había cremado. Indagué en ese tema, ya que Álvarez no tenía familia, y resultó ser un amigo íntimo. Su abogado había hecho los arreglos.

-¿Cómo se llama?

-¿El abogado? No se, un tal Ramírez.

-No, no. El amigo.

-No me acuerdo. Esperá. Lo tengo anotado por acá. -comienza a escarbar en un montón de papeles hasta dar con el que estaba buscando- Acá está. Ángel Parodi.

El mismo que figuraba como único beneficiario de la póliza. Anoto el nombre en mi libreta.

-Para el informe, tengo que determinar la identidad del asegurado. ¿Puede decirme si en algún momento sospecho que no se trataba de Sergio Álvarez?

-No, la verdad que no. Pero te puedo asegurar algo. Eso no fue un accidente. Al tipo lo mataron.



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En el texto hay: persecucion, amnesia, estafa

Editado: 13.01.2020

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