Ya eran las tres de la madrugada y Ada no había pegado un ojo, su hermana no hace mucho que se había dormido desfallecida de tanto llorar contra el mueble. Su madre no se había despertado para nada.
Sola con el silencio de la habitación y el ocasional murmullo del hospital que nunca dormía, se atrevió a dejar que sus ojos derramaran lagrimas silenciosas. Dolorosas lagrimas que desde hace muchos años no se había permitido soltar frente a nadie.
Ella no era la niña que lloraba en la escuela y era consolada por todos, más bien, era aquella niña silenciosa que estaba hay para los demás aun cuando nadie estuviera para ella. No se permitía nunca mostrarse débil.
¿Qué haría ahora?
Siempre había tenido sentimientos encontrados por esa mujer que le dio a luz. No la odiaba por supuesto, pero tampoco deseaba su muerte ni que se fuera de una manera tan dolorosa del mundo. Y le dolía aún más el sufrimiento de sus hermanos, le dolía la impotencia que sabía sentían al no poder hacer nada por su madre, al no tener dinero suficiente para los gastos del hogar que con dificultad mantenían.
Las gruesas gotas siguieron rodando por sus mejillas, así lloraba ella sin hacer ruido. Alguien tenía que ser fuerte y la única que podía hacerlo era ella. Su padre había muerto cuando era apenas una niña, su hermano todavía era menor, su hermana debía cuidar a su madre y su propia salud no le permitiría trabajar horas tan extenuantes como a ella.
—Dios, estoy cansada.
La muerte era una realidad muy difícil de enfrentar. Y más cuando se esta tan desesperada para salir del pozo sin salida en el que siempre estaba y parecía nunca dejarla salir.
Así era su vida sin momentos de paz. Siempre estaba en guerra.
¿Cómo le diría a su abuela que su hija estaba muriendo y no podían hacer nada? O a su hermano que pronto no tendría madre.
Con el dorso de su mano aparto todo rastro de lágrimas y no fue hasta la mañana cuando su hermana se despertó que se atrevió a levantarse y dejar la sala para comprar un café. Asli y ella como un acuerdo tácito no mencionaron nada de lo que paso el día anterior.
—¿No vas a pasar por la casa? Aydin no me ha contestado ninguna llamada desde ayer. Me preocupa que se quede en casa tanto tiempo solo.
—No Asli, no me da tiempo ya, pero en cuanto pueda le marco.
—Está bien, cuídate mucho hermana.
—Tú también, llámame por cualquier cosa.
Se despidió de ella con un beso en la mejilla y solo dándose una ducha en los baños para los familiares de los pacientes partió rumbo a su trabajo.
Sus ojos ardían y se sentían pesados su cuello y espalda dolían, pero aun con su sonrisa amable de siempre entro en la cafetería e inicio otro día más en su vida.
Después del habitual saludo cordial del señor Aslan comenzó a hacer su trabajo. Esta vez estaba tan cansada que cuando el mismo hombre de las diez de la mañana llego, no le presto ni la más mínima atención y simplemente lo atendió como siempre sin importarle su mirada fija en ella.
El dolor en su cabeza la estaba matando, pero no podía permitirse descansar. No cuando tenía muchas deudas que pagar y el fin de mes aún estaba lejos.
Así que cuando estaba sirviendo los cafés en una mesa y la mujer sentada se levantó sorpresivamente, no pudo reaccionar a tiempo e inevitablemente la bandeja entera se le fue encima.
La exclamación de la mujer no se hizo esperar, sus manos aventaron todo sobre la mesa, y la cristalería crujió contra el suelo. Ada no tuvo oportunidad de tocar por instinto su brazo quemado cuando sintió una fuerte palmada contra una de sus mejillas.
—Eres una estúpida. ¿Acaso no tienes ojos? Mira el desastre que hiciste. — La mujer algo robusta se inclinó hacia la silla a su lado sujetando un bolso muy bonito que por su apariencia se notaba caro. — ¡Mira esto! Mi bolso está completamente arruinado. Como puedes ser tan descuidada.
—Señora lo siento no era mi intención yo…
—No me importa cuál era tu intención, arruinaste mi bolso. Eres una pobretona incompetente.
La voz de la mujer comenzó a elevarse varios grados. El corazón de Ada latía sumamente desbocado, en tan solo unos minutos todo se había salido de control. Apretando su mano izquierda contra su brazo derecho en un intento de menguar el dolor intento disculparse nuevamente.
Se trago su orgullo y dignidad.
—Le suplico me disculpe no fue intencional, yo solo estaba sirviendo su mesa cuando de repente se levantó y…
—¿Intentas decir que fue mi culpa? Lo que me faltaba, quiero ver al dueño, no pueden tener a gente como tu trabajando aquí.
—¡No! Señora le ruego me perdone, no puedo perder este trabajo, yo puedo pagarle, la compensare por su bolso…
La mujer la interrumpió con una carcajada socarrona.
—Es un bolso de diseñador, ni siquiera trabajando toda tu vida como meserilla podrías pagar mi un bolso tan lujoso como este. Llama al dueño o tendré que ir a buscarlo yo misma.
Y como si Dios estuviera del lado de esa mujer, el señor Aslan llego junto a ellas. Justo cuando todos miraban el espectáculo.