Varios hombres estaban apostados fuera del pequeño departamento de la segunda planta de un viejo edificio, ubicado en las afueras de Estambul, estaba en un barrio bastante precario, a veces no tenían los servicios básicos, pero al final de cuentas era un hogar donde sus hermanos y ella habían vivido durante mucho tiempo. Un lugar que podían pagar, un techo sobre sus cabezas por el cual a pesar de la precariedad se sentía agradecida.
Ese hogar que tanto les había dado, ahora estaba invadido por un manojo de hombres que sacaban sus cosas y las bajaban a la calle fuera del edificio. Sillas, mesas, muebles y todo cuanto pudieran estaba siendo lanzado con la menor de las consideraciones al suelo. Su arrendador imperturbable como siempre vigilaba desde la puerta ordenando que se apresuraran.
—Señor Hazan, por favor usted dijo que iba a esperarme hasta finde mes. Se lo suplico en este momento no puedo pagarle, pero yo le garantizo que a final de mes lo primero que hare es darle su dinero.
—Lo siento Ada, ya no puedo esperar más. He esperado demasiado tiempo a tu familia, he perdido demasiado dinero por ustedes. Además, ya tengo a alguien interesado en alquilar el departamento.
—Pero me había dicho que me daba hasta a fines de mes. Por favor no me puede hacer esto. No ahora…—Su voz comenzaba a quebrarse. ¿Qué podía decir ya?
Mirando a sus vecinos que habían salido a mirar el escándalo no pudo más que sentirse avergonzada y desesperada. Su hermano adentro intentaba tomar algunas de sus cosas más valiosas.
¿Por qué? Siempre era a ella la que le ocurría esto. Estaba cansada de luchar.
No pudo hacer nada y no mucho después se encontraban junto a su hermano se quedaron sentados en la calle, sus pocas pertenencias las habían encargado a una amable vecina. La mirada en el suelo y el desconsuelo era todo lo que le quedaba.
—Hermana…
—Lo voy a resolver, no te preocupes. —Saco de su pantalón unos billetes y se los dio—Mejor ve a comprar algo para comer, ya se me ocurrirá algo. Ve al hospital y acompaña a Asli, no le digas nada aún.
Ella siempre puede.
Siempre tiene que poder.
—Está bien.
Al notar que necesitaba espacio, Aydin no dijo nada más y se fue dejándola sola.
Dios bendito. Que es lo que iba a hacer.
Se pregunto a si misma desde cuando había caído tan bajo en la vida, venia de una familia normal de clase media, padres cariñosos y hermanos a los que adoraba. Todo fue en declive desde que su padre murió cuando era una niña que apenas había comenzado a ir a la escuela.
El padre amoroso y trabajador que los sacaba una vez a la semana por un helado y siempre estaba trabajando para que no les faltara nada, se había ido una noche gris mientras regresaba de su trabajo. Unos pocos dólares bastaron para arrebatarle la vida a un buen hombre.
Después de eso todo fue en picada. Su madre paso por varias relaciones que culminaron en la pérdida de su casa y que esta se fuera con su ultimo amante dejando a dos hijos menores a cargo de una que recién acababa de comenzar a estudiar la universidad.
Por mucho tiempo el odio, las carencias y las preocupaciones inundaron su vida. Nunca tuvo la oportunidad de tener una niñez ni adolescencia normal. Salir a una fiesta, ir de compras, hacer un corto viaje. Mucho menos enamorarse.
No tenía energía para eso.
De nuevo sintió el dolor en su cabeza como si fuera a estallar repentinamente.
El sonido de su celular la obligo a desviar la mirada hacia él, la notificación de un mensaje la hizo abrirlo de inmediato al mirar que el remitente era su jefe.
“No es necesario que te presentes a trabajar mañana. Descontare de tu salario el dinero por los desastres causados.”
Despedida y sin casa, con muchas deudas que pagar.
Todo a su alrededor se oscureció y por más que intento no cerrar los ojos, su inconsciencia la venció.
Por un instante antes de desvanecerse deseo no despertar más.
Una suave calidez a su alrededor la saco de la inconsciencia sacándola del abismo de la tranquila oscuridad que la envolvía. Intentó moverse, pero sentía el cuerpo pesado y no respondía. Una sensación de pánico la invadió, pero entonces una voz tranquilizadora rompió la bruma en la que estaba.
—Está bien. —dijo una voz tranquilizadora que creía reconocer—Estas a salvo.
Giro la cabeza en dirección a la voz y lo vio, era el hombre de las diez del café. Con un aura tan arrogante e imponente estaba sentado al lado de la cama donde ella estaba. De repente se congelo, solo estaban los dos solos en una habitación desconocida.
Tantas preguntas en su cabeza rondaban, se sentía liviana bastante descansada como si hubiera dormido durante horas. El único malestar que le quedaba era una ligera punzada en la cabeza.
¿Acaso la cereza del pastel de sus desgracias seria que la secuestraran y que hicieran lo que quisieran con ella?
No. Eso no.
Intempestuosamente se puso de pie y corrió hacia la puerta, no logro ni girar la manija cuando unos fuertes brazos la sostuvieron por la espalda.