No fue hasta que la vio desaparecer que Lucas pudo reaccionar, era como si se hubiera sumergido en un mágico sueño o hubiera sido transportado a un universo paralelo donde todo se le antojaba más luminoso, alegre y ligero. Se sentía flotar.
¿Qué era eso que estaba experimentando? Lucas decidió no pensar mucho en aquellas sensaciones que lo estaban embargando, se sentía feliz y eso era lo único que le importaba en aquel momento.
Con la sonrisa grabada en el rostro se dirigió de regreso al hotel. Esa noche sus padres tenían una recepción y estaba obligado a asistir. En cualquier otra circunstancia eso lo tendría de mal humor, ya que una de las cosas que detestaba eran esas interminables fiestas que solo eran una fachada para concretar contratos y acuerdos de trabajo.
Negocios y más negocios. Quizás si hubiera conocido otro tipo de vida, Lucas hubiera deseado una vida tranquila, hogareña y sencilla. Sin embargo, toda su vida había conocido el lujo, los negocios y las apariencias. No renegaba de su vida, pero a su edad lo único que quería era hacer cosas diferentes, algo que le llenara el alma y le reconfortara el espíritu.
No es que tuviera una vida miserable, pero sentía que le faltaba algo. ¿El qué? No lo sabía.
Cuando llegó al hotel, sus padres le informaron que debía alistarse para la recepción de esa noche.
Habían estado varios días en la ciudad y lo único que había compartido con sus padres eran órdenes de parte de ellos y el cumplimiento de los mismos de parte de él. Sí, definitivamente, le faltaba algo en la vida.
—Ya estoy listo —comentó cuando se encontró con sus padres en la recepción del hotel.
Su madre se acercó a él con una sonrisa para acomodarle el lazo del traje que utilizaba. A veces, tenía la sensación que solo lo lucían, era un accesorio que tenía que estar presentable y reluciente siempre que tuvieran oportunidad.
Aunque la sonrisa de su madre se le antojaba cariñosa y la mirada de su padre parecía de aprobación. Era suficiente para él porque era lo que siempre había conocido.
—Te ves muy bien —halagó su madre.
Él sonrió en respuesta.
Luego de un breve intercambio de miradas, los tres se dirigieron a la salida rumbo a la fiesta que los esperaba. Lucas iba preparándose mentalmente para unas horas de completo aburrimiento, aunque podría soportarlo si había buena comida.
Una de las cosas que más disfrutaba Lucas, además de sus salidas en solitario para conocer la ciudad, era la comida que podía encontrar tanto en la calle como en las recepciones. Al ser fiestas de alto nivel, todo lo que se servía era siempre de excelente calidad.
Al llegar, sus padres rápidamente se sumergieron en densas conversaciones de negocios con diferentes grupos de personas, mientras él discretamente desaparecía de su vista.
Empezó a recorrer las mesas de comidas que estaban dispuestas en todas partes del inmenso salón donde se llevaba a cabo aquella recepción. Su glotonería lo llevó al puesto de dulces y postres, donde lo esperaba un reencuentro.
—Rosalie... —dijo al reconocer en la muchacha que atenía el puesto de postres a la angelical joven que conoció en la playa hace unas pocas horas.
Ella al reconocerlo sonrió.
—Hola —respondió con una la brillante sonrisa en su rostro.
Una vez más Lucas fue transportado a ese lugar mágico del que no tenía idea que existiera hasta que la conoció.
Él era un invitado en una de las fiestas más lujosas y exclusivas de la ciudad y ella solo una simple camarera, pero en el mundo al que viajaban cada que se veían no existían diferencias sociales. Un lugar donde no había barreras ni obstáculos para que dos jóvenes se conocieran y enamoraran, pero el mundo real no es precisamente un cuento de hadas...