Inquebrantable

Capítulo 12

Jacque.

—¿No? —preguntamos los tres al mismo tiempo.

—No —afirma—. No quiero ser tú novia —niega con la cabeza—. No quiero que la razón por la que me pidas que sea tú novia, sea por esto. Esta ridícula y absurda competitividad entre ustedes dos —señala a Gerard y a Diego—. No soy un dulce por el cual se pelean un par de babosos. Así que tú —señala a Diego—. No me tendrás como novia ni en tú auto —Gerard, suelta una leve risa de victoria—. Y tú —señala a su mello—. No iré contigo en el mismo auto. Puedes irte muy a la mierda con Diego, en autobús, taxi o en lo que quieran. Jacque, subiré a tú auto, pero solo iremos tú y yo. No quiero estar con este par de trogloditas.

Termina de hablar y se sube al asiento de copiloto. Dejando a Gerard y a Diego, con un semblante desconcertado. Claramente no se esperaban esa respuesta de Megan, desde menos que no.
Yo solo me encojo de hombros.

—Lo siento mucho, pero la dama ha dejado muy en claro las cosas, espero que puedan solucionar sus diferencias civilizadamente.

Sin recibir respuesta alguna, ingreso en el auto y lo pongo en marcha.

—Lo siento Meg, no tenían que comportarse así contigo —digo luego de varios minutos.

—No te preocupes Jacque, tú no tienes la culpa. Me alegra que no te hayas puesto en el mismo plan que ellos —pone su mirada en mí y me regala una sonrisa apagada—. Me voy un mes y no son capaces de comportarse de manera madura apenas me vuelven a ver —aparta su mirada hacia la ventana.

—Sabes que para Gerard ha sido complicado el aceptar lo que sea que tengan Diego y tú. Antes que nada, eran amigos, y de la noche a la mañana ustedes le dicen que quieren intentar tener algo. Créeme que, si se tratara de Layve, mi parte racional y madura no funcionaría muy bien. Compréndelo un poco —pongo la mano con la que hago los cambios en una de sus manos.

—Yo lo comprendo Jacque, pero, ¿Quién me comprende a mí? Además de ti, claro —se ríe.

—Habla con ellos y hazles ver cómo te abruman sus comportamientos, dales tiempo para que cambien Meg.

—Lo haré —suspira—. Y creo que... —lo piensa y niega con su cabeza—. No, olvídalo.

—¿Crees qué Meg? —le doy una ojeada.

—Olvídalo Jacque.

—No, has dudado Megan, ahora me dices.

—Lo que pasa es que...

—¿Es que...? —pregunto luego de notar que no sigue.

—He conocido a un chico en Chicago y creo que me gusta —suelta de repente y se tapa la cara.

—¿A eso le dabas tantas vueltas Meg? —me río.

Me fulmina con la mirada.

—Es fácil reconocerlo en mi mente, pero aceptarlo en voz alta ya es más complicado.

—Quizás —chasqueo la lengua—. Igual y es normal —comento con desinterés.

—¿El qué? —pregunta volteando a mirarme.

—El que te haya llamado la atención otra persona —me encojo de hombros.

—¿Por qué lo dices? —inquiere.

—Por... —dudo—. Nada.

—Jacque, ¿Qué pasó?

—Nada Meg, relájate. ¿Quieres ir a comer algo? —desvío el tema.

—No me cambies el tema Jacque.

—No lo he cambiado, solo te he hecho una pregunta.

—Para cambiar de tema. Luego entraremos en una discusión sobre restaurantes y comida que me harán olvidar eso.

—¿Cuál eso? —pregunto de manera inocente.

—Eso.

—No existe ningún eso. Olvídalo ya Meg.

Se queda callada unos minutos.

—¿Entonces quieres comer? —volteo a mirarla.

—¿Le gusta otra a Diego? ¿Es eso?

—Megan yo... no... —me callo al no encontrar palabras.

—Es eso —asegura—. ¿Quién y cómo?

—Megan, yo no estoy seguro de que le guste y... Ni él, ni yo la conocemos. Solo olvídalo ¿sí? Haz de cuenta que esta conversación no pasó. ¿Qué quieres comer entonces? —pregunto estacionando en una calle para luego mirarla.

—¡No quiero comida! ¡Quiero saber si le gusta otra a Diego! ¡Y no! ¡No voy a olvidarlo Jacque! —responde exaltada—. Me dirás ahora mismo o bajaré de este auto y no te hablaré en días, meses o quizás años.

—Cálmate Megan, te diré lo que de momento sé, pero no es mucho, ni siquiera sé si realmente le guste.

—Habla —exige.

—Tranquila —levanto las manos en señal de rendición—. Un día llegó Diego a jugar videojuegos a mi casa, luego empezó a hablar de una chica con la que... —me aclaro la voz—. Con la que había chocado en el centro comercial.

—Sigue.

—Luego fuimos a comer y estaba esta chica ahí. Solo cruzamos unas cuantas palabras y ya. No se han vuelto a encontrar, no tiene su número ni nada, ni siquiera la tiene en Facebook o sigue en Instagram, solo nos dijo el diminutivo de nombre, más nada. Por eso te he dicho que no estoy seguro de que le guste, no han tenido contacto más que... eso.

—Y Diego ha seguido hablando de ella —afirma.

—Sí, ¿Cómo lo sabes?

—Fuimos y somos amigos antes de cualquier ligue o relación que podamos tener —se encoge.

—Megan...

—No te preocupes, no le diré que me contaste. De todas formas, gran parte lo deduje yo y lo que tú me dijiste, te lo saqué con una amenaza —mantiene su mirada pérdida—. Dijiste que solo les había dicho el diminutivo de su nombre, si fue así, ¿Cómo sabes que lo era? —devuelve su mirada a mí con una ceja enarcada.

Abro la boca, pero no sale ninguna respuesta coherente, solo balbuceos nerviosos.

—Jacque —amenaza.

—Ella... empezó a trabajar en la galería —digo finalmente.

—¿Diego no lo sabe?

Niego.

—¿Por qué no le contaste? Ustedes todo lo comentan —frunce el ceño.

—Bueno... Realmente no sé por qué no lo hice —tuerzo la boca—. Mmm, creo que primero quiero conocerla y asegurarme de que todo esté bien con ella.

—¿Si? Que considerado eres —chista—. No me digas que te gusta a ti también.

Maldita sea. ¿Qué tienen las mujeres que todo lo descubren?

—No, cómo crees. Claro que no —me apresuro a decir.

—Ya, claro —rueda los ojos—. Yo te conté sobre el chico de Chicago, ¿Por qué no me puedes contar sobre ella?




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