Inquebrantable

Capítulo 20

Jacque.

Había traído a Alizee, a un lugar muy especial para mí.

Uno que tenía una gran parte de mí, creo que jamás había compartido este lugar con nadie. Lo hice con ella porque siento que lo hermoso de él, se asemeja tanto a ella, que necesitaba que lo conociera.

Tenía meses sin venir aquí, había olvidado lo bien que me hacía sentir. Qué bonita, que la razón de que hoy esté aquí, sea gracias a ella.

Creo que ya no iba a negarlo más, Alizee, me gustaba.

Alizee, me atraía.

Joder, Alizee, me encantaba.

Es que es demasiado inexplicable lo que me hace sentir, es muy inquietante, me siento como un niño chiquito a su alrededor, siento que quiero explorar cada rincón de su alma y corazón.

Hace un rato nos encontrábamos mirándonos de lado, yo fui el que tomó la iniciativa de girarme a verla. Me sorprendí cuando luego ella también lo hizo, esperaba más que todo que se pusiera en pie y se fuera, como solía hacer cada vez que intentaba acercarme un poco.

—Tienes un ojo más claro que el otro, ¿No sabes por qué? –rompo el silencio.

La luz de la luna que reflejaba en sus ojos, los hacía ver más preciosos de lo normal.

Niega con la cabeza.

—Nací así y realmente nunca acudí a donde el médico de los ojos a qué me dijera por qué —responde sin mucho interés.

—¿El médico de los ojos? —digo divertido con media sonrisa.

Asiente.

—Ese que te revisa los ojos y te explica cosas sobre ojos —dice sarcástica—. No recuerdo cómo se le dice —se encoge de hombros—. Supongo que médico de ojos también es válido —agrega.

—Los llaman oftalmólogos —sonrío.

—Gracias, importante dato para mi vida. Ahora quiero ser oftalmóloga. Mañana buscaré donde poder estudiar esa profesión —aparta la mirada.

—¿Por qué todo te lo tomas tan personal? —pregunto más serio.

—¿Tan personal? —repite confusa.

—Sí, tan personal. Puedo decirte verde y tú encuentras la manera de responderme toscamente o a la defensiva, es como si cada cosa que te dijera la tomaras como un ataque.

—Mmm, no lo sé... ¿Se ve así? —pregunta dubitativa.

—Sí.

—¿Y te incómoda?

—Sí —afirmo por segunda vez.

—Que lastima, acostúmbrate o deja de buscarme. Así no lidias con eso —responde secamente.

—¿Ves? Es a lo que me refiero, siempre encuentras la manera de apartarme a un lado —resoplo.

—Te di las soluciones.

—No, esas no son las soluciones. Podrías relajarte un poco y dejar de tomártelo todo como un ataque, porque no lo hago con esa intención.

—¿Entonces con qué intención lo haces? —enarca una ceja y se incorpora.

Yo la imito.

—De ser tú amigo, de conocerte.

Todos aquí sabemos que lo de amigos, no va enserio.

Ahora no.

—No quiero ser tú amiga ni que me conozcas.

Auch, eso dolió.

—¿Por qué no? ¿Qué hay de malo conmigo? ¿Huelo a feo? ¿Es eso? —empiezo a olerme.

Y la respuesta que recibí, sin duda alguna no era la que esperaba ni en mil años.

Lentamente sonrió y se empezó a reír.

Nunca la había visto sonreír.

Y menos reír.

Si esto no es el cielo, entonces no sé qué lo sea.

Algo en lo que estamos de acuerdo, comodín.

ME DIJISTE COMODÍNNN.

Centrémonos, su risa es lo que importa ahora.

Ella para en seco y me mira.

—¿Qué? —me mira perpleja—. ¿Se te perdió una igualita o te debo...?

—Te... reíste —me mira confundida—. Por primera vez desde que nos conocemos —aclaro.

Ella parece apenas caer cuenta, ya que se pone roja.

—Eh... yo... si, lo siento, hacía mucho que no lo hacía —mira hacia abajo apenada.

Me acerco y la tomo por el mentón levantándolo sutilmente.

—¿Te da pena reírte? ¿Por eso no lo haces?

Ella me mira y tímidamente asiente.

Yo niego con la cabeza.

—Déjame informarte, que tienes la risa más linda que he podido escuchar, si tengo que oler a feo para escucharte reír, sin duda lo haré todos los días —sonrío y le acomodo un mechón de cabello.

Ella levanta levemente la comisura de los labios.

Me aclaro la garganta y me separo, no quiero incomodarla y que termine yéndose.

—¿No quieres ser mi amiga entonces? —pregunto un poco decepcionado.

—No.… no es eso, es solo que... —niega y se corta.

—¿Sólo qué...?

—No creo que sea una amiga que te convenga —agacha la mirada.

Es mi turno de soltar una risa. Un poco irónica.

—¿Por qué no? —me acerco a ella.

—Porque... no lo sé, no... No quiero que hagas algo de lo que luego te arrepientas —aparta la mirada.

—Mírame —lentamente levanta el mentón—. Déjame decidir eso a mí ¿sí? No creo arrepentirme de querer ser tu amigo, de lo que si me arrepentiría es de no serlo —le digo dulcemente.

—¿Es-estás seguro? —pregunta en un balbuceo.

Asiento.

—No habría insisto tanto —sonrío levemente—, si de verdad no quisiera serlo.

—¿Por qué has insistido tanto en querer acercarte a mí? —pregunta con curiosidad.

Si te dijera la verdadera respuesta, saldrías corriendo y te volverías a cerrar a mí.

—Creo que, porque desde el primer momento me rechazaste, dicen que lo inalcanzable provoca más y.… no lo sé, quería conocerte.

—¿Y si no te gusta lo que conozcas de mí? —pregunta con una mirada introspectiva y profunda.

—No creo que eso pueda ser posible —aseguro.

—Pero, ¿si lo fuera? —insiste.

—No lo sé Monet, pero no te haría daño, te lo aseguro —le sobo la mejilla con mi pulgar delicadamente.

Ella agacha la mirada y cierra los ojos.

Su cabeza queda a la altura de mi pecho, estamos más cerca de lo normal y me da temor que pueda percibir mis nervios.

—Está bien —dice casi que en un susurro.

—¿Está bien? —repito confundido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.