Inquebrantable

Capitulo 3

Camisa negra y presentación

Amy

5 minutos antes

—¡Corre, Amy, corre! —Eso fue todo lo que escuché antes de que Raven me levantara del piso y me arrastrara con ella. Salimos disparadas, dejando atrás a una figura de camisa negra que se desvanecía en la distancia.

—¡DETÉNGANSE LAS DOS AHORA MISMO! —La voz resonaba detrás de nosotras. Literalmente no entendía nada, ni cómo había llegado a esta situación. Así que lo más sensato que pude hacer fue correr más rápido.

Nos metimos en la primera puerta que encontramos, la del cuarto del conserje, con la respiración entrecortada. Con un empujón rápido, Raven la cerró y se apoyó contra ella, jadeando.

Solo pude encender la luz antes de confrontarla.

—¿QUÉ DEMONIOS HICISTE?

—No es lo que yo hice, es lo que pasó —dijo, intentando recuperar el aliento.

Entrecerré los ojos, esperando. Sabía que esta enana siempre se metía en problemas.

—Lo que pasó es que fui a la dirección, me topé con un chico y me dijo: ‘¿Desde cuándo los minions estudian aquí?’. ¡Imagínate lo furiosa que me puse! Así que hice lo más sensato que podía… —Se miró las manos, y supe que lo que diría a continuación no me iba a gustar.

—¿Lo regañaste? —pregunté con cautela.

—Lo golpeé.

—¡¿QUÉ?! —Grité, y mi voz hizo eco en el pequeño cuarto.

—Ya sé que suena mal, pero huir fue mi primera opción.

—¿Te volviste loca? —A veces creo que el universo me castiga por elegir a mis amigos.

—¿Lo siento? —dijo, y la disculpa sonó más a una pregunta.

—¡¿Lo sientes?! ¡Escapaste de la oficina del director, golpeaste a un chico y me arrastraste a este desastre!

—No es mi culpa. Es culpa del…

—¿Del director o del chico que golpeaste? —La miré con incredulidad. Estábamos encerradas en un armario, a punto de faltar a la clase del profesor más exigente.

—En serio, lo siento. No quería arrastrarte a esto. —La sinceridad en su rostro me hizo ceder.

—Está bien, enana. No es tu culpa. Vamos a salir de aquí e intentar que no nos vean. Seguro Navir ya nos guardó un puesto o se inventará algo.

—¿Seguro? —dio una vuelta sobre su eje y me miró con una expresión que no pude descifrar. —¿Cómo vamos a salir de aquí sin que nos vean?

Era una muy buena pregunta. No podíamos quedarnos ahí. Si no aparecemos en clase, el director llamaría a nuestras madres. Y eso era lo último que necesitaba.

—Bueno… —Empecé a pensar en un plan, pero la puerta se abrió de repente.

—¡MIERDA!

—¡CARAJO!

En un segundo, reaccioné. Agarré a Raven, empujé a la persona que abrió la puerta y corrimos de nuevo.

—¿Qué demonios, Amy? ¡Empujaste a un chico! —Raven me regañó mientras corríamos.

—Sí, pero salimos. Eso es lo importante, ¿o quieres regresar y que nos regañen? —Sabía que era mala, pero en ese momento, la supervivencia era lo único que me importaba.

Llegamos al salón de Física justo a tiempo. Navir estaba recostada en su mesa, escuchando música. Afortunadamente, el profesor aún no había llegado.

—¿Cómo puedes dormir con esa música? —dije, sentándome a su lado y quitándole los auriculares.

—No sé cómo no puedes escucharla. —Se quitó los auriculares y nos miró. —¿Dónde demonios estaban? Desaparecieron y… —De repente, su mirada se detuvo en Raven, que se desplomó en la silla detrás de mí.

—Sin comentarios —dijo Raven.

Navir se volvió hacia mí, y antes de que pudiera empezar, el profesor entró.

—Buenos días, alumnos, espero que estén emocionados por este último año… —Mientras él hablaba, hice señas a Navir: “Te cuento después”.

Asintió y volvió a mirar al frente. Yo me volteé, con Raven intentando dormir. Miré por la ventana y solo pude pensar en todo lo que había pasado. ¿Qué tendría que hacer después de clases?

Justo en ese momento, la puerta se abrió de nuevo. Sentí que mi mundo se desmoronaba.

—Chicos, les presento a los nuevos alumnos. —El profesor los presentó, y mi mandíbula casi se cae.

Aquel chico de camisa negra que había empujado estaba parado frente a la clase. Mi mente, mis amigas y yo solo pudimos gritar internamente:

Oh. Por. Dios.

No pude evitarlo. Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera arrepentirme.

—Carajo.

Sentí todas las miradas sobre mí, incluso la del chico. Y solo pude pensar:

No es mi día.




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