El bosque había dejado de parecer un lugar. Ahora era una entidad. Vivía, respiraba, cazaba.
Zoe apretaba los dientes mientras guiaba al grupo por los senderos cada vez más deformes, raíces retorcidas saliendo del suelo como dedos de cadáveres hambrientos. Irek caminaba en silencio, su mano aún temblorosa por lo que había vivido horas antes con Diego. El beso. El secreto. La sombra de la culpa.
—¿Estás bien? —preguntó Zoe, con la voz baja, pero firme.
Irek solo asintió. Pero su mirada volvía una y otra vez a Diego, quien caminaba con una leve cojera, aún tocándose el costado herido por la criatura. El ente. Lo que sea que acompañaba ahora a Nora, poseída por algo más allá de lo humano.
Nora no era Nora. Ya no. Lo supieron desde que la vieron huir entre los árboles, con los ojos completamente blancos, la piel manchada de barro seco, y una sonrisa espeluznante, como si supiera exactamente cómo terminaba todo. Zoe se negaba a dejarla atrás, pero incluso ella sabía que ahora era peligrosa.
Aiden fue el primero en separarse esa noche.
—¡Solo voy a orinar! ¡No me sigan! —gritó con fastidio, alejándose con su linterna.
Los demás no tuvieron tiempo de reaccionar.
El grito.
Fue tan agudo que rompió el aire.
Después, un sonido horrible, como huesos triturados por una prensa invisible.
Zoe y los otros corrieron hacia la dirección, pero la linterna de Aiden estaba encendida... sola... temblando en el suelo.
Un rastro de sangre llevaba al interior de una grieta entre árboles, como si el bosque lo hubiese tragado.
—¡AIDEN! ¡RESPÓNDEME! —gritó Zoe, desesperada.
Entonces, del interior de la niebla, Nora apareció con el cabello enmarañado, sus uñas cubiertas de rojo. Caminaba en cuatro patas, y a su lado una silueta sin rostro flotaba a escasos centímetros del suelo.
Diego retrocedió al instante.
—¡Es el mismo ente! ¡El que me atacó!
El ente se lanzó hacia Diego con una velocidad inhumana. Logró golpearlo, lanzándolo contra un tronco. El sonido sordo de su cuerpo al chocar hizo que Irek gritara de rabia, corriendo hacia él. Pero antes de que el ente pudiera continuar el ataque, Zoe, Angelina y Hana aparecieron y comenzaron a gritar, tirando piedras, ramas, cualquier cosa.
El ente retrocedió, Nora jadeó como una bestia, y ambos desaparecieron en la negrura.
Todos se arrodillaron junto a Diego, que sangraba por la boca y el hombro.
—S-sigue vivo —dijo Hana al sentir su pulso—. ¡Pero no podemos quedarnos aquí!
—¿Y Aiden? —susurró Angelina, en shock.
Nadie respondió.
Zoe cerró los ojos con fuerza. Un solo pensamiento cruzaba su mente:
“Este campamento no quiere que salgamos.”
Y ahora lo sabían todos. Ya no era una excursión fallida. Ya no era solo miedo.
Era guerra.