El aire de la madrugada estaba envenenado de miedo y podredumbre. La tierra parecía respirar con un pulso oscuro, como si el bosque hubiera tragado demasiadas almas y aún tuviera hambre. El cadáver de Aiden, mutilado y sin ojos, seguía tendido junto al tronco quemado. Nadie quería mirarlo. Nadie podía llorarlo.
Zoe y Angelina se mantenían cerca la una de la otra, armadas con linternas casi sin batería. Hana cargaba una vara de hierro oxidado que había arrancado del auto abandonado, con las manos temblorosas pero decididas. Irek, con el rostro manchado de sangre —no toda suya—, no se separaba de Diego, quien aún sangraba por el costado debido al ataque de la noche anterior.
—¿Está mejor? —preguntó Zoe en voz baja mientras ayudaba a Diego a sentarse.
—No... —respondió Irek, con los ojos hundidos—. Algo lo sigue afectando... no solo la herida... es como si algo... algo lo estuviera drenando.
Diego murmuraba palabras incomprensibles entre jadeos, su piel se volvía pálida, helada. Parecía susurrar nombres. Nombres que nadie había dicho. Nombres que no eran humanos.
—¿Estás escuchando eso? —dijo Hana, girando bruscamente.
Desde entre los árboles, un crujido. Luego una risa seca. Y después, una voz distorsionada que imitaba la de Aiden.
—"Zoe... Angelina... ¿por qué huyeron?"
—"Yo sigo aquí... tan frío... tan solo..."
Zoe se tapó los oídos. Irek se puso delante de Diego, sacando un cuchillo de caza que le había robado al ente cuando pelearon cuerpo a cuerpo la noche anterior. La niebla comenzó a bajar con más fuerza.
—¡AHÍ ESTÁ! —gritó Hana, apuntando con la linterna.
A unos metros, entre los troncos, Nora. Su cuerpo encorvado, cubierto de barro y cicatrices, con los ojos completamente negros y las uñas ensangrentadas. No parecía humana. Y no estaba sola.
A su lado se movía "eso". Una figura alta, encapuchada, con las extremidades larguísimas. El ente. Tenía la cabeza ladeada, como un perro curioso. De sus dedos goteaban hilos de sombra que se retorcían en el aire como gusanos.
—¡Corran! —gritó Irek, pero ya era tarde.
Nora chilló con una voz demoníaca y saltó sobre Hana, tumbándola al suelo y rasguñándole el rostro. Hana gritó, pero logró patearla y retroceder, jadeando.
El ente alzó la mano hacia Diego, y este comenzó a levitar unos centímetros del suelo mientras gritaba de dolor.
—¡NO! —Irek corrió hacia él, lo sujetó y lo jaló con toda su fuerza, cayendo los dos al suelo. El ente soltó un rugido tan profundo que hizo vibrar el aire.
Angelina encendió una bengala de emergencia y la lanzó al ente, que retrocedió chillando como si le hubieran arrojado ácido.
—¡¡ZOE, VE POR DIEGO!! —gritó Irek mientras el ente se desvanecía en la oscuridad y Nora huía a cuatro patas hacia el bosque.
Zoe ayudó a Diego a levantarse, mientras este apenas podía respirar.
—No siento las piernas... —susurró.
—Tranquilo... vamos a salir... vamos a salir... —murmuró Zoe, pero sabía que no todos saldrían.
Los cinco sobrevivientes lograron refugiarse en una cabaña semiderruida, con el techo a medio caer y símbolos grabados en la madera. Allí se prepararon para lo peor.
Sabían que el último asalto sería esa noche. Que solo dos sobrevivirían. Que el bosque estaba cerrando su círculo, como un depredador que juega con sus presas antes de devorarlas.
Y el nombre de Nora seguía repitiéndose en susurros dentro de las paredes.