Insanos: El campamento del silencio

Capítulo 10: Las últimas luces

La noche había caído con una oscuridad espesa, tan densa que ni siquiera las linternas de los sobrevivientes podían penetrarla. El bosque parecía cerrar sus fauces lentamente, susurrando nombres, imitando voces, burlándose de los cinco que aún resistían.

Zoe, Angelina, Hana, Diego e Irek habían logrado esconderse en una antigua cabaña abandonada, cubierta de musgo y polvo, como si el tiempo mismo la hubiera olvidado. Adentro, los cinco intentaban mantenerse en silencio. Nadie lloraba. Nadie hablaba. Solo escuchaban.

Y afuera… algo caminaba.

—No es ella —dijo Irek de repente, mirando a Diego, que estaba vendado y débil por la herida de la noche anterior—. Nora ya no es Nora. Es otra cosa.
—¿Y si aún queda algo de ella? —murmuró Hana, temblando.
—No queda nada —dijo Zoe con firmeza.

Angelina vigilaba la puerta, apretando en sus manos un cuchillo oxidado que encontró en la cabaña. De pronto, un golpe seco retumbó en el techo. Luego otro. Y otro. Pasos… algo se deslizaba por el techo de madera.

—¡CORRAN! —gritó Zoe.

La puerta voló por los aires y una figura ensangrentada y demencial entró gritando con una risa distorsionada. Era Nora, o lo que quedaba de ella. Su rostro era un mapa de laceraciones y su cabello estaba cubierto de hojas secas y telarañas. Sus ojos no tenían alma. Detrás de ella, una sombra reptaba por el suelo, como un humo espeso con dientes.

El caos se desató.

Hana gritó y corrió, pero el ente la alcanzó primero. Su cuerpo fue arrastrado con una velocidad inhumana, y solo quedó el eco de su nombre rebotando entre los árboles.

Irek trató de proteger a Diego, pero la sombra lo arrojó contra la pared y desapareció con él. Solo se escuchó un crujido, y después... el silencio.
Diego, débil, intentó gatear hacia Zoe, pero antes de alcanzarla, una garra negra surgió del suelo y lo envolvió, desapareciendo con él en la tierra.

Zoe y Angelina corrieron sin mirar atrás. Tropezaron, cayeron, se levantaron. Corrían por sus vidas, y el bosque parecía cambiar a su paso, alargando caminos, repitiendo árboles, desviando senderos. A cada paso, sentían la respiración de algo cerca. Un susurro. Una risa.

—¡Por aquí! —gritó Zoe, jadeando.

El amanecer comenzaba a asomar como una promesa. Justo cuando sus piernas ya no daban más y Nora surgía entre la niebla a solo metros de ellas, riendo con una voz múltiple y de ultratumba…

El sonido de un helicóptero llenó el cielo.

—¡AYUDAAAAA! —gritó Angelina desesperada.

Un haz de luz blanca las iluminó desde el cielo como una bendición. Dos rescatistas descendieron con rapidez. Todo ocurrió en segundos. Zoe y Angelina fueron levantadas al aire mientras Nora, con una sonrisa grotesca, extendía su brazo ensangrentado, gritando con furia al verlas escapar.

Por fin... estaban a salvo.

Zoe y Angelina se sintieron muy mal, y no quisieron volver a hablar de eso nunca. Aunque sabían no era fácil de olvidar, eso, las había marcado para siempre.

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Epílogo Final: 5 años después. A 30 minutos de Sevilla

Una carretera desierta, envuelta en una bruma matinal. Un auto viejo se detiene al ver una figura ensangrentada caminando entre la niebla.

—¿Se encuentra bien, señorita? —pregunta el conductor bajando el vidrio.

La joven, con el rostro demacrado y la ropa rasgada, asiente lentamente. Tiene la mirada perdida y una sonrisa… casi humana.

—¿Cómo te llamas?
—Me llamo… Nora.

La llevan a un pequeño centro de ayuda a las afueras de Sevilla. Dicen que fue hallada vagando sin recuerdos, traumatizada. Pero cada noche, cuando las enfermeras apagan las luces, Nora sonríe a la nada… y murmura nombres de los muertos.

Porque eso que habita su cuerpo no es humano… y no ha terminado su trabajo.

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