Inseminada de un Tauro

1. Todo irá bien… o tal vez no.

En el corazón de Nueva York, donde las vidas danzan al ritmo frenético de la ciudad, Rose caminaba por la acera con pasos indecisos, su mente girando como una noria. La clínica de fertilidad se alzaba frente a ella, imponente y misteriosa. A su lado, Lily avanzaba con determinación, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo. Rose no podía evitar sentir una punzada de preocupación por su hermana mayor.

—¿Estás segura de esto, Lily? —preguntó Rose, su voz carente de su alegría habitual.

Lily le sonrió tranquilamente, deteniéndose a su lado.

—Rose, confía en mí. He investigado mucho sobre el hombre que eligió alquilar mi vientre. Es un abogado exitoso, sano y con una situación económica estable. Además, una vez que dé a luz, nuestro contacto con él terminará. No tienes por qué preocuparte.

Rose frunció el ceño, sus pensamientos luchando entre el apoyo a su hermana y la inquietud que sentía en su corazón. De no ser por ella, Lily no hubiera tenido que tomar esa decisión.

—Entiendo que necesitamos el dinero, pero… ¿has pensado en las implicaciones de llevar a cabo este procedimiento? Un embarazo podría poner en riesgo tu vida.

Lily agitó la mano en el aire, intentando disipar las preocupaciones de Rose.

—Relájate, hermanita. Todo estará bien. Esta es la mejor oportunidad que tenemos para finalmente ser libres —le dijo, e intentando cambiar el rumbo de la conversación, Lily sugirió con entusiasmo: —¡Oye, deberías aprovechar para hacerte un chequeo de rutina mientras estamos aquí!

Rose miró el cartel que le señalaba su hermana y soltó un suspiro resignado. Lily tenía un don para desviar la atención de los asuntos importantes. Finalmente, accedió y se inscribió para la consulta ginecológica. Lily le dio un abrazo rápido antes de dirigirse al área de consulta de subrogación para hacer constar su presencia, Rose hizo lo mismo en el área de ginecología y tras tomar los datos de ambas, las hermanas se encontraron de nuevo en la sala de espera común.

—Todo irá bien —susurró Lily a su hermana, apretando su mano.

Rose sonrió y le devolvió el apretón. Su hermana era tan dulce y perfecta que no dudaba ni por un segundo que iba a ser una excelente madre. O al menos lo sería el día que diera a luz un hijo propio.

La pelinegra separó los labios para decírselo, pero en eso apareció una enfermera con una carpeta entre las manos y llamó a Lily en voz alta. Rose tardó más de la cuenta en soltar la mano de su hermana y de no ser porque un minuto más tarde apareció otra enfermera gritando su nombre, habría ido tras ella y la hubiera sacado de la sala de inseminación antes de que fuera tarde.  

Rose siguió a la enfermera hacia una habitación más fría de lo que esperaba y tomó asiento en la camilla como se lo indicaron, ya con una bata blanca puesta. Sus pensamientos giraban más rápido que nunca mientras esperaba por el médico que realizaría su chequeo.

Su mente seguía ocupada con las palabras de Lily, tratando de entender cómo su hermana mayor podía estar tan segura de tomar esa decisión. De llevar una carga que no era suya. Ella aún no podía pensar siquiera en ser madre,

Varias enfermeras entraron y se movieron con eficiencia a su alrededor, preparando el equipo y asegurándose de que todo estuviera listo. Rose sentía que su corazón le latía en los oídos, llenándola de ansiedad.

En ese momento, la doctora entró con una sonrisa y un expediente en la mano. Rose la miró, tratando de mantener la calma.

—¡Hola, Rose! —saludó la mujer con entusiasmo. —Tenemos todos tus datos aquí y estamos listos para comenzar el procedimiento.

Rose asintió con nerviosismo, sus manos temblando ligeramente. No entendía por qué la ponía tan nerviosa abrirse de piernas para una mujer. Después de todo no era la primera vez que lo hacía, y aquellas circunstancias distaban mucho de un trato tan profesional.

—Solo relájate, respira profundamente y todo estará bien —dijo la doctora, tratando de tranquilizarla—. Tu útero luce muy sano.

Rose cerró los ojos y suspiró. Al menos sus imprudencias del pasado no la habían dejado con una enfermedad de transmisión sexual.

—Bien… ahora necesito que te quedes muy quieta —continuó la doctora—. Solo respira y mantén unos segundos el aire en tus pulmones.

Rose obedeció, y con los ojos cerrados, se perdió el momento en el que la doctora acercaba una jeringa a su útero y depositaba en su interior algo para lo que ella definitivamente no había firmado.

En ese momento, su vida estaba a punto de colisionar con la de un hombre cuyo único anhelo era ser padre.

Un hombre qué, además, había nacido bajo el signo de tauro.

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Holaaaa, soy nuevo por aquí. 

Mi nombre real es un misterio, pero pueden llamarme Zodiac. 

Esta es la primera de varias historias que empezaré a subir por aquí. Les agradecería mucho mucho mucho el apoyo y que me expresen sus opiniones sobre la novela en los comentario. 

Hasta la próxima. 




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