La clínica de fertilidad bullía con una mezcla de expectativas y ansiedad. Alex dio un paso dentro observando con detenimiento cómo las enfermeras se movían con prisa.
Había dado un paso audaz al optar por alquilar el vientre de una madre subrogante, después de meticulosos meses de reflexión. Su elección estaba clara: Lily Grey, la mujer que contaba con al menos quince de los veinte requisitos que debía cumplir quién llevara a su hijo en el vientre.
La más importante de todas: una entera disposición a mudarse a su piso durante su periodo de embarazo. Alex necesitaba asegurar el bienestar de su hijo desde el primer momento.
Mientras avanzaba por el pasillo en dirección a la sala de espera, donde había acordado encontrarse con Lily, su estómago fue tentado por el aroma a donuts y café proveniente del cafetín.
Recordó entonces que apenas había probado bocado ese día y creyó que sería un buen detalle encontrarse con Lily e invitarla a por un café y magdalenas de chocolate. Tendría al menos media hora libre antes de su siguiente reunión de trabajo y en el expediente de Lily ponía que aquel era su postre favorito. Además, si la inseminación daba resultados, tendría que renunciar a las magdalenas por un buen tiempo. Había leído un artículo en el que explicaban los efectos colaterales que el consumo de azucares procesados tenía para el embarazo.
La risa de Lily consiguió sacarlo de sus pensamientos. Su dulce voz resonaba en la sala de espera mientras conversaba con las enfermeras sobre el procedimiento que había completado. Sus palabras irradiaban optimismo y alegría, compartiendo su éxito con quienes la rodeaban.
—Lily —dijo Alex llegando a su lado. Ella se volvió hacia él, sus ojos brillaban con entusiasmo—. Lamento no haber llegado a tiempo para acompañarte. Las cosas se retrasaron en el juzgado y…
—Alex, no te preocupes —le dijo ella—. Estás aquí, ¡y ya puedo decirte a la cara que todo salió genial!
—¿Lo dices en serio? —El habitual rictus de Alex se rompió con una sonrisa—. Entonces, ¿las probabilidades son buenas?
—El doctor no dijo mucho, pero tengo un muy buen presentimiento. —Aplaudió la mujer y saltó a los brazos de Alex. El contacto le resultó inesperado, pero se las arregló para corresponder—. Estoy muy agradecida contigo. No sabes lo que esto significa para mí… y para mi hermana. Seré la mejor madre de alquiler que hayas podido desear.
—Sé que así será, Lily. —Alex se separó y miró—. Tu expediente no miente y tampoco lo hacen tus ojos. Eres la indicada.
—Gracias por confiar en mí. Sé que no ha sido una decisión sencilla. ¡Estoy muy emocionada por vivir la experiencia!
—Y yo por acompañarte en el proceso —le dijo, aunque en el fondo Alex estaba muerto de miedo—. Supongo que de cualquier forma debemos esperar un mes para estar seguros.
—Así es. —Lily sonrió y los siguientes minutos transcurrieron en medio de una conversación amena, compartiendo expectativas y anticipando los cambios que estaban por venir en sus vidas.
Discutieron una vez más sobre la mudanza y acordaron que esta se daría una vez el médico confirmara que, en efecto, Lily se encontraba embarazada. Finalmente, Alex invitó a Lily a ir por magdalenas y café, pero ella le dijo que su estómago se cerraba cuando se encontraba nerviosa.
—A diferencia de mi hermana —comentó la rubia con una risita—. Cuando está nerviosa se come hasta las sobras de la nevera.
Alex no quiso decir que aquello le resultaba desagradable, pero en su gesto fue más que evidente. Lily sintió un poco de vergüenza pues era evidente que un hombre como Alex jamás se vería obligado a comerse las sobras.
Lily no le diría que ella y Rose habían tenido que pasar por cosas mucho peores. Un trozo frío de pizza no era lo mismo que comer del basurero.
—Bien, supongo que debo irme, ¿quieres que al menos que te dé el aventó hasta tu casa?
Lily declinó su oferta con amabilidad.
—Mi hermana vendrá en cualquier momento y nos iremos juntas. Pero gracias de todos modos, Alex.
Alex le devolvió la sonrisa y asintió. Se dio la vuelta y se dirigió a la salida de la clínica, su mente aún llena de pensamientos sobre la vida que había elegido.
Por desgracia, en medio de sus reflexiones, su camino se cruzó con una chica igual de distraída que él.
La colisión fue inevitable. Y el choque de corrientes abismal.
Por un segundo el mundo pareció detenerse. Y al siguiente Alex estaba gruñendo por el ardor que el café derramado sobre su traje le provocaba. Irritado, miró a la joven que estaba frente a él, su alegría anterior comenzando a desvanecerse.
—¿Puedes mirar por dónde caminas, niña?
—¿Perdón? —exclamó la chica indignada—. ¡Fuiste tú quien chocó conmigo! Sin mencionar que yo salí perdiendo.
Señaló las magdalenas que habían acabado en el suelo junto a un charco marrón de café.
—Créeme que eso no vale más que mi traje. Que por si no lo notas, ahora gracias a ti se encuentra arruinado.
—Lo siento mucho, señor Armani, pero tendrá que tener más cuidado la próxima vez que camine por ahí con la cabeza en las nubes. Solo así podría evitar que niñas como yo arruinen sus trajecitos. —Su tono estaba teñido de sarcasmo.