Inseminada de un Tauro

5. No conozco a niñas torpes.

A la mañana siguiente, Rose acompañó a Lily a la clínica de fertilidad como lo había prometido.

Sin embargo, estar ahí para su hermana no era la única de sus intenciones. Rose estaba decidida a averiguar si sus sospechas eran ciertas.

Mientras Lily se dirigía a la sala de espera para aguardar por su cita, Rose se acercó al área de consulta ginecológica con la excusa de que debía usar el baño. El corazón le latía con ansiedad mientras recorría los pasillos de la clínica.

—Hola, disculpe —le dijo a la mujer regordeta que se encontraba tras el mostrador—. Estuve aquí hace más de un mes para una consulta de rutina. La doctora Martínez me dio unas indicaciones para el tratamiento de mi herpes vaginal, pero las perdí. ¿Podría usted consultar en el historial y darme de nuevo la receta? Se lo agradecería muchísimo.

—Eso pasa por andar con la cabeza en las nubes —farfulló la mujer, pero de todas formas comenzó a teclear en el ordenador—. ¿Recuerdas la fecha exacta de tu consulta?

Rose sacó cuentas mentales y dio la respuesta.

—¿Cómo dijiste que era tu nombre, niña?

—Roselyn —respondió ella entre dientes. El apelativo le había molestado—. Roselyn Grey.

La mujer introdujo la información en el sistema, pero la búsqueda no arrojó resultados.

—¿Segura que me estás dando tu nombre correctamente? —La mujer miró a Rose de forma interrogativa.

Rose sintió que el alma se le caía a los pies. Sacudió la cabeza y forzó una sonrisa.

—Lo siento, soy tan tonta —dijo con fingida demencia—. Ese día debí registrarme con el apodo por el que todos suelen llamarme. Lily… Lily Grey.

La enfermera puso mala cara y consultó una vez más en el sistema. Esta vez halló una coincidencia.  

—Sí, en efecto, aquí figura una Lily Grey como paciente del doctor Fitzgerald para una consulta de rutina, pero el expediente no muestra tratamientos asignados. ¿Dijiste haber sido atendida por la doctora Martínez?

Rose asintió en modo automático, procesando las implicaciones de aquella información.

—Pues eso es imposible, pues la doctora Martínez ese día estuvo asignada al área de fertilización. —La mujer chasqueó los dedos frente a sus ojos—. ¿Me has oído, niña? Que la doctora Martínez…

—Sí, ya la he oído —interrumpió Rose volviendo en sí—. Y para su información, no soy ninguna niña.

Porque las niñas no se embarazan, agregó en su mente al tiempo que se daba la vuelta y dejaba a la mujer con una expresión de asombro en el rostro.  

El pecho de Rose se apretaba más y más a medida que asimilaba la información. Cuando las lágrimas amenazaron con emerger, Rose buscó un lugar tranquilo para sentarse. Sus manos temblaban mientras sacaba su teléfono y realizaba una rápida búsqueda en internet. Compró una prueba de embarazo en la farmacia más cercana y un chico en moto acudió a la clínica un par de minutos después para la entrega.

Con la prueba en la mano y el corazón latiendo desbocado contra su pecho, Rose se dirigió al sanitario para realizar el test con manos temblorosas. Sentía como si el tiempo se hubiera detenido mientras esperaba por el resultado.

En ese momento Lily le envió un mensaje preguntándole por qué demoraba tanto y Rose tuvo que inventar una excusa que conectaba de nuevo los burritos de la avenida Holland con su mal estomacal.

Los minutos Finalmente transcurrieron, y cuando el indicador mostró dos líneas de un rosa claro, Rose se quedó sin aliento. A pesar de sus anteriores sospechas, sintió cómo su mundo se derrumbaba.

Estaba embarazada de un hombre que no conocía. Uno que además acordó pagar por el vientre de su hermana y por error terminó plantando la semilla en el suyo.

Ya no tenía dudas. Era evidente que, si Lily había entrado por ella en la consulta rutinaria, ella había tomado el lugar de Lily en la sala de inseminación de la doctora Martínez.

—Esto es un jodido desastre —chilló frente al espejo y tras secarse las lágrimas guardó la prueba en su bolso.

Regresó a la sala de espera y reconoció el vestido de Lily bailado a los lados de la imponente y alta figura del hombre con el que conversaba. Este le daba la espalda, pero no tuvo dudas de que se trataba de Alexander Baker.

El hombre que puso un feto en su vientre. Ya lo odiaba.

—¡Eh, Rose, por aquí! —llamó Lily asomando a un costado del hombre al advertir su presencia. Aquello era casi como un superpoder que poseía la mujer.

Rose quiso que la tierra se abriera en ese mismo instante y desaparecer, pero ya era demasiado tarde. Antes de que pudiera dar marcha atrás, el desconocido se volvió hacia ella y sus miradas se encontraron.

Rose lo reconoció al instante. Y por la forma en la que él la miró, supo que la recordaba también.

De entre todos los hombres del mundo, Alexander Baker tenía que ser el mismo que le había hecha desperdiciar las últimas magdalenas de chocolate que quedaban en el cafetín, la había llamado niña y, además, era dueño de los ojos azules que no había podido sacarse de la cabeza durante el último mes.




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