Iván
Polizón, niño, grumete, Alex. Cualquiera sea como denominar a este chico, todo en él parece misterioso, comenzando por preguntar sobre la insignia que tengo en el mango de mi espada. Nadie pregunta sobre eso, o al menos no lo permito. Ese enano se ha tomado tanta confianza conmigo, que habría que ponerlo en su lugar, y sin embargo, no lo he hecho.
Mal, muy mal.
Debo hacerme respetar, soy el teniente, eso es un error grave. Y hablando de cargos, ahora estoy en la cabina del capitán, o sea, mi hermano, esperando a que me dé la siguiente orden. Hoy es el día, fijaremos el curso hacia nuestro próximo objetivo.
―¿Y a dónde iremos esta vez? ―Sonrío con confianza―. ¿Algún botín interesante? ―Me río―. Siempre sales con una locura como la última vez.
Su mirada profunda demuestra malicia.
―Fijación al sur, alcanzaremos al enemigo. ―Lanza una carcajada.
―Excelente, Freíd, daré la orden. ―Me levanto del asiento, poniéndome a su altura y me quedo tildado, ya que se queda observándome―. ¿Qué sucede? ―pregunto confundido.
―El chico, ¿ha vuelto a preguntar sobre la insignia? ―cuestiona seriamente.
―¿Alex? ―Hago una pausa y luego reacciono al volverlo a nombrar por su nombre―. No, ni lo he dejado hacerlo ―aclaro.
―No sé por qué. ―Camina en dos direcciones, una y otra vez, estando pensativo―. Pero siento que ese niño nos traerá problemas.
―Es inofensivo ―resalto lo que pienso.
Deja de caminar en círculos y me mira.
―No sabemos de dónde ha salido, no podemos decir tal cosa, hasta podría ser un brujo contratado por el enemigo.
―A mí solo me parece un niño confundido y perdido ―exclamo desconcertado―. No sé dónde le ves la magia. Además, no estamos cerca de alguna isla para pensar aquello, no sería posible, ¿no lo crees así?
―Tienes razón. ―Toca su barba rojiza―. Pero preguntó por la insignia, y eso es lo que no me convence.
Levanto funda, sacándola del cinturón, para observarla y ver si hay alguna reacción en esta.
―Pues si la espada no lo ve como una amenaza, ¿por qué yo debería?
―¡Yo qué sé! ―Levanta la mano, quejándose―. ¡No confío en esas cosas! ―Bufa―. ¡Tú sabrás! Tú eres el dueño de la insignia y yo el del barco, cada uno sabe lo que hace. ―Me señala―. Pero te advierto, un mínimo error y el tonto se cae por la borda.
Sonrío y pongo la funda en el cinturón nuevamente.
―Tranquilo, tengo todo controlado. ―Me pongo en posición de saludo y salgo de allí, orgulloso de mi hazaña.
Doy la orden del capitán para dar el curso y luego me dirijo a ver a Hunter. Me acerco hasta él en la cubierta y visualizo cerca de la proa a Alex, limpiando con fuerza. Dejo de estar tildado observándolo cuando mi amigo me mira.
―¿Cómo está todo por aquí? ―pregunto tranquilo.
―Ningún problema. ―Se oye un ruido y vemos como un balde rueda hasta nosotros―. Hasta ahora ―agrega―. ¡Polizón! ¡¿Qué estás haciendo?! ―le grita al chico tirado en el suelo.
―Me tropecé ―exclama avergonzado y no sé por qué, pero comienzo a reírme.
―¿Teniente? ―Me mira Hunter, confundido.
―Deja, yo me encargo. ―Sonrío y al escuchar mi orden, asiente para luego retirarse.
Camino hasta el niño y me acerco a ofrecerle mi mano. Se supone que debía hacerme respetar o algo, pero yo sigo siendo a amable. Y él, ¿sigue sonrojándose?
―En serio, ¿no tienes fiebre? ―vuelvo a preguntar como anoche.
―¿Eh? ―Me mira nervioso―. No. ―Acepta mi gesto y se logra levantar―. No estoy… enferma. ―Reacciona y se corrige―. Digo, enfermo. ―Suelta mi mano, rápido, y toma aire para continuar―. ¿Puedo preguntar por su insignia?
Frunzo el ceño.
―No, y no preguntes más por ello si no quieres terminar muerto ―exclamo con voz grave, una autoritaria y logra sobresaltarse.
―No quiero morir, teniente ―aclara.
Sonrío.
―No morirás, yo mismo me aseguraré de que no pase.
―Puedo preguntar…
―Nada de insignia ―lo interrumpo, advirtiendo.
―No, no es eso. ―Se ríe―. Quería saber, ¿cómo llegué a su cuarto la primera vez?
Levanto una ceja.
―¿Qué quieres decir con eso?
―Digo, cuando me desmayé.
―¿Por qué te desmayas tanto? ―evito lo que pregunta, cuestionando otro asunto, como si me pareciera incómodo responder aquello.
Simplemente, fue un impulso inexplicable.
Como decirlo, el chico se desmayó y no podía dejarlo en el piso, así que lo llevé a mi camarote, en vez de a las literas de los otros piratas. Como que me dio algún tipo de sensación rara, mandarlo a un lugar sucio y lleno de alcohol, estando en ese estado. La segunda vez que se desmayó, mi hermano me reprendió, diciéndome que no tenía que ser amable con un polizón. La verdad tiene razón, así que cedí a su orden no muy conforme y lo envié a donde pertenece. La amabilidad debía desaparecer de un momento a otro, soy el teniente, no puedo comportarme como idiota. O darle un trato especial a un desconocido.