Insignia Pirata

Capítulo 7

Alexia

He suplicado como idiota, otra vez me he rebajado como imbécil. Me siento estúpida, yo no me comporto así, ¿dónde está mi valor? Creo que se lo llevó este mundo extraño. Miro a un costado y visualizo una llave. ¿Pueden ser tan tontos? No, no es posible, ha sido con buena intención.

Un segundo…

¿Acaso fue Iván? Mi corazón se acelera por tal teoría, estoy emocionada. Es el único que pudo haberlas dejado allí, no vino nadie más con anterioridad.

Es hora de reaccionar, debo huir de aquí, ir a tierra firme, buscar respuestas, no puedo quedarme en un barco y encima, que es de piratas. Estiro mi mano intentando agarrar la llave, tardo una eternidad, pero consigo tomarla. Abro la reja y con cautela salgo del calabozo, evitando a algunos hombres. Estoy a punto de saltar cuando alguien me abraza por detrás y me asusto. ¡Oh, no! Mi identidad será descubierta. Huele a alcohol, giro la vista.

―¿Te...? ¿Teniente?

―¿Qué es lo que me has hecho, pequeño niño? ―Está para comérselo crudo, todo sonrojado, desaliñado por haberse bebido, no sé cuántas botellas de alcohol.

Alexia, reacciona, te va a descubrir. Quizás no. Además, está borracho. Acerca su rostro al mío y cierro los ojos por inercia, pero caemos al suelo. ¡Se ha dormido sobre mí! No puedo quitarlo, es muy pesado. Hago mi mejor esfuerzo, no obstante, no hay forma.

Noto que se mueve un poco y lo llamo a ver si al menos tengo su atención.

―Teniente, no creo que debería dormir en el piso.

―¿Qué? ―Levanta la cabeza―. ¿El piso? ―Me cruzo con esos intensos ojos azules que me hacen suspirar―. Niño, no me mires con esa cara. ―Se ríe―. Eso es pecado.

Me sonrojo.

―No sé de qué cara hablas, pero deberías levantarte.

―No puedo, estoy a gusto. ―Me abraza.

Mucho mimo para mi acelerado corazón.

―Pero, teniente, el suelo es incómodo y además, soy muy peque, me aplasta ―expreso cada vez más nerviosa―. Lo ayudaré a levantarse si se quita.

Hace puchero.

―Bueno.

Se sale de sobre mí y lo ayudo a pararse. Pongo su brazo en mi hombro y lo guío hasta su camarote. Cuando llegamos hasta su cama, tira de mi muñeca y ambos caemos en el colchón. Vuelve a abrazarme.

―Ya no puedes escapar. ―Lo oigo decir en un susurro y después, no lo escucho expresar nada más.

Es cierto, he quedado atrapada.

~~~

Iván

Despierto a la mañana temprano, con una resaca de muerte, aunque ni idea como llegué a mi camarote o por qué esta cama está tan reconfortante. Estoy abrazando un almohadón cómodo o algo así. Un segundo… ¡¡Esto no es ni por poco una almohada!! Me siento, rápidamente, y descubro la manta. Visualizo a Alex por completo perdido en sus sueños, dormido a mi lado.

¿Cómo es esto posible? ¿Por qué rayos está aquí? Piensa, Iván, rápido. Imágenes comienzan a surgir en mi memoria. No puede ser. ¿Qué he estado haciendo y qué es esa forma de actuar? Creo que he caído en algo, que en un millón de años no debería admitir, porque entiendo perfectamente lo que está pasando por mi mente. Aunque es ilógico e imposible.

No puedo estar cambiando de orientación sexual, ¿cierto?

Es patético admitirlo, y no lo digo solo por llegar hasta este punto, pero mi comportamiento es obvio que no es normal. Necesito ayuda y pronto. Aunque primero necesito deshacerme del tonto, y rápido.

―¡Estúpido, Alex! ―Lo pateo y se cae de la cama―. ¡No entres a mi camarote! ―grito nervioso, sin mucho que saber qué decir.

Aléjate del chico, ¡corre!

Me levanto de la cama y me mira, confundido, pero no llega ni a pronunciar palabra, porque salgo rápidamente de allí. Voy lo más veloz que puedo a la cabina de Freíd. No puede estar pasándome esto.

Entro apresurado a su enorme camarote, y lo veo sentado en una de las sillas de la mesa de navegación, donde tiene todos sus mapas.

―¿Qué ocurre? ―Se ríe al verme alterado―. ¿Mucho alcohol?

Me siento frente a mi hermano, y nervioso, le cuento mi problema.

―La verdad es... ―¡Maldita sea! No debería sentirme así―. Pienso que...

―Deja de temblar, Iván, y termina de una vez. ―Se ha dado cuenta tan rápido que no lo puedo creer.

―Es que yo... ―Siento la vergüenza en mi rostro, parezco una nena a punto de confesarse por primera vez―. Supongo que... soy gay.

¡Maldición! ¡¿Por qué siento esto por el tonto de Alex?!

―¡¿Qué?! ―Mi hermano se enoja y tira la mesa, golpeándola, contra la pared―. ¡Ningún hermano mío será un maricón!

―¡No soy maricón! ―me defiendo―. Solo siento atracción por el tonto de Alex.

Me enojo, aunque lo había admitido hace un rato, pero... sí, es solo por Alex. No me gustan los hombres, solo lo quiero a él. ¡Agh! Todo esto es una porquería.




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