Iván
Me titila el ojo. Esa prostituta está dando vuelta en el barco, ¡¿por qué?! Camino por la cubierta a paso fuerte hasta mi hermano y señalo a la mujer.
―Pronto vamos a embarcar, ¿por qué sigue aquí? ―me quejo.
―Porque el hombrecito se convirtió en hombre y me pidió permiso. ―Se ríe Freíd, estando contento―. Deja de lloriquear y disfruta esas bellas caderas. ―Camina hasta dentro y dejo de visualizarlo.
¡Uf! Pero qué irritado estoy.
Voy rápidamente a buscar al tonto de Alex. Esta vez me va a escuchar. Llego al camarote donde duermen todos los piratas, y al verme furioso, los que están presentes, deciden salir del lugar. Cuando el niño intenta cruzar la puerta, para también irse, lo detengo por el brazo.
―Tú te quedas ―le advierto.
―¡¿Y yo por qué?! ―chilla, alarmándose, y luego traga saliva para continuar―. ¿Conmigo estás enojado?
Levanto una ceja.
―¿Se nota mucho?
―Bastante. ―Baja la vista.
―¿Por qué trajiste a esa prostituta aquí?
―¡¿Qué tienes en contra de Bree?! ―Forcejea―. ¡Y ya suéltame!
Me acerco a su rostro y entrecierro los ojos.
―No me has respondido.
―Teniente, acaso… ―Hace una pausa antes de continuar―. ¿Está celoso?
Me sobresalto y lo suelto.
―¡¿Te has vuelto loco?! ―Me alarmo―. ¡Respétame que soy tu teniente! ―Enarco una ceja―. ¿Qué desfachatez es esta?
―Lo siento mucho, teniente, yo no quise… ha sido un error. ―Baja la cabeza―. Perdóneme.
―Como sea. ―Miro hacia un costado―. Sigues sin responder mi pregunta.
―Pues, Bree… ―Se pone nervioso―. Ella… ―Gira su vista, intentando no mirarme―. Le debo algo.
Frunzo el ceño.
―¿Extorsión?
Ahora me cae peor.
Mueve las manos, alterado.
―¡Nada que ver! Es… es… ¡Gratitud!
Me enfado más.
―¿Gratitud? ―repito y luego cuestiono―. ¿Por qué?
―Por… por… ―Agita sus ojos de un lado a otro y parece que busca una respuesta justificable y rápida―. Por… ya sabes. ―Se sonroja, luego se hace el interesante―. ¡Estuvo fabulosa en la habitación! ―Me golpea en la mano, haciéndose el bien macho―. Me pidió de venir y no me pude negar, ya sabes, ¡así son las mujeres! ―Me guiña―. Su belleza nos hipnotiza y no nos podemos negar.
Me hierve la sangre, si continúa lo mataré.
―Cállate, Alex. ―Presiono mis dientes, intentando aguantar mi enojo―. No hables más.
―¡Pero! ―Abre su boca en grande.
―Silencio, no me dejas pensar.
―¿Y qué tienes que pensar? ―Ladea la cabeza, confuso.
Retrocedo, lo dejo más confundido que antes cuando lo ignoro. Regreso por el pasillo y camino directo a mi camarote. No puede ser, definitivamente, algo anda mal conmigo. No pude haber cambiado de orientación sexual, es ilógico. Aunque se lo admití a mi hermano, pero no soy gay. Mi cabeza repite todo el tiempo.
Es solo Alex.
Y ahora el idiota anda sintiéndose bien macho con esa prostituta. Me agarro fuerte del pecho por el dolor que siento que sale de mi alma. Me lo refriega en la cara el maldito.
Maldita sea, estoy muy celoso.
De esta manera, se me está haciendo difícil fingir. Necesito hablar de nuevo con mi hermano. En vez de seguir dando círculos en mi habitación, ahora me dirijo a la cabina del capitán.
Abro la puerta y me sobresalto. Visualizo a la rubia sobre mi hermano. Acabo de interrumpir su casi a punto acto sexual.
―¡¡Iván!! ―Se enfada Freíd y se levanta de la silla, haciendo que la prostituta se ría cuando la saca de encima de él―. ¡¡No entres cuando se te dé la gana!! ―Camina hasta mí, molesto.
―Es que… es sobre… ―Miro a Bree y luego a mi hermano otra vez―. Necesito hablar a solas contigo.
Rueda los ojos.
―Adivinaré, Alex. ―Me señala―. Escúchame bien, concéntrate en mantener este barco a flote y todo lo demás no importa ―me ordena―. ¿Entendido? ―Asiento y él se gira, agarrando la cintura de la rubia―. Ahora vete que estoy ocupado.
Bufo y me doy vuelta, molesto.
―Gracias por nada.
Camino hasta la cubierta, voy hasta mi amigo Hunter. Él se mantiene tranquilo y sin expresión. Me informa que ya está todo para embarcar, entonces le doy mi consentimiento para quitar el ancla.
Una vez que el barco comienza a estar en movimiento, me quedo tildado mirando las olas del mar. Siento el viento en la cara, así que me tranquilizo. El castaño se me acerca y me mira.
―Estás muy desconcentrado ―acota.
―Lo sé.
―Cuando uno tiene una incógnita, mejor resolverla ―aconseja―. Antes de que sea demasiado tarde.