Alexia
Hay una larga mesa, llena de comida. Me mantengo sentada en la silla sin probar bocado. El príncipe come tranquilo mientras observo mi vestido blanco y largo. Tiene unas cintas cruzadas delante del corsé y terminaciones de volados. Me siento en una película de época. Bueno, siempre me siento así en este mundo. Pienso que en cualquier momento alguien gritará “¡Corte!”, y concluirán de grabar la escena, aunque si eso sucediera, tendría que aceptar la realidad y creer que mi bebé está muerto. Por suerte, se ve muy real para especular que esto es producto de mi loca imaginación y, para ser sincera, nunca he sido muy fantasiosa en mi vida.
―¿No tienes apetito? ―consulta Edward.
―Yo… hay tanta comida, y mucha gente muriéndose de hambre afuera.
Se ríe.
―Me encanta tu compasión, querida.
―Gracias, supongo. ―Se forma un silencio―. ¿Vas a torturarme o algo?
―¿Por qué lo haría? ―Toma mis manos―. Eres la mujer más extraña que he conocido, me encantas.
Sabía que venía por esos lados, pero oírlo es distinto a imaginarlo.
―Tenía la esperanza de que tu curiosidad vendría por algo mágico y no por descubrir que soy mujer. ―Río, nerviosa.
―No serás tan agraciada, querida, pero tienes un carisma que cautiva.
Gracias por lo que me toca.
―Ah, ¿sí? ―expreso, sin importancia.
―Te vistes raro, eres más valiente que cualquier andrajosa que haya visto, pero tampoco pareces delincuente, y tienes actitud a pesar de no ser de la realeza. ¿De dónde viene tanto equilibrio?
―¿Soy de clase media? ―Enarco una ceja, confundida.
―¿Clase media? ―declara, intrigado―. ¿Dices que no eres rica ni pobre? Curioso, no conocía ese tipo de estatus.
―No sé si llamarlo estatus. ―Muevo los hombros sin importancia―. Cosas del capitalismo.
―¿Capitalismo? ¿Es tu reino?
―Eh… no, no vivo en un reino, pero dejemos de hablar de mí. ―Suelto mi mano de la de él, sutilmente, para que no se enfade―. Necesito encontrar la marca que oculta tu padre. Ya que estás interesado, quizás me quieras ayudar.
Entrecierra los ojos e ignora mi pedido para preguntar.
―¿Es cierto que tienes un hijo con ese brujo maldito? ―Apoya un extraño objeto sobre la mesa―. ¿Sabes que puedo controlarlo con esto? Tiene sangre de mi padre, soy muy consentido por él.
―Derek te dijo…
―No puede desobedecer. ―Se ríe―. Pero hagamos una cosa. Si yo encuentro a tu engendro, te desposarás conmigo. Ya no necesitarías de esa marca, si le ordeno al brujo que me diga dónde está el pequeño.
Quedo en shock.
―Su alteza, es muy halagador, pero yo quiero encontrar a mi hijo e irme.
―Tu hijo es un brujo maldito, necesita un amo, es su naturaleza. Si lo dejas con cualquiera, no vas a poder cuidarlo nunca, en cambio, es más seguro que tu esposo lo entrene.
―No he aceptado su propuesta ―le aclaro.
―No tienes muchas opciones, estás atrapada en el castillo y soy tu mejor aliado. Mi padre puede hacer destrozos contigo y tu engendro, no lo quieres de enemigo.
Frunzo el ceño.
―No me amenace, yo puedo desaparecer cuando quiera.
―¿Segura? ―Sonríe―. No he visto que tu talismán venga a salvarte.
―Es porque estoy por mi propia voluntad ―miento.
Maldito medallón, ¿dónde mierda está?
―Ah, ¿sí?
―Si realmente quiere conquistarme y que acepte su propuesta, tiene que hacer más que solo darme comida, buenos vestidos y regalos. Soy una mujer muy… ―Me aproximo a su rostro―. Muy detallista y difícil de enamorar, así que esfuerce su encanto un poco más, ¿no?
Se relame los labios. En definitiva, le gustó el coqueteo. Intenta besarme, pero retrocedo. Aunque no se molesta, solo se ve más interesado.
―Eres muy curiosa ―opina.
Sonrío.
―¿Dónde está el baño? Necesito polvorearme o como se diga en este mundo. ―Revoloteo las pestañas.
―¡SIERVO! ―grita y el hombre viene corriendo―. Indícale a la hermosa señorita donde está el tocador.
―Sí, señor ―responde, nervioso, el criado.
Voy acompañada del sirviente, luego quedo sola, cuando entro al baño y me cierran la puerta con traba. Reviso bien el lugar, en una rendija algo brilla, entonces sonrío. Hallo el medallón y lo agarro.
―Hola, pequeño, ¿me ayudarás a encontrar el camino hacia la marca?
Una compuerta se abre y levanto el vestido para irme por el pasadizo. Observo toda la estructura, entonces busco el camino. ¿Son los aposentos del rey? Miro el cuarto por una pequeña abertura. Empujo, entonces ingreso allí. Más brilla mi medalla, más me aproximo a un cajón. Lo abro y encuentro un mapa.