Alexia
A pesar de que antes Freíd estaba enfadado por la misión del bebé, ahora está encantado porque tiene un portal en la punta de su barco. No es que pueda usarlo, porque para eso necesita el permiso de Derek, y como se sabe, yo soy la dueña de él y ni aunque me agarraran a palazos dejaría que entrasen piratas a donde se encuentra mi hijo.
Meso a mi bebé mientras me encuentro sentada en el suelo de la cueva en donde revolotean las luciérnagas. No puedo parar de observarlo, Thomas es tan hermoso, es la cosita más linda que existe en el mundo.
―Ya es tiempo ―dice la dragona.
Suspiro y me levanto a dejarlo en la cuna. Le echo una última mirada, entonces me voy para cruzar el velo, llegando así a la proa del barco. Todos estos días lo he visitado, pero no puedo quedarme mucho porque, como dijo Derek, es imprescindible su aislamiento, para que no se contamine con su maldición.
Las olas del océano mueven el navío. Por suerte, ha estado muy calmo por aquí. Noto que está atardeciendo. Giro mi vista y veo al teniente, no hemos hablado desde que Derek instaló el portal. Me hace un gesto para que lo siga y me señalo en demostración de confusión. Él asiente y lo acompaño. Confundida, entro a su camarote.
No ingresaba aquí hace tiempo, sigue oliendo igual de bien.
―¡Ay! ―Me sobresalto cuando me abraza por detrás.
Me desconcentré, me había olvidado por completo. Es cierto, le prometí que me entregaría cuando halláramos al bebé. Todos estos días estuve tan sumergida en pasar tiempo con Thomas, que había desmemoriado el asunto con Iván.
―¿Ya te desocupaste? ―susurra en mi oído de manera sensual o su voz me parece así, no sé, ni idea si es a propósito o me lo imagino―. Me tienes desatendido.
¡Ay, mamá!
―Te… teniente. ―Me sonrojo―. Sabe que encontrar al bebé era importante para mí.
―Sí, aunque nunca me terminaste de explicar el motivo.
―Bueno, verá…
Me gira, entonces me encuentro con su rostro y el intenso azul que me observa sin piedad.
―No importa, luego me cuentas. ―Camina hacia adelante y yo retrocedo por acto reflejo, entonces noto que mi pie se choca con su cama―. Encontraste lo que buscábamos. ―Sonríe.
―Te… teniente.
Tengo un problema aquí, mejor dicho, no poseo lo que cree que hay en mi cuerpecito. Esto está muy errado y es un gran problema.
Y tampoco pienso decirle a Derek que aparezca, debo arreglarlo yo sola, pues no me voy a aprovechar de su situación por algo como esto.
―Alex…
Está calenturiento.
Tironea de mi disfraz. ¿Debería aceptar la sugerencia de Bree y hacerlo con ropa? ¡¡Ni mierda, muy arriesgado, tampoco es tan ciego!! ¿O sí? Bueno, solo tengo que detener la situación sexual. Aunque ya me haya puesto cachonda también.
―Teniente… creo que… ―Levanto mi dedo índice, luego me doy cuenta de que lucha con mi ropa―. ¿Qué pasa?
―No se abre.
―¿No se abre? ―Quedo confundida―. ¡Ay!
Me empuja a la cama, poniéndose a horcajadas sobre mí. Me asusto cuando saca un cuchillo, pero me parece gracioso que este se rompa. ¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO?! Aunque, ahora que lo pienso, el traje es igual de extraño que el medallón, como si fuera una extensión de este. ¡Es mágico! Es como si una energía no se lo permitiera.
―Alex, dime qué está ocurriendo. ―Tira su cabeza al costado de mi cuello―. ¿Por qué no puedo abrirte la chaqueta? ―se queja―. Me voy a morir de calor, no es justo. ―Refunfuña.
No me voy a reír, pero suena a un niño berrinchudo, es muy gracioso. Me cubro la boca antes de que se me escape la risa, sin embargo, me es imposible lograrlo.
―¡¡¿Te burlas de mí?!! ―chilla, avergonzado, mientras levanta la cabeza para mirarme―. ¡¿Eres brujo también?!
―Yo no, los objetos que me rodean creo que sí ―respondo, tímida.
―¿Te protegen de mí? ―expresa, decepcionado.
―Teniente, no sufra, ni yo los entiendo.
―Alex. ―Toma mis mejillas―. Quizás si confiaras en mí, esto sería más fácil.
―Pero si yo confío. ―Hago puchero.
―¿Seguro? ―Enarca una ceja.
Esa palabra en masculino me hace pensar.
―Bueno, sí, puede que no te cuente todo, pero tú tampoco lo haces.
―¿Qué?
―O sea, quiere que entendamos esos objetos, entonces veamos a ese tal Ravenor.
―No digas bobadas, Alex, eso es suicidio.
―Pero teniente…
―Cállate. ―Me besa y me quedo sin aire. Mueve su boca, así que le correspondo. El movimiento de sus labios es intenso y rápido, aun así, toda la calentura desaparece cuando se queja, ya que intenta abrir la chaqueta de nuevo, por haberse olvidado, pero esta no se abrió―. Maldita sea, no puedo creer que mis encuentros fogosos con un enano dependan de enfrentarme a un brujo sanguinario, no es justo.