Me vi en el espejo después de lavarme la cara. Mis ojeras eran bastante visibles. Puse una mueca y aparté la mirada. Llevaba dos días seguidos sin dormir. Dos yo, tres mi madre. Aunque en mi caso aún no me había vuelto loca. Salí del baño y me encontré con papá mirando por la ventana, y mi hermano sin duda, con su móvil. Mamá llevaba todo el día en la habitación. Aún no dormía, y ya no tenía las fuerzas suficientes ni siquiera para gritar en un absurdo intento de pedirnos ayuda. Porque la verdad era que no podíamos ayudarla a vencer a sus enemigos, porque estaban en su cabeza. Y ella no lo entendía. Ni siquiera un médico podía ayudarla. Estábamos solos.
Aparté todos esos pensamientos de mi mente y sonreí, sentándome al lado de mi hermano, con un libro. Lo abrí por la primera página y comencé a leerlo una y otra vez sin poder concentrarme. Después de un tiempo, frustrada y con dolor de cabeza lo cerré de golpe. Al parecer, mi mente prefería vagar por otras cosas. Por ejemplo, pensar en Ella, que me había dicho su nombre esa misma noche mientras nos columpiábamos. Ya habíamos comenzado a hablar más, pero nuestras situaciones eran distintas. Yo tenía problemas con mi madre, ella con su padre.
—Tierra llamando a Jane. —escuché. Me giré y vi a mi hermano observándome.
—Ahora que quieres.
—Hablar contigo, ¿No puedo hablar con mi hermanita pequeña? —ironizó. Resoplé.
—Di lo que tengas que decir, adelante.
Cuando pensé que iba a pronunciar alguna frase, apartó su mirada de mí y volvió a centrarse en lo único que parecía importarle: Su móvil. Iba a levantarme para irme a mi habitación pero recibí un mensaje, era suyo. Al parecer pensaba hablarme por el teléfono, aun estando a escasos centímetros el uno del otro.
Todo cobró sentido cuando leí el texto.
"Tenemos que salir de casa, hay que hablar de lo de mamá a solas, no quiero que papá nos escuche"
Entendía su propuesta, y me alegraba que no pasara también de algo tan desagradable como aquello.
"Vamos bajo y hablamos en la calle" Respondí.
Me dejó en leído, pero supuse que aquello quería decir que sí.
Corrí a la habitación y me vestí rápido, escogiendo cualquier cosa. Por la tarde el clima no era tan frío, de hecho, incluso cálido. Esperé en el pasillo a que él llegara y nos fuéramos juntos. No tardó mucho, llevaba una camiseta blanca y unos pantalones chándal. Estaba claro que a ninguno de los dos nos interesaba la moda.
—¡Papa ahora volvemos! —grité antes de abrir la puerta.
—¿A dónde vais?
Me quedé callada, pero John puso una excusa por mí, al fin y al cabo, él era el experto.
—Voy con mis amigos, ella insiste en venir, es tan pesada que he tenido que aceptar. —Rodó los ojos.
Quería gritarle, pero me aguanté las ganas, tenía que seguir la jodida mentira.
—Sí. Es que me caen bien. —Sonreí forzosamente.
—Pasároslo bien. —decidió mi padre al final—. No volváis muy tarde.
Cerramos por fin la puerta, aliviados. Esperé hasta que estuvimos bajo, en la calle, para echarle en cara a John lo que pensaba de su excusa.
—¡Cómo se te ocurre decir eso! ¡Me has dejado mal!
—Oh, venga ya no es para tanto, querías una excusa y te la he dado. Incluso deberías pagarme por el servicio.
Bufé aunque no le contesté, ambos sabíamos que no estábamos ahí para aquello. Caminamos por la calle hasta que vimos una pequeña cafetería que parecía vacía. Era un buen sitio para hablar de un tema privado.
—¿Qué le está pasando? —me preguntó él sin demora, preocupado por primera vez.
Espere a que estuviéramos sentados en la mesa para contestar.
—No puede dormir.
—No. No es solo eso, escuché los gritos anoche.
—¡Los escuchaste porque te desperté! Estabas durmiendo mientras pasaba todo, inútil.
—¿¡Fuiste tú!?
Bufé de nuevo.
—¿Qué pensabas que pasaría si alguien no dormía por días? Se llama delirar.
—Jane, hablemos en serio. ¿De verdad crees ese rollo que dice papá? ¿De verdad crees que no dormir por 3 días desencadena algo así?
—¿Sí? —contesté dudosa.
—¡No claro que no! No en estos niveles.
Lo miré entendiendo su punto de vista. Tenía razón, no era normal. Yo era la prueba.
—Ella no quiere dormir.
—Tiene que dormir. Podemos, ya sabes, drogarla. Sé que suena mal, pero ¿se te ocurre algo mejor?
—¡Tú estás loco! —Toda la multitud del restaurante nos miró, y yo, avergonzada, bajé la voz—. No vamos a drogar a nuestra propia madre, ni se te ocurra usar una de tus cosas.
—¡Solo sería una dosis pequeña, Jane! Para que durmiera, no le haría nada.
Hablaba en serio, y eso me frustraba.
—Mira. —dije—. Compré un medicamento en la farmacia para dormir. –Sus ojos se abrieron al escuchar mis acciones.
—¿Cuál?
—¡Yo qué sé! Me lo dio el farmacéutico. Es nuestra única opción, eso y drogarla, cosa que no va a pasar, ¿entendido?
—Sí, señora. —Rio con ironía—. Yo se lo pongo en el agua, y tú se la llevas a la habitación.
—¿Yo? —un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. No solo me daba miedo, también me aterrorizaba tener que verla en sus condiciones. Me recordaba a algo inevitable: La muerte.
—Sí, tú. No tienes ni idea de cómo manejar pastillas, y yo sí, así que yo se la pondré en la bebida.
—¿Y te sientes orgulloso de eso? —contesté enfadada. Era la única de la familia que sabía de su "pequeño negocio", y con razón.
—Claro. —sonrió—. Las cosas no se compran solas.
Rodé los ojos. Era un insensato. Me levanté de mi asiento y me estiré mientras le miraba fijamente esperando a que entendiera que ya teníamos que volver.
—¿Ya? —dijo—. ¿Pero qué hora es?
Miré mi móvil, y como era costumbre entre nosotros, yo tenía razón.
—Las ocho, si llegamos tarde nos reñirán.
Corrimos a casa, intentando esquivar a las despistadas personas de la calle, que entraban en su mundo mientras caminaban, poniendo el modo automático, y no se fijaban en sus alrededores. No tardamos mucho. Enseguida estábamos frente a la puerta. Abrimos con desconfianza, sabiendo cuál sería nuestro propio movimiento. Sabiendo que, básicamente, íbamos a drogar a mama.
Entramos. Las luces estaban encendidas y nuestro padre en un sillón, que se encontraba frente a la ventana.