—Por favor, John, tranquilízate. —le pedí, en un ruego.
—¡¿Qué me tranquilice?! ¿¡Cómo pretendes que me tranquilice!?
—¡Joder! Solo quiero que me expliques lo que está pasando. —Pedí de nuevo mientras le miraba a los ojos, esos ojos verdes que hacía unas horas parecían normales, pero ahora estaban rojos y húmedos.
—¡No hay tiempo, Jane! ¡Ni siquiera sé si le está pasando también a papa!
—¿El qué, John?
—Lo de mamá.
Solté una risa nerviosa.
—No, él ha dormido últimamente.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Me habría dado cuenta.
—No, Jane. Él lleva días sin dormir.
—No. No es cierto.
—Sí es cierto. ¡Pero no quería decírtelo! Considera que eres demasiado inestable.
—¿¡Papá se va a morir, John y tú no me lo dices porque soy muy "inestable"!? ¡Dios mío eres un estúpido!
—Él me lo pidió.
Le miré de arriba abajo, enfadada, pero no tenía tiempo para recriminarle nada, ahora mismo había una persona que me preocupaba más que él.
—¿Cuánto tiempo lleva en la habitación?
—No ha salido desde ayer por la noche.
—¿Has entrado?
—No me atrevo, te estaba esperando.
Bufé.
—Tengo miedo, yo tampoco quiero entrar ¿pensabas que sería como con mamá?
—No.
Nos sentamos en el sofá, sabiendo que probablemente la única persona que nos quedaba estaba en la habitación de invitados. Muerta. Me miré las manos y las puse bajo mis piernas, intentando que dejaran de temblar. No quería derrumbarme, no otra vez. No podía darles a entender que tenían razón. Yo era fuerte, no inestable. Y tenía que comportarme como aquello. Iba a ser objetiva, y no débil. Respiré profundamente en silencio antes de expresar en alto mi decisión.
—Vamos juntos. —dicté.
Él me miró.
—¿Estás segura?
Quise decir que no, pero en lugar de aquello, asentí. Me levanté, haciendo fuerza con todos mis músculos, con la intención de ocultar mi temblor y con él mi miedo, y no solo a John, sino también a mí misma.
Mi hermano, también aterrado, caminaba en silencio detrás de mí. Yo estaba haciendo el rol de la adulta, o la mayor, cuando era al revés. Paramos justo al frente de una puerta que hacía tiempo que no abríamos. Era oscura, de madera, pero embalsada con una capa de pintura. Además, teníamos la sensación de que era bastante antigua, o al menos eso parecía, por algo era la habitación de invitados, y no la de cualquiera de nosotros.
Era algo antiguo, real, y astillado, bajo una bonita capa de pintura que intentaba ocultar la horrible realidad. Y exactamente por ese mismo motivo, solo que de forma metafórica, yo aún no entendía que era lo que estaba pasando.
—¿Vas a abrir? —preguntó John. Yo reaccioné. Me había quedado paralizada antes de poner siquiera mi mano en el pomo.
—Sí. —dije mientras me dedicaba a acercarme, y poco a poco, hacer lo que mi hermano había dicho: Abrirla.
No tardé mucho, en unos segundos se cernía una gran sala sobre nosotros. Entraba poca luz, de hecho, todas las ventanas estaban completamente cerradas, y lo único que iluminaba el gran lugar era, al parecer, la luz del pasillo que entraba por la puerta.
—¿Papá? —pregunté.
Escuché algo, y me quedé parada. Estaba vivo. Sonreí y corrí a la cama, donde reposaba un bulto bajo las sabanas. Me acerqué y me arrodillé a su lado, pero entonces algo me sorprendió. Sus ojos estaban abiertos y enrojecidos, me miraban saltones, y sin parpadear.
—¿Papá? —Volví a preguntar, pero con un tono distinto, con miedo.
—¿Qué pasa Jane? —dijo un chico desde la puerta preocupado. John.
No contesté. Papá seguía mirándome, queriendo decir algo, pero sin fuerzas para hacerlo. Al final lo consiguió.
—Iros.
—¿Qué?
Volvió a tardar un poco en responder.
—Correr.
—No vamos a irnos.
—Fuera de la casa. —Suspiró finalmente.
Unas silenciosas lágrimas resbalaban por mis mejillas.
—Correr. —respiró con dificultad—. Lo visteis en vuestra madre. Una vez es suficiente. —No dijo nada más, y no era necesario. Yo, que lo habíamos escuchado, tenía muy claro lo que hacer.
—Volveremos papá.
No contestó, pero no pasaba nada. Me levanté con rapidez y sin dudar cerré la puerta, y corrí a mi habitación.
—Ey, ey, Jane, ¿Qué haces?
—¿No has oído lo que ha dicho papá?
—No lo decía en serio, o sea, probablemente estuviera delirando, Jane.
—Pues no lo parecía, y de todas formas, no quiero estar aquí cuando eso pase.
John sabía a qué me refería.
—Yo tampoco.
—Entonces decidido, nos vamos.
Suspiró y fue a recoger sus cosas. Yo usé una pequeña mochila para meter lo básico, dos prendas de ropa, algo de comida, un pequeño diario, el móvil, y, obviamente, mis pastillas. Sentía un miedo crecer en mi pecho, pero no tenía tiempo para prestarle atención, estaba haciendo algo mucho más importante: Huir.
Esperé a mi hermano, que no tardó mucho en venir. Ambos asentimos como una señal, sabiendo que era la hora, íbamos a dejar esta casa, y no volveríamos. No hasta que todo hubiera pasado, no hasta que aquel horrible virus dejara de perseguirnos, y yo pudiera cumplir la promesa que le había hecho a papá. Volveríamos.
Cogí las llaves y abrí. Llamé al ascensor nerviosa, pero ninguna luz iluminó el botón.
—¿Qué está pasando? –Fruncí el ceño.
—Creo que no funciona.
—¿Cómo que no funciona?
—Te dije que el mundo se estaba yendo a la mierda.
—Pensé que te referías al nuestro. —musité.
—No, Jane. Todo el mundo.
Respiré con dificultad.
—No pasa nada, usemos las escaleras.
Ninguno dijo nada, solo nos dirigimos en silencio hasta las pequeñas escaleras, y las bajamos en un silencio que podría considerarse tranquilo.
¿Pero acaso no era esa paz el problema?