Mis ojos se cerraban, por mucho esfuerzo que ponía en mantenerlos abiertos. Aquello, obviamente, era una buena señal, quería decir que no estaba infectada, pero en aquel momento no habría estado mal tener el virus, porque tenía que aguantar toda la noche.
—¿Qué hora es? —pregunté. No tenía fuerzas para coger mi móvil.
—Las dos de la mañana. —contestó John con voz de cansado, también tumbado a mi lado con aspecto de muerto.
Gruñí en respuesta y decidí que quizás, ceder a mi impulso de dormirme no era tan malo. Pero Daimon me interrumpió.
—No os durmáis. —decretó como si leyera nuestras mentes—. O si no se nos pasará la hora de ir con Ella.
—Ves tú. —musité.
Él levantó una ceja.
—¿Yo? No, tú has acudido aquí, vendrás conmigo.
—Pero no quiero. —protesté con los ojos cerrados, pero consciente.
—No seas dormilona, hay muchas cosas que hacer.
Bufé y no dije nada más, pude escucharlo suspirar, y después caminar, hacer sonidos extraños, pequeños golpes, y enseguida me provocó curiosidad. Abrí los ojos y me acomodé con cuidado, él estaba con un pequeño mortero en la barra de la farmacia. Parecía el mortero de John.
—¿De dónde lo has sacado? —pregunté confusa.
—Estaba en la maleta de tu hermano. —abrí los ojos y miré a John.
—¿Por qué no me sorprende? —dije con ironía—. John. —le llamé—. ¿Por qué se supone que te has traído el mortero?
Su respuesta fue gruñir, y seguir durmiendo, pero no importaba, yo ya sabía el porqué. No se lo iba a echar en cara, nadie sabía si durante aquellas próximas semanas, o meses, necesitaríamos algún tipo de fuente de ingresos. Me odié a mí misma por pensar aquello.
—¿Y qué haces? —le pregunté al chico, que seguía machacando algo en el mortero.
—Voy a drogaros.
No necesité ningún tipo de estimulante para, aún sin fuerzas, levantarme súbitamente y mirarlo enfadada.
—¿¡Como que drogarme!?
—No chilles.
—No me digas lo que tengo que hacer.
Puso los ojos en blanco y sonrió con diversión.
—Pues no seas gritona. No planeo drogarte para matarte, solo es una mezcla de dextroanfetamina y metilfinedato. —Mi cara, debió ser de incomprensión total, porque de nuevo rio burlón y me lanzó las cajas, para que lo comprobara por mí misma. Las cogí por poco, al vuelo—. Son estimulantes, los necesitaremos. Sobre todo tú y tu hermano.
—No necesito nada. Estoy despierta.
—Tu cara no dice lo mismo.
Bufé, me acababa de insultar indirectamente, y lo había hecho a propósito por lo que su sonrisa indicaba.
—Imbécil. —susurré.
—Gritona.
Decidí no contestar, pese a que quería y estaba enfadada. Era irónico que me pasara la vida tomando pastillas para dormir, y ahora él quisiera darme un estimulante. Quería matarme, sin duda. Cogí el móvil de John, que tenía tirado a su lado. Me pregunté cómo podía haberse dormido en el suelo, pues era más duro que una roca. Estaba claro que él no tendría ningún problema con el virus. Sonreí, y mis ojos se iluminaron al ver la hora. Las tres de la mañana.
—¡Nos vamos! —exclamé contenta.
—No. —gruñó John.
—¿Cómo decías que se tomaba esa mezcla Daimon? —pregunté en alto para que mi hermano lo escuchara.
No hizo falta que lo dijera dos veces para que John estuviera de pie, y listo para salir.
—Yo vendo drogas, no las tomo.
—Vosotros mismos. —rio el chico—. Cuando estéis a punto de moriros del sueño, no os daré.
—No, cuando estemos a punto de morirnos de sueño nosotros dormiremos. —me burlé yo.
Él disimuló una sonrisa y se tomó aquella extraña mezcla, que antes había puesto en un pequeño vaso de plástico.
Era él el alcohólico que tomaba líquidos extraños en chupitos, no yo.
—Vamos. —dijo con seguridad—. Ella debe estar esperándonos.
Salimos los tres juntos al gélido frío de la noche, que parecía quemar al tacto. Me abracé a mí misma, congelada. Una pequeña brisa se estampaba con delicadeza en mi piel, dándome escalofríos y poniéndola de gallina, pero no me quejé, seguí caminando con ellos, los cuales parecían no sentir nada, o querían hacerse los fuertes, algo que era típico al menos en John. Aunque quizás fuera por las drogas que ambos tenían en el cuerpo, que les habían calentado. Sonreí con ese pensamiento.
—¿De qué te ríes? —me preguntó el chico, que caminaba a mi lado, no como John, que cansado sin fuerzas iba detrás.
—Nada. —contesté.
—Eso no parecía nada. —insinuó él.
—Bueno, pensaba que para haber sido tú el que pensara que yo era medio alcohólica, no das muy buen ejemplo.
Ensanchó su sonrisa.
—No te equivocas. Pero trabajo en una farmacia, Jane, tu hermano vende droga, y tú eres adicta a unas pastillas para dormir. No digas que yo soy medio alcohólico, cuando tú tienes una adicción. —Se acercó más—. Y has venido aquí, sabiendo donde trabajaba. Tienes todas las papeletas para quererme solo por mi trabajo, gritona.
—Solo me has escuchado gritar una vez, no me llames así. —le pedí amenazante, ignorando toda su respuesta.
—Te lo has ganado. Y has gritado más de una vez. —rio.
Enfadada rodé los ojos y giré a la calle de al lado, porque el parque ya estaba enfrente. El silencio en aquel lugar era abrumador, pese a que podía escuchar los susurros de John y Daimon bromeando entre ellos.
Nada estaba bien, todo el ambiente, y la situación gritaba exactamente lo mismo, una sola palabra, aterradora: "Muerte". La ciudad entera se sumía en una densa bruma negra, que aparecía ahí donde esta iba. Cuando los columpios fueron visibles, vi una silueta de pelo liso y largo sentada en uno, corrí hacia ella, era mi amiga.
—¡Jane! —exclamó mientras se levantaba para darme un abrazo. Yo se lo devolví—. ¡No sabía si te habías infectado o te habías ido! Y no podía contactar, no hay cobertura, y no tengo tu número. Le sonreí.