—Esto es lo que vamos a hacer. —decía Daimon, mientras yo intentaba asimilar la situación—. Nos hemos quedado solos en la ciudad, así que mañana intentaremos coger todas las cosas que podamos de las tiendas, ¿entendido?
—¿Eso no sería robar? —pregunté.
—¿Ah sí? Entonces las trescientas cajas de pastillas de tu mochila son compradas. —ironizó levantando una ceja.
No contesté. Él tenía razón.
—Bien, pero, ¿Y si la comida ya está infectada?
—Tendremos que arriesgarnos, o moriremos antes de hambre.
Asentí.
—Y nos iremos por la noche. —completó Ella—. Así espero que haya menos gente por la calle que pueda contagiarnos.
—O a la que podamos contagiar. —opinó John—. Os recuerdo que hemos estado en contacto cada uno con dos infectados que han acabado, bueno, muertos.
—No sabemos si papá está muerto. —le interrumpí.
Él me miró con lástima, algo que no era necesario, que quisiera creer que podía seguir vivo no significaba que lo creyera.
Y mi hermano, casi leyéndome la mente habló.
—No vamos a ir a casa Jane. No sabemos lo que podemos encontrar. —dijo duramente, intentando ser firme con sus palabras, pero con un brillo de tristeza asomando su mirada.
—Quizás a papá, haciéndose un café, como todos los días, mientras lee un periódico.
El silencio fue corto, pero pareció eterno.
¿Acaso era esa la mayor estupidez que me había atrevido a decir?
Me abracé a mí misma, protegiéndome del frío —y del exterior— mientras comenzaba a columpiarme.
—¿Qué vamos a hacer? —pregunté—. ¿Estaremos toda la vida huyendo del virus?
—Probablemente te mueras antes de sobredosis. —contestó Daimon sonriendo divertido.
—¡No tiene gracia! —exclamé—. No me drogo, solo me gusta prevenir.
—Oh, venga ya, gritona. —rodé los ojos, podría haber elegido cualquier apodo, pero se había decantado por el peor—. ¿Entonces qué haces despierta a esta hora?
—No lo sé, quizás sea porque me has obligado, y probablemente si te hubiera dicho que no, estaría drogada con la cosa esa que estabas mezclando antes, idiota. —Pese a que había acabado mi oración insultándole, él seguía sonriendo divertido. Me recordó al gato del país de las maravillas, solo que más desconcertante.
—Fuiste tú la que vino a mí pidiendo ayuda, no yo el que te la ofreció.
Bufé, fingiendo que no me importaba lo que decía.
—Bueno, ¿entonces?, ¿Qué? —interrumpió Ella—. Jane tiene razón, la verdad es que no pretendo vivir en una de esas películas de sobrevivir. Aunque no estaría mal. —admitió—. Pero prefiero que se quede todo eso detrás de la pantalla, no fuera.
—Entonces tenemos un problema. —contestó Daimon—. Creo que ya es muy tarde.
—Seguro que están investigando los médicos ya. —dije.
—Pues no sé qué van a deducir. Por ahora solo sabemos que todo comienza con insomnio y a los dos días la gente decide suicidarse. Sin contar que la mayoría podrían estar muertísimos. —opinó John con honestidad, que estaba tirado en el pequeño tobogán.
—Eso es lo que sabemos nosotros, pero los médicos habrán investigado más.
—Tengo una idea. —nos interrumpió de nuevo Ella, aun sentada en el columpio—. ¿Por qué no discutimos todo esto mañana y nos vamos a dormir?
—¿En la farmacia? —pregunté confusa.
—¿Tienes alguna idea mejor? Aceptamos sugerencias. —dijo un Daimon burlón.
No respondí, dando a entender, que los únicos lugares que se me ocurrían nos provocarían pesadillas y muy probablemente traumas.
—Bien. —decretó mientras se estiraba—. Nos vamos.
Todos le hicimos caso y nos levantamos, decididos a por fin, a las cuatro y mucho de la mañana, irnos a descansar de tantas emociones.
Tardamos poco en llagar a la farmacia, y lo mismo en cerrar las puertas, apagar las luces, y acurrucarnos todos en la trastienda sobre chaquetas, o nuestras propias mochilas.
—¿Estáis cómodos? —dijo John de broma.
Gruñí con los ojos cerrados, dando a entender que no tenía gracia.
—Solo tú podrías dormirte en esas condiciones. —dije.
—No voy a negarlo.
Sonreí para mí misma y no pensé mucho más, tenía sueño. Afortunadamente, gracias a que no había decidido probar el “mejunje art Attack” de Daimon, pude dormir.
En sueños nada cambió, a todos ellos les rodeaba una gran oscuridad, y sonaban gritos advirtiendo.
Mamá y papá, me observaban a lo lejos, me observaban con el mismo aspecto con el que había encontrado yo a la primera mencionada. Sin ese órgano que nos permitía ver.
Respiré con dificultad, y poco a poco caminé hacia atrás, tratando que no me escucharan.
Pero era un sueño, estaba claro que hiciera lo que hiciera ellos sabrían que yo estaba ahí.
“Jane” —susurró papá.
Inspiré profundamente, cogiendo la valentía suficiente como para responder a mi nombre. Pero no lo logré.
“Ven con nosotros” —dijeron.
—No. Vosotros estáis muertos. —Me convencí.
“No te queda mucho Jane” —insistían ellos—. “No se puede huir de Insomnia”
Aquello, fue lo que hizo que me despertara, agitada y sudando, enredada entre mi ropa y chaquetas que había usado para taparme y aguantar el frío de la madrugada.
Respiré profundamente mientras con energía, y sin ganas de volver a dormir me levantaba.
Una suave luz entraba a la farmacia desde fuera, debía ser ya por la mañana. Pero todos estaban tirados, durmiendo en la trastienda, todos menos uno.
Daimon.
¿Por qué no me extrañaba?
Salí y lo encontré mirando entre todos los productos, ordenándolos, me quedé observándole hasta que por fin fue consciente de mi presencia.
—¿Qué haces tú despierta? —preguntó.
—Pesadillas. ¿Tú?
—Ni siquiera he podido dormir, me he pasado la noche dando vueltas por la tienda.