El estruendo de la taza al romperse fue un martillazo en el silencio de la noche. La música de Camila se desvaneció en el fondo.
El canto de Tamara se detuvo en seco, el vino suspendido a medio camino de sus labios rojos. El silencio que se instaló entre los dos balcones era atronador, solo roto por el goteo del café que se escurría de la barandilla hacia el piso de abajo. Agustín se enderezó lentamente, sintiendo el café caliente escurriéndose por sus pies descalzos. Miró el charco humeante y los fragmentos de porcelana a sus pies con una resignación total.
"Genial," murmuró para sí mismo, pero con el volumen suficiente para que el silencio de la noche lo llevara a oídos de Tamara. "La décima. Perdí mi décima taza. Y ahora tengo que limpiar este desastre a las tres y media de la mañana."
Tamara, vestida en su armadura escarlata, lo vio todo: el hombre en pijama, el café perdido y la queja monótona sobre la décima taza. Y no pudo evitarlo. La tensión se rompió en un sonido agudo y totalmente inapropiado: una risa.
Comenzó como un pequeño bufido, luego se convirtió en una carcajada histérica que brotó de su pecho, alimentada por el vino, el insomnio y la absurda imagen de un hombre que se lamentaba por su estadística de tazas rotas. Se inclinó sobre la barandilla, secándose una lágrima de máscara de pestañas.
"Disculpe," dijo Tamara, su voz aún temblorosa por la risa incontrolable, "¿Ha tenido un pequeño accidente con su... plan de vigilarme? Porque la pérdida de la décima taza es una tragedia que merece un musical."
Agustín, todavía con los restos de café entre los dedos de los pies, sintió que el sonrojo le subía hasta las orejas.
"No estaba vigilando," replicó Agustín con un tono seco y formal, intentando recuperar algo de dignidad. "Estaba... admirando el nivel de decibelios de su serenata nocturna. Mis oídos no sabían que el glamour requería tanto volumen."
Tamara soltó otra carcajada, esta vez más controlada. Se sirvió más vino.
"Ah, claro. El crítico de música de la madrugada," asintió Tamara. "Es comprensible. Un evento así requería el sacrificio de una taza. Es usted un 'espía del café', un detective que busca sueños perdidos con cafeína en lugar de una lupa. Por cierto, ¿qué esperaba encontrar al inclinarse tanto?"
Agustín suspiró, recogiendo con el pie el trozo más grande de cerámica rota.
"Esperaba confirmar si el vestido rojo era una declaración de intenciones o un disfraz de Halloween tardío," confesó con un cansancio que iba más allá de lo físico. "Definitivamente un disfraz, por la forma en que está cantando."
Tamara levantó su copa en un brindis irónico.
"Es una declaración de guerra al pijama, Agustín," afirmó. "Y usted, vecino, parece ser el campeón local de la derrota. Me llamo Tamara."
"Soy Agustín," dijo, rindiéndose a la conversación. "Y estoy buscando desesperadamente algo que no me haga desear estrellar la cabeza contra la pared. Parece que encontré su voz."
"Y yo encontré un desastre en pijama," bromeó Tamara.
Agustín miró el caos a sus pies—el café derramado, la porcelana destrozada—y luego miró a la mujer espectacularmente vestida en el balcón de al lado.
"Encontré un lío," admitió. "Y la primera risa sincera que escucho en este edificio en meses. Ahora, si me disculpa, tengo que limpiar mi desastre. Y buscar una taza número once."
Tamara se quedó de pie, viendo cómo él desaparecía en la oscuridad de su apartamento. Ella no había encontrado el sueño, pero sí había encontrado algo: un momento, aunque breve y absurdo, en el que no había estado pensando en Daniel.
Y eso, a las 3:00 de la mañana, se sintió peligrosamente parecido a una pequeña victoria.