Insomnio para Dos

Capítulo 15: El Acuerdo de Miss Princesa

Narrado por Tamara)

A las 5:00 PM, mi cerebro estaba a punto de colapsar, pero mi alma estaba extrañamente satisfecha. Había logrado rastrear cien mil dólares en pensiones atrasadas y había puesto en orden un excel que parecía escrito con los pies. El caos financiero era mi orden, y el caos de Daniel, según Sofía, era mi revancha.

Mientras guardaba mis cosas, escuché voces alegres cerca de la puerta. Lucas y Agustín habían llegado a buscarme.

Lucas vino corriendo, abrazando mis piernas.

—¡Miss Princesa! ¡Vamos a casa! —gritó con una alegría que me desarmó por completo.

Agustín me miró con una ceja levantada, intentando contener una sonrisa.

—¿"Miss Princesa"? ¿Ese es el resultado de tu primer día como ejecutiva financiera en un jardín de infancia?

Me reí, sintiendo el calor del rubor. —Es una historia larga y humillante. Es el apodo que me gané por intentar imponer orden en el tobogán.

Lucas sacó algo de su mochila con orgullo. Era una tiara hecha de cartón, envuelta en papel de aluminio brillante y decorada con pegatinas de estrellas.

—¡Te la hicimos entre todos! —dijo Lucas.

Me la puse. Los tacones a prueba de niños, el traje de ejecutiva de algodón y la tiara de aluminio. Era una imagen ridícula de mi nueva vida.

—Me siento honrada, Sra. Isabel —dije, mirando a la profesora que estaba cerca, quien se rió—. Creo que oficialmente he ascendido. De consultora a realeza preescolar. Es una buena caja para marcar en mi nuevo cuaderno.

Agustín me invitó a subir a su coche. Al volante, su semblante se oscureció. El brillo de Lucas y la tiara desaparecieron, reemplazados por la frustración.

—No has tenido un día fácil, ¿verdad? —le pregunté, notando su tensión en el agarre del volante.

—Tú has ordenado el caos aquí, en la oficina principal —dijo, suspirando. —Pero mi verdadero infierno financiero está en el despacho del Director. Y no tengo idea de cómo manejarlo.

Me contó la magnitud de su problema, con una desesperación creciente.

—La guardería no es solo esta sede, Tamara. La escuela es la principal y de alli son diez sedes distintas en la ciudad. Elena manejaba la consolidación de presupuestos, los balances cruzados y la relación con los grandes proveedores. Yo apenas sé hacer la nómina. Estamos a días de la inspección, y los proveedores... los proveedores están histéricos. Llaman a la oficina principal porque les deben dinero de tres sucursales diferentes. No puedo dormir, no solo por Elena, sino porque siento que voy a arruinar el legado que ella construyó.

Mi cerebro, ese órgano que Daniel me había convencido de que era solo útil para él, se activó. Diez sedes. Presupuestos cruzados. Rastrear proveedores histéricos. Era un modelo de negocio pequeño, pero tenía la complejidad de una multinacional. Era el juego que yo dominaba.

Me quité la tiara. Aquí estaba la oportunidad. Él tenía la estabilidad emocional que yo necesitaba, y yo tenía la estabilidad financiera que él requería. Era un trueque, un contrato justo entre dos desastres.

—Mira, Agustín, sé que esto suena a un plan de ataque, pero soy una mujer de planes —dije, apoyando la tiara de aluminio en el salpicadero—. Yo puedo ayudarte. Tengo siete años de experiencia en reestructuración financiera y sé cómo calmar a un proveedor histérico. Puedo organizar la consolidación de presupuestos de tus diez sedes en una semana.

Él me miró incrédulo. —¿Harías eso?

—Sí, pero tengo una cláusula. Un intercambio. Soy terrible con las tareas domésticas y las compras. No tengo paciencia para armar estanterías o pintar. No puedo vivir en un apartamento vacío. Necesito ayuda para instalarme.

Puse mi mano sobre el salpicadero y sellé mi propuesta con la lógica implacable de una administradora.

—Te ofrezco asesoría administrativa para salvar el legado de Elena y el negocio de tu familia. A cambio, tú me ayudas a ir de compras a la ferretería, a montar los estantes y a pintar mi apartamento. Es un buen trueque, Agustín. Tú duermes tranquilo y yo puedo vivir en un lugar ordenado.

Lucas, desde el asiento trasero, gritó: —¡Yo puedo ayudar a pintar! ¡Soy bueno con el morado!

Agustín sonrió ampliamente, y por primera vez, el cansancio en sus ojos no parecía una sentencia de muerte. Parecía una oportunidad.

—Trato hecho, Miss Princesa. Por una administración sana y una pintura morada.

Y así, en un coche con una tiara de aluminio y un niño cantando, firmamos el contrato más importante de nuestras nuevas vidas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.