Narra Tamara
Seis meses. Seis meses de relojes funcionando sin fallar. El caos financiero de las diez sedes de Agustín estaba tan ordenado como mis archivos personales. Las repisas amarillas de mi apartamento estaban llenas, y la pared blanca seguía esperando su destino.
La rutina se había convertido en nuestra armadura. Cada mañana, Agustín nos recogía a Lucas y a mí; él dejaba al niño en la guardería, y yo me instalaba en mi oficina de administración para manejar las cuentas de su escuela. Por las noches, la tensión se había transformado en un ritual tierno.
Agustín seguía sin dormir por completo, pero al menos la culpa ya no era su único compañero. Ahora, yo lo era.
Cada noche, él venía a mi apartamento con el cuaderno de Elena. Nos sentábamos bajo el calor del ocre de mi pared, y él me leía un fragmento.
Hablamos de la M de Marruecos, donde Elena y él se perdieron en la medina de Fez, y ella usó su intuición para encontrarlos, no un mapa. Me contó sobre la P de Perú, donde él casi colapsa en la caminata del Camino Inca, y Elena fue quien lo arrastró hasta la cima.
Las historias eran la nueva intimidad. Eran un espacio seguro, donde podíamos estar cerca sin romper la barrera que habíamos establecido tras el "accidente" de la pintura. El recuerdo del beso en el cuello y mi gemido se había convertido en un fantasma que ambos elegimos ignorar. La atracción, pensé, se había dormido, o al menos la habíamos medicado con exceso de trabajo y relatos de viajes.
Una mañana de martes, mi rutina se rompió. Dejé la guardería para ir a almorzar al café de enfrente, el único lugar que ofrecía un sándwich decente sin temática infantil.
Al cruzar la calle, lo vi. Estaba de pie junto a la entrada, con un traje que le quedaba demasiado bien y esa sonrisa que me recordaba a los pasillos del colegio.
—Tamara —dijo Matías, el exnovio del colegio que ahora era proveedor de materiales didácticos. Su presencia era una anomalía en mi vida ordenada.
—Matías. Es una sorpresa. ¿Vienes por el pago del próximo mes? Te aseguro que está al día —dije, volviendo al modo de consultora.
—No, Tami. Vengo por ti —dijo, con una franqueza que no esperaba. Su mirada recorrió mi atuendo: los pantalones anchos, la camiseta sin marca. Yo era una versión domesticada de la chica que él había conocido.
—Pasaron seis meses desde nuestra última llamada, y no me has devuelto la llamada para un café —continuó. —Sé que tienes un trabajo aquí, con el Director y que estás enfocada. Pero me gustaría saber si tengo una oportunidad. Me gustaría invitarte a cenar esta noche. Me gustaría conversar. En serio.
Me quedé helada. En seis meses, mi mundo se había reducido a Lucas, a Agustín y a un Excel lleno de presupuestos. Había olvidado que el mundo exterior existía y que las personas podían querer salir conmigo.
El deseo de Matías no tenía planes, ni listas de progreso, ni cheques de estabilidad. Era una simple invitación a la realidad, una prueba de que mi vida no tenía por qué limitarse al radio de mi edificio y la guardería de Agustín.
—Matías, yo... —empecé, sintiendo la duda por primera vez en meses.
—Dime que sí. Solo una cena. Para hablar. Si no funciona, lo dejamos. Pero no puedes seguir escondida aquí, Tami. Sé que eres mucho más que la administradora de este jardín.
Mi cerebro, el que amaba la estructura, estaba en cortocircuito. La rutina con Agustín era segura, pero Matías representaba una posibilidad no explorada, un escape de la burbuja.
—Dame tu número. Te confirmo antes de que termine el día —dije, cediendo.
Tomé su tarjeta de presentación. Al darle la vuelta y ver su nombre, sentí una pequeña punzada de pánico. Le había prometido a Agustín un enfoque total, y ahora el pasado llamaba a mi puerta, justo cuando la atracción que habíamos intentado dormir empezaba a despertar.