Insomnio para Dos

Capítulo 26: El Humo de la Confusión

Narra Agustín

El olor a cebolla y especias llenaba mi apartamento. Era la cena de los sábados, mi única contribución real a la domesticidad. Mientras revolvía el estofado, mi mente estaba al otro lado del pasillo, donde Tamara se estaba preparando. Podía imaginar el sonido del secador de pelo, el clic de alguna joya, la decisión de qué armadura se pondría para la noche.

La compostura que había mostrado en el supermercado me había sorprendido. Ella quería una reacción, lo sé. Buscaba una señal de que la rutina de los últimos seis meses significaba algo más que una división eficiente de tareas y estofado. Y yo, en lugar de eso, le había dado mi bendición.

Racionalicé. Lo hice por ella. Tamara necesitaba salir de esta burbuja. Necesitaba descubrir que su vida podía ser más que planificar el futuro de mis diez sedes y las lecturas a medianoche. Además, ¿qué reacción podía darle yo?

Mi amor por Elena no había disminuido. La extraño en el desayuno, en el consejo de la escuela, en el silencio de las sábanas. La conexión con Tamara... esa era otra cosa. Era complicidad. La complicidad de dos personas que se encuentran en el punto más bajo, que comparten las madrugadas insomnes entre el vino y el té de manzanilla, que se consuelan con historias ajenas. Habíamos cumplido nuestra promesa: no habíamos vuelto a cruzar el límite trazado aquella noche, cuando el beso en su cuello casi nos lleva a la rendición total.

La rutina era mi salvación. Matías era la oportunidad de Tamara para encontrar la suya.

Un golpe suave en mi puerta me sacó de mi análisis. Fui a abrir.

Allí estaba ella. No vestía la armadura de ejecutiva, pero tampoco la bata vulnerable. Llevaba un vestido simple, pero elegante, su cabello oscuro estaba suelto y caía con gracia. Olía a un perfume que no había olido antes, un aroma nuevo y peligroso.

—Solo... ¿me veo presentable? —preguntó, con esa mezcla de inseguridad y necesidad de validación que solo mostraba ante mí.

Mi respuesta racional se atoró. Solo pude asentir.

Lucas, que estaba dibujando en la alfombra, se levantó de un salto. —¡Estás preciosa, Miss Princesa! ¡Como la princesa que eres!

La inocencia de Lucas selló el momento. Tamara se inclinó y le dio un beso en la mejilla, el mismo beso tierno que me había dado a mí el otro día.

—Gracias, campeón. Ya vuelvo.

Luego se giró hacia mí. —Hasta luego, Director. No me esperes con el cuaderno.

Su tono era ligero, pero sus ojos tenían una pregunta profunda: ¿Me vas a extrañar?

Ella se fue. Escuché el clic del ascensor. Y solo entonces, el silencio de mi apartamento se hizo pesado, lleno del aroma de su perfume y la rabia que no me había permitido sentir.

Me acosté, intentando dormir, pero la confusión se apoderó de mí. La imagen de ella, arreglada para otro hombre, se mezclaba con el recuerdo del tacto de su cuerpo. Si solo éramos cómplices, ¿por qué mi pecho se sentía tan oprimido?

A las 4:00 AM, el insomnio no era una bendición; era un castigo. Me levanté y fui al balcón. Metí la mano en un viejo abrigo de invierno que había guardado. Encontré una cajetilla olvidada.

Saqué un cigarrillo. No fumaba desde el día en que Lucas nació; lo había prometido a Elena. Pero en ese momento, la necesidad de romper mis propias reglas era mayor que cualquier promesa. El humo acre llenó mis pulmones, un acto de auto-sabotaje.

Mientras el humo ascendía al cielo nocturno, vi mi reflejo en el cristal de la ventana. Vi a un hombre confundido, roto por el dolor y aterrorizado por la idea de que la rutina que había construido con Tamara fuera, de hecho, su nueva forma de aferrarse a la vida. Y que esa vida estuviera ahora cenando con otro hombre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.