Insomnio para Dos

Capítulo 30: El Despertar del Caos

Narra Tamara

El sol de la mañana se filtraba por las persianas, y mi cabeza me latía con un dolor sordo que no era solo físico. Era la resaca del alcohol, de la pasión contenida y del pánico absoluto.

Abrí los ojos sintiendo una ola de terror. No podía recordar si me había despedido de Matías en el bar o si él me había seguido a casa. Mi cerebro, aún nublado, se aferró al último recuerdo nítido: mi cuerpo sobre el suyo, el beso de la desesperación.

Recé con un fervor que no sabía que poseía. Por favor, que no haya cometido ese error. Que no haya traído el desastre a casa.

Me giré, la sábanas revueltas. Y entonces lo vi.

El hombro amplio y firme a mi lado. El cabello castaño despeinado contra la almohada. El olor a pino y a esa colonia suave que solo usaba el Director. El alivio fue tan potente que exhalé un suspiro largo y tembloroso, sintiendo cómo una sonrisa genuina e involuntaria se dibujaba en mis labios.

Era Agustín. Mi desastre, pero un desastre familiar.

Con los ojos aún cerrados, él debió sentir mi movimiento. Me atrajo con un brazo fuerte, acercándome a su pecho. Sentir su piel contra la mía, a la luz de la mañana, fue más íntimo que cualquier frenesí de la noche.

—Te quiero —murmuró, su voz profunda y soñolienta.

Mi corazón dio un salto mortal. Te quiero. No era el deseo contenido del día anterior; era la admisión de un sentimiento. El sentimiento que invalidaba cualquier lista y cualquier plan de negocios.

Él abrió los ojos, su mirada gris me encontró, y la ternura se mezcló rápidamente con la responsabilidad.

—Pero tenemos que hablar, Tamara —dijo, la dulzura desapareciendo. —Tenemos que hablar bien sobre qué somos o qué podríamos ser. No puedo seguir así, y no quiero arruinar lo que tenemos.

Agustín, el hombre que amaba la estructura, incluso en el amor. Me besó en los labios, un beso tierno y mesurado que sellaba el fin de la anarquía nocturna y el inicio de una nueva negociación.

Se levantó de la cama con la urgencia de su deber.

—Me tengo que ir. Lucas va a despertar y no debe notar mi ausencia.

Se vistió rápidamente, sus movimientos eficientes, el Director regresando a su puesto. Me dio un último beso tierno y salió, dejando la puerta abierta entre nuestros apartamentos, simbólicamente, pero cerrando la puerta a la espontaneidad.

Me quedé sola, con las sábanas desordenadas y el cuerpo vibrando con los ecos de su contacto.

¿Cómo pude llegar a tanto con un hombre como él?

Agustín era todo lo que había aprendido a evitar: un hombre cargado con el pasado, emocionalmente complejo, atado a un fantasma. Yo buscaba la limpieza, la estabilidad sin historia. Y sin embargo, en los últimos seis meses, él se había convertido en mi único pilar. Me había enseñado a reír, me había dado la ternura que Daniel nunca supo. Me había forzado a sentir, incluso con el dolor que venía con ello.

La cama estaba fría. Sabía que la conversación que vendría sería dura y llena de condiciones, pero por primera vez en años, estaba dispuesta a tirar mi lista de requisitos. Yo quería el caos contenido de Agustín, el hombre que me leía historias de tiempo roto.




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