Insomnio para Dos

Capítulo 31: La Pregunta de la Mañana

Narra Agustín

El sol de la mañana se sentía como un castigo en mi piel. Había logrado regresar a mi apartamento a tiempo, pero el recuerdo de Tamara en mis brazos, de su piel desnuda y de los besos que no cruzaron la línea final, era un peso insoportable. Había susurrado un "te quiero" que no estaba planeado, y ahora tenía que afrontar las consecuencias. La conversación sobre "qué somos" se cernía sobre mí como una nube de tormenta.

Para desviar mi propio pánico, me centré en mi deber. Hoy era sábado, día de feria, pero antes, era día de desayuno.

Me concentré en el postre favorito de Lucas: tortitas con jarabe de arce. Estaba tan absorto en batir la mezcla que la presencia de mi hijo, ya despierto y sentado en la isla de la cocina, casi me sorprendió.

—Papi, ¿Tamara va a ser mi nueva mamá? —soltó Lucas, con la naturalidad de quien pregunta por el clima.

El comentario me tomó con la boca llena. Estaba bebiendo un vaso de leche fría para aliviar el ardor de la garganta. La pregunta, tan directa e inocente, me hizo atragantarme.

—¡Coff! ¡Coff! —Tosí violentamente, golpeando la encimera. La leche se derramó por mi barbilla y Lucas soltó una carcajada estridente, disfrutando de mi pánico matutino.

—¡Papi, te atoras! —dijo, riendo a carcajadas.

Cuando recuperé el aliento, sequé mi cara con el dorso de la mano.

—Lucas, ¿por qué dices eso? —pregunté, intentando mantener la voz casual, aunque mi corazón seguía latiendo con fuerza.

Lucas, ajeno a la crisis existencial que acababa de provocar, se encogió de hombros con sencillez.

—Porque se queda aqui—dijo, como si fuera la explicación más lógica del mundo—. Y a ti te gusta mucho cuando canta El Pollito Pío con ella. Y además, a la señorita del súper le gusta que seamos una familia. ¿Van a venir conmigo a la feria?

Me quedé helado. El mundo de Lucas era simple: si alguien se queda a dormir, son familia.

Antes de que pudiera intentar una explicación diplomática para un niño de cuatro años, escuché el suave golpe en mi puerta.

Era Tamara.

Lucas salió disparado de la silla. Abrió la puerta y la recibió con un abrazo entusiasta.

—¡Miss Princesa!

Ella sonrió, una sonrisa cansada pero genuina, y me miró por encima de la cabeza de Lucas. Sus ojos reflejaban la misma tensión y el mismo deseo de evasión que sentía yo.

—Buenos días, campeón —dijo ella—. ¿Huelen a tortitas?

Desayunamos los tres juntos, con la familiaridad de una familia rota que, sin querer, había comenzado a reconstruirse. Lucas, hablando de dinosaurios y de la promesa de los algodones de azúcar, se convirtió en el escudo perfecto.

Mientras terminábamos, Tamara me lanzó una mirada seria, la mirada de la ejecutiva que no pospone una reunión.

—Tenemos que hablar, Agustín. Sobre lo que dijiste... y lo que somos.

Asentí, sintiendo el nudo en el estómago. La conversación era inevitable.

Pero justo entonces, Lucas se levantó de un salto, con los ojos brillando.

—¡La feria! ¡Papá, el mes pasado prometiste el paseo en tren! ¡Ya conté los días!

Miré a Tamara y luego a mi hijo. Hacía un mes que habíamos prometido ir a la feria. Lucas había marcado el calendario religioso.

—La conversación puede esperar, Administradora —le dije, poniendo mi mano sobre la suya. —Hoy somos padre, hijo y una Miss Princesa en busca de emociones fuertes. Tenemos una obligación que no puede ser pospuesta.

Ella sonrió, aceptando el aplazamiento con la misma gracia con la que había aceptado mis besos contenidos.

—De acuerdo, Director. Los presupuestos pueden esperar un día. Pero después de la feria, la reestructuración de nuestra relación es la prioridad número uno.

Y con el peso de la conversación pendiente, nos dirigimos a la feria, buscando una distracción necesaria en el caos controlado de los carruseles y los juegos.




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