El universo de la feria era un oasis de caos controlado, un contraste perfecto con la vida meticulosa de Tamara y el orden forzoso de Agustín. Las luces de neón parpadeaban sobre los puestos de juegos, el aire estaba saturado con el dulce y pegajoso olor del algodón de azúcar y el aceite quemado de las papas fritas. Era un festival sensorial.
Agustín, Tamara y Lucas se movían a través de la multitud como una unidad perfectamente sincronizada. El director, con su habitual camisa de lino, sostenía un enorme premio de peluche —un dinosaurio de color verde fosforescente— mientras Tamara, riendo, limpiaba el caramelo de la boca de Lucas. Lucas, por su parte, caminaba alegremente de la mano de ambos, uniendo tácitamente a los dos adultos.
La atmósfera de la feria les había concedido un armisticio emocional. Eran simplemente tres personas disfrutando, y la conversación sobre "qué somos" estaba enterrada bajo el ruido de la montaña rusa. Por primera vez en mucho tiempo, Agustín no pensaba en el reloj de arena ni en los libros contables.
Mientras se dirigían a la salida, con la promesa de churros pendientes, el azar decidió intervenir.
Caminando en dirección opuesta, con una camisa que parecía excesivamente costosa para la feria, estaba Matías.
Matías los vio primero. Su sonrisa se desvaneció al ver a Tamara agarrada del brazo de Agustín, mientras este sostenía el dinosaurio gigante. La imagen era demasiado doméstica para ser ignorada.
—Vaya, vaya. Miren a quién tenemos aquí —dijo Matías, deteniéndose justo en el camino. Su tono era cortante, una mezcla de dolor y sarcasmo.
Tamara sintió un escalofrío. Intentó soltar la mano de Agustín, pero él la apretó con firmeza, una señal silenciosa de apoyo.
—Hola, Matías —dijo Tamara, su voz volviendo al tono profesional y frío. —Es una sorpresa.
Matías desvió la mirada hacia Lucas, luego de vuelta a Agustín.
—Sí, sorpresa. Anoche, tu "sorpresa" fue un poco... explosiva —dijo, dirigiendo su mirada exclusivamente a Tamara. —Pasamos una velada muy agradable, Tami. Me trataste de impresionar, me hiciste creer que te habías divertido, me hiciste bailar y luego, justo cuando las cosas se pusieron interesantes...
Hizo una pausa dramática, forzando a Agustín a escuchar la acusación.
—...me plantaste un beso que parecía la confesión de un asesinato, y luego te fuiste corriendo. Sin explicación. Es una manera bastante creativa de decir "no."
Tamara sintió el ardor en sus mejillas, deseando que la tierra la tragara. La vergüenza era doble: el recuerdo del error y la necesidad de dar explicaciones delante de Agustín.
—Matías, no es el momento —dijo Tamara, mirando a Lucas, quien, aunque distraído con el dinosaurio, empezaba a sentir la tensión.
Agustín no se movió ni soltó la mano de Tamara. Su rostro se mantuvo imperturbable, pero el sarcasmo de Matías finalmente lo obligó a intervenir.
—Matías —dijo Agustín, con una calma que sonó más amenazante que cualquier grito. —¿El negocio con los materiales didácticos está al día? Espero que sí. Tamara hizo un trabajo excelente asegurando que mi presupuesto esté ordenado.
El cambio de tema, la referencia a la autoridad de Tamara y la mención del negocio, fue un golpe calculado. Le recordó a Matías que su relación con Tamara era profesional, estable y ahora, físicamente protegida.
Matías captó el mensaje. Su sonrisa se tensó en una mueca amarga.
—Claro, Director. Todo en orden. Solo quería saber si la consultora tenía pensado responderme o si iba a seguir corriendo.
Agustín se adelantó un paso, poniendo sutilmente su cuerpo entre Tamara y Matías.
—No creo que ella tenga que responderte más nada. Que tengas un buen fin de semana.
La quietud en la voz de Agustín no dejó espacio para el debate. Matías lanzó una última mirada de advertencia a Tamara y finalmente se dio la vuelta, desapareciendo entre la multitud.
Agustín miró a Tamara. Su mano seguía apretada a la suya. Ella notó la diferencia: en lugar de preguntarle por el beso o el nombre, él la había defendido de la acusación pública, sin pedirle explicaciones.
—Vamos, Lucas —dijo Agustín, con una voz que volvía a ser normal—. Es hora del último juego.
Mientras se alejaban, de la mano, la conversación pendiente que debían tener se había vuelto mucho más urgente y mucho más peligrosa. Matías había forzado a Agustín a tomar una posición, y ahora, ya no podían pretender que la conversación podía esperar.