Capítulo 33: La Pregunta No Negociable

Narra Tamara

El ruido de la feria todavía zumbaba en mis oídos, pero la escena en el dormitorio de Lucas era el único sonido que importaba. La confrontación con Matías había echado sal en la herida, pero también había forzado a Agustín a tomarme de la mano. Ahora, tocaba la verdad.

Agustín y yo nos sentamos a cada lado de la cama de Lucas. Teníamos unos títeres hechos con medias: un dragón verde (Lucas insistió en que era "valiente") y una princesa con una espada (que yo misma había diseñado).

—...y el Dragón Valiente no quería quemar el castillo. Quería hornear pan de especias —leí, usando un tono dramático, mientras Agustín movía el títere del dragón.

La escena era tan ridículamente doméstica y tierna que casi dolía. Éramos una familia ensayando, con Lucas como el único público. La complicidad que habíamos forjado durante seis meses era palpable. Agustín me miraba por encima del cuento, y en sus ojos no había director financiero, solo el padre que se había enamorado de su rutina.

Finalmente, Lucas cedió al cansancio de los carruseles. Se acurrucó contra su almohada, abrazando al dragón de peluche que Agustín le había ganado.

Cerramos la puerta de la habitación con un silencio compartido, el ritual de la paz doméstica. La sala de mi apartamento nos esperaba, y con ella, la conversación que habíamos pospuesto todo el día.

Agustín no me dio tiempo.

Apenas entramos a la sala, él se giró. La represión de Matías, el humo del cigarrillo y la ternura del cuento de dragones se canalizaron en un solo movimiento. Me agarró y me plantó un beso intenso, feroz, que no dejaba lugar a dudas.

Nos besamos con la desesperación del reencuentro. Me empujó suavemente hacia el sofá (el mueble que habíamos comprado juntos), y caí sobre los cojines. El calor de su cuerpo sobre el mío, el olor a aire libre y caramelo de feria que traía consigo, me hizo soltar un pequeño suspiro. El recuerdo de nuestra noche de besos volvía con una intensidad multiplicada. Nos estábamos dejando llevar por el calor del momento, buscando el silencio del placer como escape.

Mi mano se dirigió a su camisa, desabrochando el primer botón. Podía sentir el pulso martilleando en su cuello. Estábamos a un segundo de cruzar la línea que él había trazado.

Pero no podía ser así. No podía construir mi futuro sobre la evasión de su dolor.

Con una fuerza que no sabía que tenía, lo paré en seco. Puse mis manos sobre su pecho y lo empujé suavemente.

—Agustín. No —dije, mi voz tensa, mi respiración agitada.

Él se detuvo de inmediato, su rostro sobre el mío, sus ojos preguntándome si estaba loca.

—Tamara, por favor... —murmuró, su voz cargada de frustración.

—No. Si vamos a romper esta barrera, tiene que ser con la cabeza fría —dije, empujándolo hasta que se sentó a mi lado, respirando con dificultad—. Estuviste a punto de arruinar el mejor momento de mi vida por el miedo a arruinar un rato de placer. Y esta mañana, me dijiste que me querías, para luego huir y decir que tenemos que hablar sobre qué somos.

Lo miré fijamente. Mi corazón latía como un tambor.

—Yo ya sé lo que no soy. No soy un parachoques emocional para tu duelo. No soy un parche para el hueco de Elena. No soy la "amiga con beneficios" que te ayuda a mantener tu vida a flote mientras tú te decides.

La calma regresó, la consultora se hizo cargo de la escena.

—Quiero que seas honesto. Tienes que definir esta relación. Si quieres que sigamos juntos, quiero que el acuerdo sea: o soy una mujer que tiene potencial para ser tu compañera, la mujer con la que decides avanzar, con todos los riesgos que eso implica; o volvemos a ser solo el Director y la Administradora. No podemos seguir en la zona muerta de la "complicidad" y el deseo reprimido. Yo no puedo esperar a que tu reloj de arena deje de estar roto.

Agustín me miraba, su rostro pálido bajo la luz tenue de la sala. Le había puesto la elección más difícil de su vida sobre la mesa: enfrentar su duelo y el futuro, o volver a la soledad segura. La pelota estaba en su tejado.