Insomnio para Dos

Capítulo 34: La Elección del Caos

Narra Agustín

El aliento se me había ido del cuerpo. No era solo la intensidad del beso lo que me había dejado sin aire; eran las palabras de Tamara. Ella me había detenido en seco y luego había sacado una hoja de términos y condiciones que me forzaba a firmar.

Yo no puedo esperar a que tu reloj de arena deje de estar roto —su frase resonaba en mi cabeza.

La miré, mi rostro debió reflejar la misma palidez que sentía en el estómago. Estaba sentado, con mi camisa desabrochada y mi cuerpo ardiendo, pero mi cerebro trabajaba con la precisión fría de un algoritmo en crisis.

Tenía razón. Absolutamente. La había mantenido en esa "zona muerta," esa cómoda y excitante complicidad, porque era la única manera de tenerla sin traicionar a Elena. Tamara era mi ancla, mi consultora financiera, mi niñera emocional y la mujer que me leía los mapas del pasado. Pero al mismo tiempo, era el muro que me impedía avanzar. El beso de Matías, el humo de mi cigarrillo en el balcón, todo era consecuencia de esta mentira.

—¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo? —logré decir, mi voz baja y áspera.

—Te estoy pidiendo honestidad, Agustín —replicó, sin pestañear. Su postura era firme, la de una mujer que había aprendido a negociar su valor en un mundo que siempre la había rechazado. —No te pido que olvides a Elena. Te pido que dejes de usarla como excusa para no vivir.

La verdad de sus palabras me golpeó con una fuerza devastadora. Ella no me estaba pidiendo que rompiera mi promesa de amor a Elena; me estaba pidiendo que rompiera mi promesa de luto eterno.

El terror se apoderó de mí. Si la elegía, si la elegía como mi compañera, significaba que Lucas tendría una figura materna real, que mi vida dejaría de ser una rutina de deber y que yo tendría que renunciar a la soledad que me protegía del dolor. Era un salto al vacío sin red.

Pero si la dejaba ir, si la obligaba a volver a ser solo la Administradora, sabía que perdería la luz que me había guiado de vuelta a la vida. Perdería el calor de su cuerpo en las madrugadas. Perdería la única persona que entendía el significado de un tatuaje roto.

El pánico se convirtió en claridad. No podía perderla. Ya no.

Me incliné hacia ella, tomando su rostro entre mis manos. Sentí la suavidad de su piel, el calor de la batalla que acababa de librar.

—Tienes razón —susurré. El sonido era casi una rendición—. He sido un cobarde. He usado la memoria de Elena para evitar el riesgo de que alguien me abandone de nuevo.

Tomé una respiración profunda, mirando fijamente a esos ojos color tierra que me daban tanta fuerza.

—Yo no quiero que regreses a ser la Administradora. Y no me importa si el riesgo de perderte es diez veces mayor. Si ese es el trato... lo acepto.

La abracé con fuerza, apoyando mi frente contra la suya.

Elijo el potencial de ser tu compañero, Tamara. Elijo el futuro, el riesgo y el caos que sé que eres. Estoy aterrado, más que cuando perdí la escuela. Pero te elijo a ti.

Nos quedamos así por un momento, la respiración agitada y la pasión cediendo a la profunda solemnidad del compromiso.

Me separé ligeramente y la miré a los ojos. —El trato está hecho. Pero si soy tu compañero, tenemos que empezar de cero. No podemos seguir con los besos contenidos ni con los secretos.

Ella sonrió. Su sonrisa era el sol después de la tormenta.

—No te preocupes, Director. Cuando yo hago un nuevo contrato, lo hago de manera exhaustiva. Mañana empezamos con el plan de reestructuración emocional.

Y con esa promesa, me besó. Un beso que no fue intenso por la necesidad reprimida, sino profundo por la promesa de todo lo que estaba por venir.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.