Insomnio para Dos

Capítulo 38: Huida del Rubí

Narra Tamara

El reloj marcaba la hora de la cita. Estaba en mi apartamento, el corazón martilleándome en las costillas. Me puse de pie frente al espejo, la ropa íntima era la única defensa contra el ejército de inseguridades que me atacaba.

Mi mente era un campo de batalla. Llevaba días lidiando con el fantasma de Daniel. Había aparecido en la guardería, ofreciéndome la empresa a un precio ridículamente bajo, una señal de que estaba en problemas. La conversación había terminado con él suplicándome que regresáramos, diciendo que se había dado cuenta de su error. Su arrepentimiento no me conmovió, pero sí me recordó el pasado: el abandono.

Y luego estaba Matías. No se rendía. Sus mensajes seguían llegando, preguntando por una segunda oportunidad, recordándome que él estaba listo para un compromiso, mientras que Agustín, aunque me quería, seguía en el purgatorio de la "reestructuración emocional."

No eres una novia oficial. Eres una compañera con potencial. Es un contrato con una cláusula de cancelación abierta. El miedo de que Agustín, como Daniel, se despertara un día y decidiera que la carga era demasiado grande, era mi principal motor de estrés.

Al final, decidí ponerme mi armadura emocional más vulnerable: un vestido azul de corte princesa, largo y simple. Maquillaje sencillo. Si iba a ser abandonada, al menos que fuera vestida para la ocasión.

El suave golpe en la puerta fue Agustín. Entró y sus ojos se iluminaron.

—Estás deslumbrante, Miss Princesa.

Su elogio me dio el valor necesario para cerrar la puerta a mis miedos. Por un momento.

El restaurante era elegante, con música baja y luz cálida. La conversación fluyó con la comodidad de tres meses de intimidad. Hablamos de la nueva estrategia de marketing de la escuela, de cómo Lucas había mejorado en matemáticas y de mi cumpleaños que se acercaba.

—Tenemos que hacer algo grande —dijo Agustín, sonriendo. —Algo que esté a la altura de la mujer que me hizo volver a creer en los cumpleaños.

Estaba hipnotizada por él. Su mano cálida sobre la mía, la promesa de futuro en su voz. Me dije que las inseguridades eran solo ruido.

Llegó el postre: un fondant de chocolate. Agustín deslizó la cuchara a un lado. La sonrisa desapareció de su rostro, reemplazada por una solemnidad que detuvo mi corazón.

—Tamara, quiero hablar contigo. Ya no puedo seguir con esto. La situación que hemos creado...

Mi mundo se detuvo.

Mi mente ansiosa, saturada por las palabras de Daniel y los mensajes de Matías, solo escuchó una cosa: terminar.

Terminar con la situación extraña. Terminar con lo nuestro. Decir que no está listo.

Mi pánico no me dejó procesar el resto de sus palabras. Él estaba hablando de por qué le gustaba, de la vida que habíamos creado, pero todo se ahogaba en el terror de la inminente ruptura. Vi la mano de Agustín moverse hacia su bolsillo, donde seguramente guardaba el discurso ensayado para la despedida.

Tenía que escapar antes de que el cuchillo me apuñalara. Tenía que controlar la escena.

Me levanté tan bruscamente que la silla se tambaleó.

—Lo siento —dije, sintiendo que mi rostro se quemaba. Mis ojos se llenaron de lágrimas.

Agustín me miró con una expresión de perplejidad y confusión total.

—¿Tamara? ¿Qué pasa? Yo solo quería...

No lo escuché. Salí disparada del restaurante, dejando atrás la promesa de la cena, el postre y, sin saberlo, la caja de terciopelo que contenía la respuesta a todas mis inseguridades. La Miss Princesa había huido, dejando al Director solo, con la joya de su futuro en el bolsillo.




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