Solo puedo iniciar diciéndote gracias.
Sé que eso no es nada, no es ni la cuarta parte de un grano de arena comparado con todo lo que has hecho por mí.
Fuiste tú, quien decidió dejar la comodidad de la vida, para mantenerme durante meses en tu vientre.
Por tu amor hacia mí y aún sin conocerme, aguantaste uno de los peores dolores de una mujer.
Me diste la oportunidad de conocer la vida y sufriste los dolores de dar a luz.
Fuiste tú quien perdió noches enteras de sueño, tan solo por velar el mío.
Quien perdió su juventud por cuidar de mí fuisteis tú.
Tu amor superó los límites de la humanidad.
Eras tú quien cada mañana cuidabas de mí.
Sin importar tus dolencias, eras tú quien sabanas las mías.
Un gracias no basta. Nada basta. Nada alcanza para pagar, ese tu amor.
El amor de un hijo jamás superara el de una madre.
En la juventud mientras yo creía conocer la vida, eras tú quien sufría y no dormía preocupada por mí.
Siempre atenta a las necesidades más mínimas de tu hijo, desde la niñez le diste amor.
Jamás se saldara esa deuda de un hijo con su madre.
Un hijo puede abandonar a su madre, pero una madre en la distancia esta con su hijo. Y esa eres tú.
No colocaste límite a ese amor, aunque mis locuras, travesuras, berrinches y rebeliones te llevaban al límite del cansancio y desesperación, jamás ese amor menguo.
Así me dijeras desaparece, en tu corazón siempre estuvo: te amo hijo eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Tú que eres madre, padre y amiga.
Eres tú la que tiene el más grande amor.
Mis palabras no abarcan lo que deberían y jamás pagaran tan grande deuda.
Pero quiero que sepas que siendo yo el peor de lo hijos agradezco tu amor.
Ese amor sin límites, ese amor que no merezco y jamás mereceré.
Te amo mamá.
Jonathan Cordero
Marzo 2020