Los tres días siguientes, siempre a la misma hora, Mew se había sentado a orillas del río en el mismo punto exacto donde había visto a Gulf caerse en las aguas turbadas- que ahora parecían dormidas- hasta que caía el sol.
Y toda la esperanza que había albergado durante las primeras horas del día y que lo habían ayudado como si fuera un combustible, a hacer las cosas más simples -para otros- pero no para Mew, como salir de la cama o de su habitación o comer aún cuando no tuviera apetito, con la llegada del crepúsculo esa esperanza, se hacía añicos , por no encontrar a Gulf.
Y entonces , Mew atravesaba los muros de su barrio privado, cabizbajo y derrotado, como si entrara a una cárcel y no a uno de los lugares más caros y exclusivos de toda la ciudad...