Mew se ensimismó en sí mismo esa tercera noche, mientras trataba de decidir si le apetecía unos scargots o una langosta como entrada para la cena. Todavía con su plato vacío su mente volvió a hacer una lista de lo poco que sabía de aquel joven Gulf. Solo sabía su nombre, no conocía su apellido, ni su dirección. Sí sabía que dibujaba. Quizás podría preguntar por él en la prestigiosa academia de arte de la ciudad.
En medio del torbellino de pensamientos, Mew sintió una voz que le preguntaba si prefería jugo o gaseosa. Entonces levantó la mirada confundido.
La empleada doméstica lo observaba con una jarra de jugo recién exprimido, esperando su respuesta. Él solo asintió sin estar muy seguro y fue entonces que bajó la mirada y la vio: una pulsera de plástico con un logo distintivo que sobresalía del uniforme pulcro y blanco de la empleada. Mew había visto ese logo. Y al recordar dónde, sonrío por primera vez en días.
Nadie notó esa sonrisa, excepto la empleada que conmovida de ver ese cambio en el rostro del jovencito, acabó sonriendo en silencio junto a él...