La siguiente parada sorprendió bastante a Mew. Prácticamente en silencio, Gulf lo llevó a donde lo que, a simple vista, le pareció descampado. Era un lugar abierto, amplio, de suelo de barro, prácticamente sin césped. No había ni un solo árbol a la vista. Solo a unos doscientos metros aproximadamente, se veía el comienzo de unas viviendas precarias.
—¡Bienvenido a la casa de los Carpinchos!—dijo Gulf y se rió ante la cara graciosa de Mew.
—¿ Dónde...está la casa de los...Carpinchos?
Gulf entonces respondió:
—Ésta es...— y señaló el amplio lugar abierto que se abría frente a ellos —De aquel arco hasta ese otro arco...
Mew frunció el ceño confundido. Con la mirada, buscó un arco de tres palos con red- como recordaba que era una portería -pero solo alcanzó a divisar unas pilas de ladrillos y lo mismo encontró unos cincuenta metros en la dirección opuesta.
Y entonces lo entendió. La casa de los Carpinchos era un potrero.
—El Bernabéu de los olvidados...— murmuró Gulf.
Y sus palabras se le clavaron como dagas a Mew en su corazón.
—El Bernabéu de los olvidados...— repitió.
Y al escuchar sus propias palabras, sintió que un pesado velo -que no sabía que tenía- se caía de sus ojos y dejaba de estar ciego...