Una lluvia fría repentina apagó el fuego que se había encendido en ambos con aquel beso. Pero hizo más que apartarlos: Mew se separó de Gulf, sintiendo que...
— Esto... no está bien...— murmuró para sí. Inexplicablemente en su mente apareció el rostro de su padre, severo como siempre.
Pero Gulf no alcanzó a oírlo. Miraba el cielo gris y parecía preocupado.
—Debo irme... No quiero pero debo... Cada vez que llueve...— Gulf suspiró frustrado— Lamento no poder ir hoy a tu casa.
Mew notó que se sentía aliviado. Se sentía extraño y pensó que era mejor así. Asintió en silencio. No sabía qué decir ni cómo despedirse. Miró fijamente a Gulf, pensando si aquella sería la última vez que lo vería. Imaginar eso lo golpeó como si alguien lo hubiese abofeteado y temblando de miedo pero también de ansiedad dijo:
— En unos días, es mi cumpleaños. ¿ Vendrías a cenar a mi casa conmigo...? Sería... el mejor regalo que podrías hacerme...
Y la sonrisa amable y emocionada que Gulf le regaló, fue la energía que Mew necesitó para volver a su casa en el barrio privado Jardín Delta, encerrarse en su habitación y pensar que quizás sí valía la pena ser valiente. Porque Gulf, ese Gulf que ese día le había mostrado que existía otro mundo, difícil e injusto, más allá de los paredones de su zona privilegiada, lo valía.
Y ese beso, que le había hecho sentir cosas que jamás había sentido antes, también lo valía...
Sí, Gulf, lo valía...