Observaban la caída del sol desde un destartalado puente de madera y piedras, que parecía delimitar dos mundos extraños y bien irreconciliables entre sí.
De un lado del puente, se alzaban Las Torres, que más que viviendas eran esqueletos mal formados, inacabados y superpoblados. Del otro lado, la vida "civilizada", la gente "de bien", que volvía del trabajo en sus lujosos automóviles, vistiendo lujosas prendas y que se entretenían con sus lujosos celulares, sin mirar ni una sola vez hacia el otro lado.
Mew miraba hacia una y otra dirección, preguntándose por qué no se había dado cuenta antes de ese abismo entre esas dos realidades.
Luego volviendo sus ojos hacia Gulf intentó abrazarlo pero notó que Gulf evitaba el abrazo.
— Gulf...
— Debo irme...
— Quédate... unos minutos más, por favor... hasta la primera estrella. No Quiero despedirme de ti todavía. Falta mucho para que llegue el próximo lunes .
—Pasará rápido.— balbuceó Gulf— Al menos para ti. Estarás ocupado con tu amigo.
Mew miró fijamente a Gulf un par de segundos, largó una carcajada divertida y lo atrajo hacia su pecho emocionado.
Ahora lo entendía. Ahora entendí el extraño y frío comportamiento de Gulf. Recordó brevemente el encuentro de aquella tarde y volvió a sonreír pícaro. Sin que se percataran, un auto los había seguido desde el club hasta el comedor de la parroquia. Y cuando ya se habían sentado en una de las largas mesas, acompañando la merienda de los niños y niñas, alguien se aproximó a Mew y solo un cruce de miradas bastó para que acabaran fundidos en un abrazo. Charlaron un rato en un rincón, y el extraño volvió a abrazar a Mew para desaparecer por donde había venido.
—Estás...celoso... No me lo creo.
—¡No estoy celoso!— replicó Gulf tratando de zafarse del abrazo.
—¡Sí lo estás!
—¡ No, no lo estoy! No tengo ningún motivo para estarlo. Tú y yo no somos... nada.
Pero Mew no dejó que aquellas palabras lo afectaran. Tomó el rostro de Gulf entre sus manos temblorosas y lo besó en los labios, con una pasión y con un fuego que nunca antes había puesto en ningún otro beso.
El beso fue correspondido de inmediato y con la misma pasión. Los cuerpos se pegaron como si fueran imanes poderosos y las manos subían y bajaban acariciando sin poder ser controladas. Hasta que de repente el fuego que los estaba envolviendo se transformó en un súbito helado miedo visceral cuando escucharon muy cerca- peligrosamente cerca- una voz amenazante:
— Muchachos... vamos a limpiar el barrio... Hoy vamos a enviar a un par de maricas directo al Infierno...
Y una risa macabra le heló la sangre a los dos...