Instrucciones para restablecer el Destino

15 | Una ayuda del azar (y de la pobre memoria visual)

Sé que no debería preguntarle esto porque no es asunto mío. De modo que considérelo una pregunta retórica. ¿Se ha sentido presa de una pareja abusiva, en el pasado o en el presente? Obvio que no, usted se especializa en detectar ese tipo de comportamientos, ¿me equivoco? No es asunto mío, lo entiendo. Pero deberá comprender usted que, para un hombre, es demasiado difícil, sino imposible, aceptar el hecho de que se encuentra confinado en su propia casa y en contra de su voluntad, por su pareja, la mujer que dice que lo ama, aunque ambos sabemos que no es cierto.

Ahora que lo pienso, es curioso caer en cuenta que la consumación de mi segundo matrimonio se lo debo al primero. Luego de lo que le contaré quedaré degradado a una versión disminuida de un antihéroe, si acaso. Pero, vamos, que no estoy aquí para impresionarle, ¿verdad?

¿Que cómo logré librarme de mi primera esposa, por fin, en 2013? Spoiler alert: como lo supone, fue Madelyn quien se libró de mí, no al revés. Ya se había tardado, a mi parecer. De no haber sido por su voluntad, doctora, todavía seguiría casado. Eso fírmelo, porque así es.

La verdad es que nunca tuve control pleno sobre mi Destino bajo las alas de Madelyn. Fue ella quien decidió cuándo y cómo nos casaríamos y divorciaríamos, con catorce años de separación entre uno y otro acto. No la odio por eso, aunque no puedo dejar de sentir cierta insana admiración por su maquiavélica eficiencia. Y la de su familia, vaya.

Por entonces, mis lazos paternales con los niños estaban más que afianzados: jugábamos ice hockey, los llevaba a la escuela, íbamos juntos al basketball, les hacía de desayunar en ocasiones. Usted sabe, lo justo como para pasar la prueba del padre americano con un mínimo de abnegación. Nuestra unión no se rompería con facilidad, ese problema estaba resuelto. Siempre deseé tener hijos, lo acepto. Pero criarlos, atender sus enfermedades, tolerar sus berrinches, su higiene deficiente y sus preguntas incómodas, formaban parte de un paquete del que traté de estar lo más alejado posible durante la convivencia con mi familia americana. El trabajo sucio se lo delegué a ella, porque algún trabajo tenía que hacer, ¿no?

Después de todo, yo ejercí con eficiencia mi papel de proveedor con ambas familias. Padre echó mano de mi herencia para sostener a Brendy y Nathaniel, por lo que, de manera indirecta, los he mantenido toda la vida. No me considero el ultimate macho proveedor, pero hice mi parte. No me pidan que me involucre más en la crianza de mis vástagos. Give me a break, please!

La elección del amante de Madelyn se podría considerar la única de sus decisiones desacertadas. Es una pena porque, hasta ahora, había admirado en secreto a mi primera esposa por su frialdad de punta de diamante a la hora de hacer elecciones y resolver problemas. No puedo negar que me sentí decepcionado al conocer al hombre por el que me había abandonado: puertorriqueño de nacimiento, supuesto socio capitalista de su hermano en Marty’s y un completo vividor. Se merecían el uno a la otra, ciertamente. Pero no puedo dejar de sentir algo de pena por el pobre tipo. Pero, así las cosas, mejor ese hombre que yo. Ya lo dije.

Me divertía calcular en secreto cuánto tiempo tardaría ese individuo en drenar el monto correspondiente a nuestro acuerdo de divorcio: ¿dos años?, ¿cuatro?, cinco si se ajustaba un tanto los pantalones, cosa que, a juzgar por sus atuendos estrafalarios de Dandy del Congo, parecía, a todas luces, una empresa poco probable. Este hecho no me molestaba en absoluto, si consideramos que cada uno de mis hijos tiene asegurado su fideicomiso personal e intransferible de ocho cifras bajas, de modo que, lo que Madelyn hiciera con el pedacito de fortuna que fue capaz de arrebatarme, importaba bastante poco. Que se joda, pensé yo. Pensé muchas cosas más, pero no quisiera quedar como un machito insufrible.

Mis chicos se verán obligados a acogerla, en algún momento, una vez que ese fantoche acabase con su blanca y su paciencia –lo que ocurriera primero–. Me divierte fantasear con que Daniel y Rick, ya creciditos, acuden a mí para quejarse de las malas decisiones de su madre, mientras que yo, en pleno disfrute de mi retiro en las Islas Galápagos, les contesto con mi puro en mano: it’s a tough live, buddies. Deal with it!

Pero no crea que el haberle hablado de un plan para restablecer mi Destino se trata de un alarde innecesario, por lo fortuito de su desenlace. Y es que el azar contribuye, también, a situar a las personas y acontecimientos en su sitio, y en su respectivo instante. Aunque me atreveré a tomar, en algo, el crédito por la desafortunada selección de amante de mi esposa, ya que fui yo quien se lo presentó, en primer lugar. Alguna vez, en el Rávena, el restaurante del que soy socio junto a un chef italiano de cierta reputación que contrató al puertorriqueño como fallido proveedor. Madelyn no es conocida por su buena memoria visual. Por otro lado, yo sí. Quiero creer que el tipo ese tampoco se acordó de ella.

Es así que, de forma directa o indirecta, necesito creer que soy artífice de mi destino, al menos, de carambola. Que mi plan para restablecerlo siempre ha caminado como una brújula de precisión, directo hacia el país que me acogió con mi padre hace tantos años y que es, también, el lugar en donde conocí a la mujer que amo y con la que debí casarme por mandato del hado.

Recurro al pensamiento mágico, es cierto. Pero, fuck off! A estas alturas de mi vida, puedo permitirme lo que quiero. Respeto a Madelyn, dentro de todo, the woman did my laundry for about thirteen years, for God’s sake!, y no me lo merecía. Pero se trataba del momento de escapar, ahora sí, ya no del retrato costumbrista de la familia diversa americana, sino de mi empleo de porquería, que me mataba de a poco, lo confieso.




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